venezolanos
FOTO Paola Gamboa/EL UNIVERSAL

Aun cuando en Ciudad Juárez existen miles de vacantes disponibles en empresas maquiladoras o particulares, los migrantes venezolanos que desde hace más de un mes esperan para cruzar la frontera hacia Estados Unidos no han conseguido puestos de trabajo en el mercado formal, por lo que han tenido que ingeniárselas para mantenerse.

Según testimonios recabados por EL UNIVERSAL, los migrantes están obteniendo su Forma Migratoria Múltiple (FMM), la cual les da la estancia legal en esta frontera y les permite en teoría conseguir empleo; sin embargo, al momento de buscar una vacante se topan con la limitante de que no cuentan con su Registro Federal de Contribuyentes (RFC), que emite el Servicio de Administración Tributaria (SAT).

Tramitarlo se ha vuelto imposible, pues uno de los requisitos es contar con un domicilio fijo, con el cual no cuentan.

Además, algunas empresas solicitan a sus trabajadores tener una cuenta bancaria, pero para abrirla es necesario también contar con ese requisito.

La falta de techo se ha vuelto un impedimento, y aunque se estima que son más de 1.000 personas originarias de Venezuela las que viven en Ciudad Juárez, solo 60 han logrado obtener un empleo formal.

Ante este panorama y tener ya más de un mes habitando a la intemperie frente al río Bravo, se han dado a la tarea de buscar empleos en construcción, tiendas de la zona centro y colonias cercanas al campamento.

Además están aquellos que han emprendido, ya sea vendiendo dulces en los semáforos, cortando el cabello en la vía pública y hasta cargando celulares.

Cargar celulares para sobrevivir

Frente al río Bravo, justo a la orilla del bulevar de Norzagaray en la colonia Bellavista, está Edison Montes de Oca, quien junto con otros dos migrantes venezolanos instalaron desde hace una semana un negocio de carga de celulares.

Edison tiene 24 años y tomó el negocio que semanas atrás fue iniciado por otro migrante, quien hace días se entregó a las autoridades de la Patrulla Fronteriza en busca del asilo político.

“Estamos acostumbrados a trabajar. Salí primero y me fui con un señor a trabajar en la construcción (…) después de juntar el dinero compré las extensiones, cargadores y montamos, ahora aquí la gente viene a cargar sus teléfonos”, cuenta el joven, quien se desempeñaba como soldador en su natal Venezuela.

Para tener electricidad, los venezolanos rentan la luz a un vecino del sector. Según cuentan, en ratos llegan a cargar hasta 40 teléfonos con un precio de 10 pesos cada uno y baterías portátiles en 20 pesos.

Con su negocio logra salir adelante y ayudar a sus compañeros venezolanos, que al igual que él esperarán hasta el 21 de diciembre para saber qué pasará con las nuevas disposiciones del Título 42 y así saber si mantendrán o no la esperanza de cruzar a Estados Unidos.

“Estamos esperando la respuesta del 21 de diciembre (…) Tener un trabajo formal era más difícil, entonces aquí hay muchas personas que quieren cargar sus teléfonos, aprovechan y nos pagan por eso”, dice.

No obstante, aunque Edison emprendió su negocio, no ha obtenido los recursos suficientes para rentar una casa o un cuarto, por lo cual vive en las más de 300 carpas que están aún instaladas en el bordo del río Bravo.

En cuanto a las razones que lo orillaron a salir de Venezuela, señala que fue la crisis económica, la cual al igual que aquí no le permitía tener una vida digna.


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