trabajadores de la salud

En un año marcado en todos los ámbitos por la pandemia del coronavirus el Grupo de Diarios América (GDA) quiso reconocer la labor de la comunidad médica y de los miles de trabajadores de la salud que sacrificaron sus intereses personales y sus vidas familiares por atender a los pacientes que llegaban con una enfermedad nueva y, por lo tanto, de consecuencias desconocidas.

Estos testimonios representan los esfuerzos y la invaluable labor que han realizado los trabajadores de la salud durante la una crisis sanitaria que ha remecido la economía, la política y la vida en sociedad como la conocíamos.

Venezuela

“Es imposible olvidar esta pandemia”

trabajadores de la salud
Maríaa Graciela López

María Graciela López, infectólogo pediatra, presidenta de la Sociedad Venezolana de Infectología y profesora de postgrado de Infectología Pediátrica, dijo que pese a las carencias –reforzadas por la crisis interna que Venezuela arrastra hace años– la pandemia consolidó su vocación. “El haber tenido la oportunidad de estar aquí y atender a los pacientes venezolanos en esta pandemia ha sido una bendición. Yo no cambiaría estar en ninguna parte del mundo”, señaló.

“Nuestro sistema de salud está desmantelado, con una capacidad de respuesta disminuida; hay desabastecimiento en varios rubros importantes, que no son solo medicamentos; sin hablar del personal de salud, que es cada vez menor en el sector público y con unos sueldos que no permiten la subsistencia; con una infraestructura deteriorada y sin servicios básicos”, indicó.

Para la doctora López, fue muy doloroso ver familias que se hospitalizaron y no salieron completas porque falleció alguno de sus miembros e insistió en la afectación en el aspecto psicológico y psiquiátrico: “El aislamiento estricto del paciente y la falta de contacto con sus familiares fueron muy duros. Nos tocó tratar a los pacientes emocionalmente”. Agregó que fue muy triste palpar la soledad de muchos adultos mayores ya que sus “hijos y familiares cercanos están fuera del país”.

López destacó el trabajo de las agencias internacionales y de ONG que han facilitado muchos de los equipos de protección de los trabajadores de la salud, y resalta lo satisfactorio que ha sido el trabajo en equipo, ayudado por la tecnología.

Y aunque por momentos parezca que hay una salida pide no bajar la guardia. “Hemos vivido el impacto de esta enfermedad. Es imposible olvidarla”, subrayó.

Por José Gregorio Meza. Video: Kenny Linares. El Nacional.

Argentina

“Acá nadie flaqueó”

Alberto Crescenti, el jefe del SAME. Foto: Ricardo Pristupluk

Para Alberto Félix Crescenti, de 67 años de edad, director del Servicio de Atención Médica de Emergencias (SAME) de la Ciudad de Buenos Aires, la pandemia ha sido el desafío más complejo de su larga carrera. “Fue algo absolutamente inesperado a nivel mundial”, aunque agregó que el equipo que conduce, tanto en recursos humanos como materiales, estaba listo para hacerle frente al covid-19.

Y aunque los casos mermaron, hubo un gran número de pérdidas humanas.

Pese a las dificultades, Crescenti cree que el equipo se ha fortalecido: “Lo positivo es tener un sistema como este, integrado por profesionales de excelencia. Es un equipo sufrido, con mucha entrega y mucha mística. Cuando te enfrentas a algo desconocido, hay que tener lo que se necesita para enfrentarlo, porque el miedo está, uno piensa en la familia, pero acá nadie flaqueó”.

Se confiesa ansioso por la llegada de una vacuna, mientras alerta que la pandemia no ha terminado y que sería difícil volver a implementar una cuarentena estricta en un contexto de mucho cansancio psicológico y económico. “El equipo médico va a ser de los primeros en vacunarse. Estamos expectantes a la información que nos entregue nuestro ministro de Salud para definir qué vacuna nos damos, debe ser segura, este equipo no puede caer”, indicó.

Por Alejandro Horvat, La Nación.

Brasil

“Es necesario demostrar cómo funciona el proceso científico”

trabajadores de la salud
Natalia Pasternak

La microbióloga Natalia Pasternak se volvió una de las voces centrales de la campaña de la comunidad científica brasileña contra la desinformación sobre la pandemia que salía del gobierno de Jair Bolsonaro. Durante el año fue una comunicadora científica de inaudita intensidad, con la urgencia de alguien que sabe que ese trabajo salva vidas.

“La principal dificultad de difundir ciencia durante la pandemia fue la avalancha de desinformación generada por fuentes oficiales y que justo por ello tienen credibilidad, como el gobierno federal y el Ministerio de Salud”, contó Pasternak.

