Salvo Nueva York, ninguna otra gran ciudad de Estados Unidos ha tenido más casos de coronavirus en las últimas semanas que Miami (Florida). Pero si vivieran en el Estado del sol -apodo oficial de la entidad-, ni se darían cuenta.

Las playas desbordan de turistas que aprovecharon las vacaciones de primavera, las rutas del estado están colmadas. Y los fines de semana ha vuelto a ser imposible conseguir mesa en los restaurantes sin reserva previa. En Miami Beach hay carteles que invitan a una “Vacación Responsable”, dando por sentado que la gente está de vacaciones.

Nada de esto es una novedad en Florida, que durante el peor momento de la pandemia frenó un poco su ritmo, pero solo se encerró muy brevemente. Por el contrario, en gran parte del estado hay una sensación de súbita prosperidad, de ganas de recuperar los meses perdidos.

Impulsado por los neoyorquinos y los californianos que se siguen mudando al estado, el mercado inmobiliario de Florida está en ebullición. Y las inmobiliarias han salido a reclutar agentes y vendedores casa por casa. El índice de desempleo en Florida es de 5,1%, frente a 9,3% en California, 8,7% en Nueva York y 6,9% en Texas ¿Y la discusión sobre la apertura de las escuelas? Quedó saldada hace meses: los niños asisten a clase desde septiembre.

Para bien o para mal, el experimento de Florida de “vuelta a la vida como era antes” permite vislumbrar lo que se vivirá en muchos estados en las semanas por venir, cuando avancen hacia la próxima fase de la pandemia: la etapa en la que empieza a terminar.

“El sur de la Florida en este momento está que explota”, se jactaba recientemente el gobernador republicano del estado, Ron DeSantis.

Agregó: “Los Ángeles no está que explota, y Nueva York tampoco”.

Economía en Florida

Afirmar que lo que vive Florida es un boom de prosperidad sería exagerado. Aunque el estado se encuentra en pleno funcionamiento desde finales de septiembre, su economía depende del turismo y sigue muy golpeada. Tiene un déficit de 2.700 millones de dólares que demandará una enorme inyección de fondos del gobierno nacional. El condado de Orange, donde se encuentra la ciudad de Orlando, tuvo la peor recaudación impositiva de cualquier enero desde 2002.

Más de 32.000 residentes de Florida murieron en la pandemia, un costo inconcebible en vidas humanas que las autoridades del estado siempre prefieren soslayar. Durante las últimas 2 semanas, el condado de Miami-Dade ha promediado más de 1.000 nuevos casos diarios de covid-19, y se ha convertido en uno de los focos más activos de la enfermedad en el país. Y se cree que Florida también tiene la más alta concentración de la variante supercontagiosa B.1.1.7, detectada por primera vez en Gran Bretaña.

Sin embargo, la tasa de mortalidad de Florida no es peor que el promedio nacional, y es incluso mejor que la de algunos estados que impusieron restricciones, a pesar de su gran cantidad de jubilados, turistas y jóvenes que visitan el estado en busca de fiesta. En gran parte de la entidad ha disminuido el número de casos y hospitalizaciones. Las decenas de miles de personas que murieron fueron de alguna manera el resultado de un gran regateo tácito: el precio que se pagó por preservar el empleo, la escolarización, y según algunos, la cordura, de la mayor cantidad de personas.

“No hay mejor lugar para pasar la pandemia que Miami”, dice Patricia García, escritora independiente de 34 años de edad que se mudó de Nueva York en 2017. Su hija de 5 años va a la escuela desde agosto. Y desde julio manda a su hijo de 1 año a una guardería.

García es demócrata y dice que inesperadamente se encontró defendiendo las políticas de DeSantis ante las críticas de sus amigos neoyorquinos.

“Acá la gente pudo trabajar y los chicos pudieron ir a la escuela”, dice. “Florida tiene reputación de ser tierra de locos, pero lo prefiero mil veces a estar en California, Chicago o Nueva York”.

El modo en que Florida abordó la pandemia enfureció a mucha gente. Cuando el estado se negó a cerrar las playas hubo una oleada de indignación nacional, aunque en retrospectiva la decisión resulta obvia, dado que la gente está mucho más segura al aire libre.

Quienes viven en otros estados y tienen familiares jubilados en Florida se preocuparon por los riesgos para sus seres queridos. Pero DeSantis consideró una prioridad proteger a la gran cantidad de adultos mayores que viven en el estado, prohibiendo hasta octubre las visitas a los geriátricos y poniendo de inmediato en primera fila para la vacuna a los mayores de 65 años. Y a partir del lunes se agregan los mayores de 60 años. Florida tampoco permitió que los hospitales devuelvan a los pacientes dados de alta de coronavirus a hogares de ancianos, a diferencia de Nueva York, una política que probablemente evitó más muertes.

Sin embargo, los así llamados “centros de atención a largo plazo” de Florida siguen aportando un tercio de las muertes por el virus; y aunque los decesos están en sus niveles más bajos desde noviembre, hay otras señales más preocupantes. Durante la primera semana de marzo, el número de pacientes con Covid-19 en las unidades de terapia intensiva del sistema Jackson Health, la red de hospitales públicos más grande del estado, aumentó en un 10%, para después empezar a disminuir, dice el doctor Peter G. Paige, director clínico de la red. “Queda claro que no podemos bajar la guardia”, dice.

Florida nunca impuso la obligatoriedad de la mascarilla en lugares públicos en todo el estado, y en septiembre DeSantis les prohibió a los condados la imposición de sus propias medidas a escala local. Esta semana, el gobernador condonó las multas pendientes relacionadas con el virus, afirmando que la mayoría de las restricciones “no resultaron efectivas”.

A pesar de los esfuerzos de la ciudad para disuadir el turismo de primavera, los hoteles de Miami Beach no dan abasto con las reservaciones.

Un grupo de amigos de Indiana vuelve de la playa en sandalias y traje de baño. “Allá en Indiana hacía mucho frío y vinimos a pasarla bien unos días aquí”, dice Alli Hahn, de 22 años de edad, estudiante de último año de la universidad.

Encontraron pasajes de ida y vuelta en avión por 96 dólares y alquilaron un apartamento barato en Airbnb. Hasta ahora, dicen, ha sido una escapada “tranquila”. Beber alcohol en la playa está prohibido, y la policía se ocupa de hacerlo cumplir. A partir de medianoche, sin embargo, sigue rigiendo el toque de queda.

Pero están en Florida y es primavera. “Después de un año cargado, necesitaba un recreo”, dice Christine Gordon, de 22 años.

Cerca de allí, un cartel les recuerda “usar mascarilla en todo momento”. Ninguno de ellos lo hace.

Traducción de Jaime Arrambide

Por Patricia Massei


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