Popocatépetl
Foto: CLAUDIO CRUZ / AFP)

«No nos da miedo», asegura Eufemia entre mugidos, cacareos y chillidos durante una venta de animales cerca del volcán Popocatépetl, que transcurre casi ajena a la intensa actividad del coloso del centro de México.

Su templanza no es fruto de la temeridad. Desde 1994, cuando «Don Goyo«, como llaman al  volcán, se reactivó tras casi siete décadas de quietud, ella ha aprendido a convivir con explosiones, fumarolas, pequeños sismos y caída de ceniza en distintos períodos.

«Ya estamos impuestos (acostumbrados) desde 1994. Ya no nos da miedo», dijo este jueves sonriente la mujer de 65 años de edad en el municipio de San Andrés Calpan, a unos 25 kilómetros de la «montaña que echa humo» (Popocatépetl en lengua náhuatl).

Eufemia intenta vender una docena de aves de todos los tamaños, incluidos pavorreales, durante un «tianguis» o mercado itinerante que se instala todos los jueves en esta localidad del estado de Puebla.

Junto con sus aves, otros comerciantes ofrecen caballos, ovejas y vacas, además de alimentos, comida preparada, ropa, forraje y aditamentos para el campo en esta feria que replica un modelo de comercio prehispánico.

Popocatépetl

Al fondo, por momentos, las nubes dejan ver imponente a «Don Goyo» con su fumarola, que el viento bondadoso desvía hacia el otro extremo del enorme terreno donde está el «tianguis».

En las últimas horas el volcán registró 19 exhalaciones y también tremores, señal sísmica asociada al movimiento de fluidos al interior del conducto. En algunos poblados se redujo la caída de ceniza.

Debido a ello se mantiene la alerta amarilla fase 3, a la cual fue elevada el domingo tras una intensa lluvia de ceniza que obligó a suspender, durante algunas horas, las operaciones en los dos aeropuertos que sirven a Ciudad de México.

Se trata del nivel previo al rojo de alta peligrosidad, que obligaría a realizar evacuaciones. Pero a Eufemia no se le cruza por la mente dejar su casa.

«Tenemos nuestros animalitos, y si nos salimos, los rateros se aprovechan», justifica en diálogo con la AFP.

De hecho, ni ella ni su familia evacuaron en el 2000, cuando se ordenó desalojar a unos 50.000 pobladores de comunidades cercanas al volcán.

Espantados

La multitud que acude al mercado permanece indiferente a la actividad del coloso, más ocupada en acomodar a los animales o en cerrar una venta.

Pero a unos metros del puesto de Eufemia, Domingo de los Santos, de 45 años de edad, se expresa con prudencia mientras batalla para convencer a una pareja interesada en algunos cerdos que lleva en dos camiones.

«Ya denme 5.000 (pesos o unos 250 dólares) de buena voluntad para comerme un taco», exhorta a los clientes, quienes responden que lo pensarán y quizá regresen más tarde.

«Sí ha afectado el volcán, la gente no quiere salir, está espantada, temerosa, sí bajo la venta. Hoy he vendido solo tres marranos. ¡Imagínese!, no hay mucha gente», afirma De los Santos resignado.

Contrario a muchos vecinos de la montaña que no quieren ni imaginar un desalojo, este hombre ya tiene un plan en caso de alerta roja.

«Con la pena, los animales se quedarían, ahora lo importante son los humanos, los familiares. Si hay alguna contingencia, nada más agarrar la bolsa y vámonos», señala, al explicar que ya apartó la documentación más importante.

Mientras tanto, en Santiago Xalitzintla, la comunidad de unos 2.000 habitantes más cercana al volcán, las calles lucían con poca gente y la ceniza daba tregua, pese a lo cual las autoridades seguían repartiendo cubrebocas y revisando signos vitales afuera del palacio municipal.


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