Escribió posts y grabó videos destacando la importancia de medidas básicas para impedir la propagación del coronavirus, al tiempo que creó eventos virtuales de información científica sobre el Sars-CoV-2 que reunieron algunas de las mentes científicas más brillantes de Brasil. “No es suficiente refutar a las autoridades. Es necesario demostrar cómo funciona el proceso científico, es decir, como se hace la ciencia”, aclaró.

Pasternak, de 44 años de edad, es directora-presidente del Instituto Questão de Ciência, que maneja la educación científica centrada en la formulación de políticas públicas. En octubre, fue la primera brasileña elegida para integrar el Comité para la Investigación Escéptica, organización que combate la pseudociencia internacionalmente.

También es investigadora en la Universidade de São Paulo (USP) y miembro del Equipo Halo, iniciativa de Naciones Unidas que reúne a profesionales que trabajan en el combate a la pandemia. “Cada persona que lleva la mascarilla puesta, que ha dejado de creer en la cloroquina y confía en las vacunas me hace pensar que ha merecido la pena”, dijo.

Por Renato Grandelle, O Globo.

Chile

“Hasta su último suspiro”

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Astrid Jerez Pinilla

Astrid Jerez Pinilla es una enfermera clínica especialista en alivio del dolor y cuidados paliativos que pasó de tener pacientes ambulatorios a trabajar tiempo completo con hospitalizados por covid-19 en el Hospital Barros Luco Trudeau (San Miguel, Santiago de Chile). En ese centro médico de alta complejidad, que atiende  a 1,3 millones de personas, se instaló la primera Unidad de Cuidados Proporcionales (UCP) para este tipo de pacientes en el sistema público chileno.

“Esto marcó un desafío personal enorme, porque además de recibir las capacitaciones a nivel institucional, volví a estudiar y repasar protocolos. Todo esto, con una sensación de miedo y angustia, porque no sabía a lo que me iba a enfrentar y por mis hijos, de 2 y 4 años”, dijo.

Una vez que pudieron poner en pleno funcionamiento la UCP pudo “interiorizar a mis colegas en el mundo de los cuidados de fin de vida”.

“En este período fue donde empecé a ver lo más duro de la pandemia: la soledad de la muerte. En nuestro equipo, para humanizar la atención y acompañar a quienes se encontraban en su fase final, establecimos —mediante el uso de tecnología y llamadas diarias a los familiares—, un puente con ellos, entregándoles información oportuna. Incluso se permitió que los más cercanos —bajo estrictas medidas de seguridad y siempre que se pudiese— visitaran a los pacientes”, relata Astrid. “Esto creo que ha sido lo más agradecido por las familias y, en lo personal, uno de los aspectos más positivos de esta pandemia, porque sentí que efectivamente era un aporte en ese servicio y porque acompañamos a las personas, desde su llegada al hospital, hasta su último suspiro”, señaló.

Por Max Chávez, El Mercurio.

Costa Rica

“A ninguno nos pasaba covid-19 por la cabeza”

María Paz León Bratti

Era un miércoles de marzo. La especialista costarricense en Medicina Interna e Inmunología, María Paz León Bratti, recibió en su consultorio privado a un colega suyo, por un problema alérgico. “Venía  febril y cuando lo examiné tenía una franca neumonía”, recordó. Ni la mascarilla era obligatoria, ni se hablaba del distanciamiento físico y las noticias de la enfermedad eran solo del extranjero.

“Me contó que venía llegando al país. Estaba desaturado, le recomendé antibióticos y que se vigilara, pero a ninguno nos pasaba covid-19 por la cabeza”, señaló.

A los pocos días ese paciente sería identificado como el “caso cero” en Costa Rica y después como un “super diseminador” porque en el hospital donde trabajaba como ginecoobstetra contagió, sin saber que tenía la enfermedad, a decenas de personas.

Bratti también se contagió en la primera atención al “paciente cero”. Se autoconfinó durante cuatro semanas y no desarrolló una enfermedad grave.

Su paciente y colega falleció en abril. Fue de las primeras víctimas mortales por causas relacionadas al covid-19.

Nueve meses después, Bratti sigue vinculada al combate a la pandemia y coordina las unidades que atienden a estos enfermos en el Hospital México, donde llegó el “paciente cero”.

La especialista, que ha trabajado durante varias décadas con personas infectadas con VIH, considera que esta pandemia ha enseñado la importancia de la responsabilidad en el cuidado personal. “Aquí le aconsejamos a los pacientes: aunque estén mal crean que van a salir. Hay que ser muy positivos y enfrentar la enfermedad con optimismo”, manifestó.

