Apuestan a tentar con su gastronomía a nuevos vecinos; adaptan su música clásica a un escenario callejero; limpian vidrios, baños, o venden golosinas en el semáforo. Cualquier recurso es válido en el rebusque cotidiano para los venezolanos que migraron a otros países y ahora renuevan sus esperanzas de volver. A muchas entre las más de 3 millones de personas que salieron de Venezuela desde 2015, el presidente interino Juan Guaidó les ha devuelto la ilusión de que el momento de hacer las maletas para regresar está cerca. Físicamente distantes pero con el corazón (y en bastantes casos, la familia) en su país, no son pocos los que apoyan al líder del Parlamento desde Bogotá, Lima, Quito y otras ciudades de la región. Muchos otros, sin embargo, son escépticos.

“Vale la pena seguir soñando”. Leonel Núñez, de 31 años de edad, llegó a México hace un año. Su ocupación como asesor en campañas políticas se volvió muy difícil ante un gobierno “totalitario”, dice. Cuando se instaló en esta ciudad, se dedicó a limpiar baños y a ser mesero. La urgencia cambió sus prioridades: “Me motivó que mi familia no se muriera de hambre, que tuviera qué comer y cómo vivir”, cuenta Núñez, que ahora es gerente de un restaurante venezolano. Su actual empleo le permite enviar a sus padres y tres hermanos, a quienes dejó en Maracaibo, entre 700 y 800 dólares al mes. Pero aun con ese dinero, no puede asegurar el bienestar de su familia: “Tengo un hermano diabético insulinodependiente. La insulina en Venezuela no se consigue, y si se encuentra, estará por las nubes”, lamenta, sin perder la esperanza. “Para mí no hay dos presidentes, para mí hay uno solo y es Guaidó”, dice Núñez, quien asegura que el dirigente opositor está mostrando a los venezolanos “que vale la pena seguir soñando”.

Música en el exilio. Cinco jóvenes tocan reguetón sinfónico en una calle de Bogotá, capital del país que recibió a más venezolanos que ningún otro del vecindario. Allí, en el exilio, volvieron a reunirse estos cómplices en la música provenientes de Caripito (noreste de Venezuela); ellos aspiraban a hacer carrera en el país que dejaron hace unos 10 meses. Uno a uno fue diciendo adiós a la Orquesta Sinfónica de Caripito, empacó su instrumento y migró. La última en cruzar la frontera fue la chelista Esther García, de 24 años de edad.

“Vine aquí para luchar por una mayor estabilidad y ayudar a mi familia, y volveré a Venezuela cuando el gobierno de Maduro caiga, porque tengo un país por el cual luchar”, dice.

Caja, violonchelo, fagot, cuatro y viola recrean melodías populares, como el éxito “Despacito”, en la misma plaza donde cientos de manifestantes se reunieron en apoyo a Guaidó el 23 de enero.

“Juan Guaidó es el cambio, aunque creo que no es nada más cambiar un presidente sino transformar la mentalidad de muchos venezolanos”, afirma Anthony Fuentes, de 25 años de edad, abrazando su guitarra.

Acomodar al país. En la capital ecuatoriana, seis meses después de haber dejado Venezuela, Jorvi Olivero también piensa en los suyos. En intervalos, el semáforo en rojo le permite ofrecer golosinas a los automovilistas o limpiar sus vidrios a cambio de unas monedas. En esa esquina de Quito, este técnico electromecánico de 23 años edad que se lanzó a la calle luego de perder su primer trabajo en el país de residencia, sueña con regresar a Venezuela, donde lo espera su hija recién nacida.

“Cualquier presidente que se lance lo vamos a apoyar porque lo que queremos es salir de Maduro, no queremos que esté más en Venezuela”, dice el joven, que califica de “fraude” al mandatario bolivariano. “La esperanza que yo tengo con Guaidó es que acomode el país y que lo haga lo más pronto posible”, señala antes de que la luz del semáforo lo llame a la acción.

“Hasta que caiga, no me lo creo”·. En Perú hay más de 650.000 venezolanos. Alexander Taylor, de 25 años de edad y procedente del norte de Maracay, es uno de ellos. A diferencia de otros, se muestra algo escéptico ante la situación en Venezuela. “La expectativa de Guaidó se parece un poco a la que creó Leopoldo López (hoy detenido). Me da un poco de esperanza Guaidó, pero hasta que caiga el presidente actual, no me lo creo”, dice.

Mientras la economía venezolana siga complicada, este joven devenido empleado de un restaurante de la capital peruana luego de abandonar la carrera de Ingeniería en sistemas por falta de dinero, prefiere seguir enviando remesas a su familia. En cambio, Miguel Jerónimo, de 22 años de edad y también empleado en el sector gastronómico, no esconde su optimismo y sus ansias de volver “lo más pronto posible”, aunque sabe que eso puede demorar: “Esta vez, por fin, se va a salir de este gobierno, hay una luz al final, por primera vez se realizan las cosas de manera correcta”, opina.

Un cambio real. “Se me eriza la piel”, dice Mónica Villarroel, de 23 años de edad, instalada en Buenos Aires desde 2016, cuando se le consulta sobre la situación en Venezuela. “Tengo esperanza. Por una vez hay un movimiento a nivel internacional, antes no era el caso. Podemos sentir que hay un cambio real”, dice, en el Caracas Bar, donde trabaja desde que llegó.

Hace nueve meses sus padres se mudaron a un departamento que ella les consiguió en la capital argentina. Pero ninguno se ha desconectado de Venezuela. Dice Villarroel que Guaidó le inspira “un montón de confianza” para avanzar hacia el cambio político y social que cree necesario en Venezuela. Por mucho que extrañe la playa y los plátanos, respira hondo al pensar en regresar: “Mi mamá se muere por volver. Yo, no sé”, confiesa.


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