En la actualidad en las calles de Perú es común ver venezolanos atendiendo en puestos de servicios o haciendo colas en las oficinas del Ministerio de Relaciones Exteriores. Nunca como en estos tiempos hemos visto una migración tan grande como la del país llanero. Ni siquiera aquella que trajeron chinos y luego japoneses, hace más de un siglo. Hay ya alrededor de 100.000 venezolanos. Tres de cada cuatro están en calidad de turistas, pero buscan cómo quedarse en el país. 

Perú no ha destacado por ser un país que acoge migrantes y está muy por debajo de los históricos Argentina, Venezuela, México y Brasil. Quizá por eso, junto con el resto de países andinos, actualmente se ofrecen mejores condiciones migratorias.

El flujo migratorio de venezolanos se debe a las condiciones económicas de ese país, Venezuela pasó de ser un país de inmigrantes a uno de emigrantes, contrario a lo que ocurría en las décadas de los 60 y 70, en las cuales muchos peruanos vieron en el país petrolero las oportunidades que no encontraban en Perú. Se radicaron con sus familias o las crearon. Es decir, el país receptor de migrantes muestra un signo de buenas condiciones económicas, en este caso el Perú, en contraste con Venezuela.

Esta situación se explica por el fracaso de la revolución bolivariana iniciada por Hugo Chávez en 1999; luego de su muerte, en 2013, seguida por Nicolás Maduro. Con casi dos décadas en el poder, el chavismo ha hecho de Venezuela un país con la mayor crisis económica de su historia, con desabastecimiento y escasez de alimentos, lo que explica la cantidad de migrantes que hoy vemos en nuestro país.

Pero Chávez había creado una base de apoyo firme, con una exitosa maquinaria estatal que le permitió construir el mayor populismo clientelar que se recuerde alrededor de su figura carismática sobre la base de un espectacular ‘boom’ petrolero. Esa década y media no eliminó, sino que acrecentó la inseguridad y la red de corrupción estatal de un aparato ineficiente que despilfarraba fondos públicos provenientes del petróleo y también de una cuantiosa deuda externa.

Maduro no pudo desarrollar el mismo estilo de gobernar en un contexto en el que el precio del petróleo descendió y la oposición creció, teniendo que hacer uso de la represión (2017: 127 muertos), la concentración del poder, desconociendo instituciones representativas como la Asamblea Nacional, mostrando con mayor claridad la cara autoritaria del régimen.

Venezuela es un país que en 2017 tuvo una hiperinflación de 2.216% y una caída de 15% de su PBI, donde ocurre el mayor número de saqueos, bloqueos de carreteras y una población debastada al borde de una crisis humanitaria.

El Grupo de Lima, en el que están representados catorce países latinoamericanos, rechazó la convocatoria de Maduro a elecciones presidenciales anticipadas, que buscaría aprovechar la división en la oposición política y la inhabilitación de sus principales líderes (Henrique Capriles y Leopoldo López) de poder candidatear.

Maduro jamás permitirá entregar el poder luego de una derrota en las urnas. Mientras tanto, los venezolanos seguirán cruzando sus fronteras en busca de una vida mejor, sacrificando la distancia de sus hogares.


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