Por Angela Avalos, La Nación.

El Salvador

“Tuvimos que ingeniarnos en coordinación con otras disciplinas”

Jorge Panameño. Foto: Germán Espinosa

Lo más doloroso de la pandemia, dice el infectólogo Jorge Panameño, ha sido “ver pacientes que fallecían, otros que estaban en el suelo esperando una cama. Ver a los colegas clamar por equipo para protegerse, saber de los trabajadores de la salud muertos en el cumplimiento de su deber porque les faltó equipo para protegerse, o atención una vez enfermos”. El médico salvadoreño recuerda también el costo emocional que significó la muerte de familiares y colegas.

Habla de las dificultades que el personal de la salud ha tenido en El Salvador, donde “no pudimos unir esfuerzos, por más que intentamos, con el sistema de salud estatal, para poder aportar la experiencia que los años de ejercer nos han permitido acumular” a lo que se sumó la falta de camas hospitalarias, tanto en el ámbito público como en el privado. “Tuvimos que ingeniarnos en coordinación con otras disciplinas como la enfermería y la terapia respiratoria para dar atención a domicilio”, indicó.

Pese a las carencias y al sacrificio de postergar a su propia familia para poder atender, reconoce algo positivo en la atención a sus pacientes, al ver que “se recuperan después de pasar periodos especialmente críticos, y vuelven con sus familias”.

Y destaca que hoy la experiencia acumulada “nos ha servido mucho para colaborar aún más”.

“Con esta enfermedad cada día aprendemos algo nuevo, pasarán muchos años antes de poder manejar todos los aspectos que involucra”, aseguró.

Por Mariana Belloso, La Prensa Gráfica.

México

“Uno es el medio de comunicación” entre los pacientes y su familia

Ivalu Carmona

Ivalu Arcelia Carmona Campos es médico urgencióloga y está orgullosa de pertenecer al personal de salud que combate la pandemia. Y su entrega en estos nueve meses de batalla sanitaria en México le valió la condecoración con la medalla Miguel Hidalgo, en Grado Cruz. La urgencióloga no se ha contagiado, aunque sí padeció un trastorno de angustia. Su esposo, de la misma profesión, sí se contagió, y estuvo delicado.

Para ella, la mejor parte es cuando un paciente con coronavirus mejora, sobre todo en los casos más graves. Pero también está el otro lado de la moneda: “Es triste y te sientes frustrado porque no puedes hacer más, ya la enfermedad está tan avanzada que aunque los intubes sus pulmones están fibróticos y no tienen capacidad para recibir el volumen adecuado de aire del ventilador”, explicó.

La doctora Carmona, madre de una niña de 10 años de edad, indicó que entre las cosas más difíciles está el impedimento de visita de los familiares a los enfermos, porque las personas no se pueden despedir de sus seres queridos. Por eso celebra que se hayan implementado medidas de las que ella fue promotora, como las llamadas telefónicas o videollamadas.

“Uno es el medio de comunicación. Muchas veces presto mi teléfono y si el paciente está estable me retiro… pero cuando están graves estoy presente, ante cualquier duda de un familiar. Es cuando me ha costado mucho trabajo porque hablando con el familiar se me quiebra la voz, es muy difícil explicarles enfrente del paciente que está grave, pero a veces es lo que uno quiere, lo pide, hablar con un familiar porque no sé si después de intubarme voy a salir adelante o no”, dijo.

Por Perla Miranda, El Universal.

Perú

“No tomarnos nuestro tiempo nos ha hecho mucho daño”

Juan Carlos Celis

Un video recorrió WhatsApp y Facebook. Tenía información real, verificada. Era el  infectólogo Juan Carlos Celis, jefe del Departamento de Enfermedades Infecciosas del Hospital Regional de Loreto, compartiendo las lecciones aprendidas en Iquitos y señalando cómo la estrategia dictada desde el Ministerio de Salud no era la más adecuada, menos para localidades tan lejanas como las de la Amazonía.

“Respondimos lento, tarde y, muchas veces, mal. Es una crisis de salud pública que ha puesto en crisis todo lo demás, incluida la ciencia. Nos hemos sometido a una especie de miedo, susto y desesperación que nos ha hecho flexibilizar el rigor del que normalmente alardeamos en la ciencia. No hemos vivido epidemias como esta en muchos años y supongo que eso es lo que hace que en muchas partes se esté sintiendo lo mismo”, dijo.

