Presidente de Irak
Foto ANI

El presidente de Irak puso el jueves su renuncia sobre la mesa. Esto, tras explicar que se niega a proponer al Parlamento el nombre del candidato del bando proiraní para el puesto de primer ministro. De ese modo, agravó un poco más la crisis política en el país.

Llamándose garante de la «integridad» y la «independencia» del país, el presidente Barham Saleh -un kurdo proveniente de un partido tradicionalmente cercano al vecino iraní, que desde el inicio de la protesta social resiste a los abucheos de la calle-, envió una carta al Parlamento.

«Dispuesto a dimitir»

El presidente dijo que estaba «dispuesto a dimitir». Considera que la Constitución le obliga a proponer el candidato de la «mayor coalición» en el Parlamento. Ese título está en este momento en manos del grupo liderado por los paramilitares proiraníes, aunque está en disputa con otras fuerzas.

«El presidente no tiene el derecho constitucional de oponerse. Así que anuncio aquí que estoy dispuesto a dimitir ante el Parlamento«, afirmó Saleh en la carta.

Desde que el primer ministro Adel Abdel Mahdi dimitió a finales de noviembre, tras el abandono del gran ayatolá Ali Sistani, figura tutelar de la política iraquí, los proiraníes presionan para que el ministro dimisionario de Enseñanza Superior lo reemplace.

Al no ser capaces de imponérselo a Saleh, quien señaló que su designación alimentaría aún más la cólera de las calles, ahora tienen un nuevo candidato.

Sistani adelantó este jueves que no tratará la situación política en su sermón del viernes. Desde hace 3 meses ha preferido mantener distancia con los políticos tras la revuelta inédita en el país en la que murieron cerca de 460 personas y hay 25.000 heridos.

Aseguró que no desempeñará ningún rol en la designación del nuevo primer ministro.

«Assaad el Iraní»

Se trata de Assaad al Aidani, gobernador de Basora, que ya se distinguió en el verano de 2018 al bajar personalmente de su convoy para pelearse con manifestantes en la gran ciudad petrolera y segunda urbe del país.

«No queremos a Assaad el Iraní«, corean los manifestantes en Kut, ciudad del sur. Mientras que en la plaza Tahrir de Bagdad, inmensos retratos de este antiguo opositor a Sadam Husein, durante un tiempo refugiado en Irán y después detenido varios años en los calabozos del dictador, se despliegan tachados con una gran cruz roja.

Los manifestantes rechazan a los políticos que emergen de la actual clase dirigente y piden líderes independientes, de preferencia tecnócratas que no hayan participado en un ningún gobierno desde 2003, cuando fue derrocado el dictador Sadam Husein tras una ofensiva militar estadounidense.

«El gobierno es rehén de los partidos corruptos y de las divisiones confesionales. Vamos a seguir protestando», prometió Sattar Yabbar, manifestante de Nasiriya.

«Seguiremos pese a la represión de las autoridades y de los hombres armados de las milicias«. Así lo aseguró a su lado Ali Jihad, otro joven manifestante en esa ciudad.

Intimidación y bloqueos

A partir de diciembre, la violencia en las calles y los disparos contra las manifestaciones se redujeron dando paso a una intensa campaña de intimidación.

Varios activistas han sido asesinados, casi siempre por tiros de balas y generalmente en plena calle. Decenas han sido secuestrados, cuando volvían a casa tras tomar parte en las protestas, en ocasiones incluso dentro de sus propios domicilios.

Esta campaña, acusa la ONU, está promovida por «milicias» que quieren acallar una revuelta inédita por su espontaneidad y porque está protagonizada mayoritariamente por jóvenes.

Estos últimos, que suponen el 60% de la población, exigen representación en unas instituciones gobernadas por autoridades envejecidas. Cuyos líderes se niegan a dejar paso a las nuevas generaciones.


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