Vista general este 11 de agosto del puente Internacional de El Paso, en la frontera entre Estados Unidos y Ciudad Juárez | EFE

Una semana después del mayor crimen de odio en Estados Unidos contra hispanos, muchos mexicanos evitan cruzar de Ciudad Juárez hacia El Paso, Texas, ante el temor de que haya nuevos ataques indiscriminados.

A pesar de ser un fin de semana libre de impuestos en la compra de útiles escolares, el flujo de personas es mucho menor en los puentes para cruzar a El Paso, en una muestra del impacto del tiroteo a quemarropa en el que murieron 22 personas, ocho de ellas mexicanas, en el centro comercial Cielo Vista el sábado 3 de agosto.

«Ya la gente no quiere ir a comprar después del ataque. Ha habido un 50 por ciento menos de cruces durante esta semana», asegura a Efe Álex Méndez, de 46 años de edad, que se gana la vida llevando maletas y bultos en un carrito de supermercado de las personas que pasan caminando.

En el centro comercial Cielo Vista de El Paso se encuentra una de las tiendas Walmart, con más ventas en Estados Unidos por las compras de mexicanos de Ciudad Juárez y otras localidades fronterizas, y que fue elegida por Patrick Crusius para efectuar la masacre.

Crusius, de 21 años de edad, admitió ante la policía ser el autor del hecho y aseguró que lo hizo con la intención de matar a mexicanos como respuesta a lo que considera la invasión hispana de Texas.

Cientos de personas rechazaron este sábado el movimiento de la supremacía blanca y el odio contra la comunidad latina en una protesta en El Paso que fue convocada por la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos.

Al otro lado de la frontera, los 1,3 millones de habitantes de Ciudad Juárez y de otras localidades han reaccionado con temor ante el ambiente de rechazo y odio hacia los mexicanos. Durante el fin de semana los puentes internacionales hacia El Paso estaban casi vacíos, un paisaje que difiere del de las habituales largas filas de vehículos a uno y otro lado de la frontera.

El fideicomiso de Puentes Fronterizos de Chihuahua, que regula el cruce en la parte mexicana, no tiene aún datos estadísticos del número de cruces de este fin de semana, aunque sea palpable la caída en el tránsito de vehículos o de personas que lo hacen a pie.

«Fui a El Paso de visita a mi familia y, de paso, compré leche y huevos, que están más baratos. No tengo miedo, en Juárez me ha tocado ver cosas más feas», dice María González, de 47 años de edad, que vende ropa en un mercado de segunda y que es una de las pocas personas que ha cruzado al otro lado de la frontera.

En Ciudad Juárez, ciudad más peligrosa del mundo por cuatro años consecutivos durante la llamada guerra contra el narcotráfico, han sido asesinadas en este año más de 920 personas.

Los crímenes se producen a cualquier hora del día y de la noche, en espacios públicos como tiendas, en frente de escuelas y en la calle.

El martes en la tarde, una pareja de jóvenes fue acribillada a unos diez metros de la entrada del puente fronterizo Paso del Norte, una de las zonas más vigiladas de la ciudad, con cámaras y soldados, a unos diez minutos a pie de El Paso.

De ninguna de las personas se suele saber públicamente sus nombres, sus historias y menos quiénes fueron sus asesinos, en una ciudad donde 97% de los crímenes permanecen impunes, según datos oficiales.

Los juarenses, que se han acostumbrado a vivir con la violencia, han regresado a convivir en espacios públicos a pesar de que el índice de violencia está entre los cinco más altos del mundo y hay días en los que se asesina como en los peores tiempos.

Los que tienen una tarjeta fronteriza de cruce o nacieron en el lado estadounidense de la frontera pueden ir a El Paso para compras, trabajar, estudiar o disfrutar de sus amigos y familiares, que, por su parte, no se atreven a cruzar a Ciudad Juárez.

La mayoría de los mexicanos que han cruzado esta semana la frontera a El Paso son de Ciudad Juárez, mientras que otras de las localidades vecinas han evitado hacer sus compras en el lado estadounidense.

«Desde el ataque he ido a El Paso tres veces. Dos veces para comprar en Walmart pero a otro local, no al de Cielo Vista, y otra para recoger a mi hijo del aeropuerto», afirma Cecilia Andujo, de 59 años.

«La gente de la frontera vivimos marcados por la violencia y estamos acostumbrados a que la vida sigue. Por eso, no tenemos tanto miedo ahora como la gente de El Paso y otras ciudades», afirma.

Andujo, quien tiene dos hermanos, ciudadanos estadounidenses, viviendo en El Paso desde hace más de veinte años, dice que ellos sí tienen miedo.

El día de la masacre, en Juárez fueron asesinadas solo cuatro personas, a diferencia de los 22 muertos de El Paso. Sin embargo, durante esta semana se ha superado la cifra de asesinados en la masacre; en esta ciudad por donde se trafica una buena parte de las drogas que se consumen en Estados Unidos.

«No están acostumbrados a la violencia. Ahora mi hermana de El Paso va sola a la tienda, no quiere exponer a sus hijos y tiene miedo de que vayan a hacer algo en las escuelas. Para ella sí fue sorpresa» la masacre que provocó Patrick Crusius, señala Cecilia Andujo.


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