Reconoció que en esta pandemia se pudo hacer mucho más. “Por desesperación y premura me dediqué solo a atender y no a sacar, más rápido de lo que yo hubiera querido, una enseñanza. Ese mes y medio que demoré en darme cuenta de los errores que estábamos cometiendo, creo que pudieron haber sido solo dos semanas si hacía un estudio simple, dividiendo a los pacientes en dos grupos, viendo a quién le doy y a quién no (un tratamiento). Era una situación nueva y no nos dimos cuenta de que no estábamos haciendo bien en administrar medicamentos con desesperación. Por eso mi posición es firme: no estoy de acuerdo con quienes dicen que no hay tiempo. Por el contrario, creo que no tomarnos nuestro tiempo nos ha hecho mucho daño”, reflexionó.

¿Si llega una segunda ola hoy estarían preparados? Celis le tiene miedo a esa palabra, pero reconoce que están mucho mejor que a mediados de año. Sin embargo, sabe que no se puede bajar los brazos y que la amenaza sigue dando vueltas.

Por Bruno Ortiz Bisso, El Comercio.

Puerto Rico

“Vale más una onza de prevención que una tonelada de tratamiento”

Fabiola Cruz

Todo comenzó en abril con unos vehículos con altoparlantes educando sobre el covid-19 en Villalba, un pueblo cerca del centro de Puerto Rico. Pero para la epidemióloga Fabiola Cruz (28 años de edad) no era suficiente: el mejor plan para enfrentar la enfermedad era identificar a los infectados, rastrear contactos y hacer pruebas.

“Leí la respuesta de Singapur a la pandemia y comencé a buscar el protocolo de rastreo de contactos y el protocolo del ébola. Lo adopté a los períodos de incubación y al período infeccioso del coronavirus y se lo presenté al alcalde”, relató Cruz, candidata a un doctorado en Microbiología Médica.

El Sistema de Rastreo de Contactos Municipal arrancó un jueves y 24 horas después identificó al primer contagiado. Ante la ineficiencia del gobierno estatal para rastrear a los contactos, la iniciativa de Cruz se replicó en los 78 pueblos de la isla y ahora cuenta con sobre 600 empleados y un presupuesto de casi 30 millones de dólares.

La epidemióloga confesó que lo más doloroso de la pandemia ha sido no poder ver a su familia por tres meses. A eso se sumó el día cuando supo que su marido se infectó y presentó síntomas; de inmediato, ella se aisló y no se contagió.

Lo positivo de la pandemia, según la experta, es que Puerto Rico y el mundo reconoció la importancia de la salud pública. “Como dicen, vale más una onza de prevención que una tonelada de tratamiento”, explicó.

Por José Orlando Delgado Rivera, El Nuevo Día.

Uruguay

“Ayudar es un deber”

trabajadores de la salud
Cibeles Franchi

A fines de marzo Uruguay daba los primeros pasos en su lucha contra el coronavirus, con la ventaja de haber tenido su primer caso con cierto retraso y haber podido aprender de las experiencias de otros países.

A nivel local la situación estaba bajo control pero un crucero con más de 200 personas anunció que muchos de sus pasajeros tenían síntomas de covid-19. El “Greg Mortimer,” un barco turístico con pasajeros de más de 10 nacionalidades, navegaba desde Argentina buscando un puerto en el que le brindaran asistencia.

Tras fondear a 20 kilómetros del puerto de Montevideo, comenzó el operativo para realizar un corredor humanitario que permitiera a los pasajeros volver a su país. Pero antes se necesitaba un informe sanitario y la única forma era subir médicos a bordo.

“Ayudar es un deber, nuestra formación lleva a que sea algo natural. Es nuestro deber ético y moral ayudar”, aseguró Cibeles Franchi, una de las médicas intensivistas que aceptó el desafío y junto a una delegación uruguaya navegó hasta el crucero  y subió a atenderlos y dar un reporte.

Los médicos realizaron su análisis, atendieron y desembarcaron a los necesitados y días después el barco pudo llegar al puerto. Un tripulante fue internado y falleció. Los demás retornaron a sus países.

“Gracias Uruguay”, pintaron en una sábana dos de los pasajeros cuando el Greg Mortimer llegó al puerto de Montevideo.

Por Faustina Bartaburu y Mateo Vázquez, El País.

Trabajadores de salud: salvaron vidas y el sentido de responsabilidad colectiva

Por Christopher Sabatini*

Para el Grupo de Diarios América (GDA)

La pandemia de covid-19 ha vuelto a poner la atención del mundo en las políticas sociales y en la responsabilidad de proteger a los ciudadanos. Lo ha hecho de la forma más poderosa posible, con un rostro humano, o rostros, en el caso de los trabajadores de la salud de primera línea reconocidos como Personaje del Año por el Grupo de Diarios América (GDA).

Casi medio siglo después de la década perdida de la crisis de la deuda y las reformas que le siguieron para reducir el tamaño del Estado, nuestra apreciación colectiva sobre la responsabilidad moral que tiene una sociedad de proteger a los más vulnerables, y el coraje y el sacrificio de aquellos que lo hacen, puede ser la mejor -y quizás única- cosa positiva que salga de esta tragedia global. Pero no es algo menor.

En décadas recientes, la confianza popular global en las instituciones y los políticos se desplomó a niveles peligrosamente bajos, especialmente en América Latina y el Caribe. Las razones fueron múltiples: el fracaso de los modelos económicos estatistas en los 70; justicia desigual e inaccesible; políticas y protecciones sociales inefectivas; crimen y violencia y, por supuesto, corrupción. El resultado no fue solo una fe decreciente en el Estado y en los funcionarios públicos, sino que también un declive en la confianza interpersonal y la responsabilidad; el contrato social que vincula a las sociedad y gobiernos con sus ciudadanos.

Las contribuciones de los trabajadores médicos de primera línea que este año reconoce el GDA están haciendo más que proteger a nuestras familias y amigos contra un azote viral. Ellos nos han demostrado cómo se supone que las responsabilidades profesionales y personales deben funcionar, en momentos en que muchos de los funcionarios electos nos han fallado (sí, esto incluye Estados Unidos).

El médico infectólogo Juan Carlos Celis difundió información verificada y compartió lecciones aprendidas sobre el covid-19 desde la selva amazónica de Perú, una de las localidades más golpeadas por la pandemia en ese país. María Paz León Bratti trató al primer paciente en Costa Rica; ella contrajo el virus, y después de recuperarse está ahora coordinando las respuestas para el covid-19 en un hospital. Ambos están entre los decenas de miles de trabajadores de la salud que han personificado esas mismas responsabilidades públicas de su vocación profesional.

Esto es lo que significa estar comprometido con el bien público.

Es un recordatorio de la forma en la que los Estados y las sociedades supuestamente tienen que funcionar. Y está muy lejos de la cosificación de los mercados y de las ganancias personales que se personifican en la agenda y la era neoliberal que comenzó en los 90. Ese modelo veía la responsabilidad de los Estados, primordialmente, como una que regula y protege al mercado como un medio para dar rienda suelta a la iniciativa privada y al crecimiento económico. Pero eso fue solo parte de la respuesta a Estados ineficientes, insolvencia pública y desigualdad del despilfarro de los

70 y 80. La otra es lo que estamos viendo ahora: profesionales y sus comunidades dedicadas al bien público, un commodity que recientemente ha sido demasiado inusual entre funcionarios públicos y Estados.

Si estos ejemplos de sacrificio personal y responsabilidad pública son un correctivo a la distorsionada aplicación del modelo neoliberal, también están lejos de la visión corrupta, autocrática y antineoliberal propugnada por gente como el expresidente venezolano Hugo Chávez y los otros que siguieron su camino. Esos eran proyectos personales, construidos en un gasto irresponsable de las riquezas públicas para consolidar su poder y dividir a las sociedades.

El espíritu representado por los profesionales de la salud como los doctores Celis y León señala un cambio en la responsabilidad social y una reingeniería del Estado para proveer a los más vulnerables y protegerlos, dentro del contexto de una estabilidad macroeconómica y de libre mercado, no en lugar de ellos. Y exige que haya una sociedad y una clase política comprometida con esos mismos valores.

Hace un año, comenté sobre el diverso grupo de líderes escogidos como personalidades de 2019 para esta misma publicación. Nunca podría haber predicho la tragedia que seguiría solo unos meses después. En momentos en que escribo esto, el virus ha infectado más de 71,9 millones de personas y se ha llevado más de 1,62 millones de vidas a nivel global, casi 786 mil de ellas en las Américas, incluyendo a Estados Unidos. El año pasado recalqué la falta de coherencia entre los líderes seleccionados, que incluían a Greta Thunberg, la caravana de migrantes centroamericanos, Donald Trump, los manifestantes de Puerto Rico, por nombrar algunos. Me pregunté si volvería a haber un momento en el que los temas que definen nuestra era nos darían claridad a estas luchas sociales y políticas. Ese momento puede que haya llegado, y los reconocidos como el Personaje GDA de este año representan esa esperanza para el futuro.

*Christopher Sabatini, es investigador asociado senior para América Latina en The Royal Institute for International Affairs (Chatham House), Londres.


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