No hubo guerra de nomenclaturas. El universo político venezolano estuvo claro que con el fallecimiento del presidente – “comandante eterno” para la jerga oficial– Hugo Chávez, el 5 de marzo de 2013, se consolidó formalmente el chavismo como corriente ideológica y plataforma. 

La figura del militar barinés, reconocida entre propios y contrarios como avasallante, aderezada con su trágica muerte, se convirtió en un tótem incontrovertible capaz de movilizar por muchos años el éxito político de la “revolución bolivariana”.

Un lustro después de su partida física, su heredero político, el presidente Nicolás Maduro, da señales de querer construir su propia parcela en la historia. 

A pesar de los agónicos resultados de su gestión presidencial, que en cinco años ha logrado que Venezuela rompiera récords como ser el único país petrolero con hiperinflación (este año las estimaciones más conservadoras aseguran que cerrará en más de 11.000 por ciento), más de dos millones de exiliados y lograr en ese tiempo tener cinco de las diez ciudades más peligrosas del mundo, el mandatario apuesta a sí mismo con la complicidad de todas las instituciones del Estado.

Con la creación del Movimiento Somos Venezuela (MSV), al margen del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y cuyo logo es una M tricolor que recuerda su apellido, el presidente Maduro inició formalmente el ‘madurismo’ en el que la figura de Chávez, más que un eje temático central, es una figura referencial. 

Inscrito ante el Consejo Nacional Electoral (CNE) como partido político y sugerido por su creador como “un gran movimiento, una plataforma revolucionaria”, es en realidad una instancia pragmática condicionada por tener el ‘carné de la patria’. Esta es la tarjeta de identificación que cuenta con un código QR que les permite a los afiliados tener acceso a ‘bonos protectores’ que ofrece el gobierno de Maduro para paliar la crisis económica o, como prefiere decir, “cuidar a los venezolanos de los efectos del bloqueo económico imperial, de la guerra económica y de las sanciones”. 

Tras meses de operativos y largas jornadas de carnetización, el gobierno contabiliza más de 16 millones de venezolanos ya afiliados y el mandatario no pierde la oportunidad de recordar que el carné será, en el cortísimo plazo, la forma más clara de reconocimiento por parte del gobierno. Ese plan y esa plataforma tienen el sello exclusivo de Maduro, que en el resto de sus decisiones públicas y políticas sigue al pie de la letra el manual del fallecido presidente. De hecho, siguen vigentes y causando estragos el sistema de controles a la economía establecido por el comandante, su penetración en las instituciones y la feroz persecución de sus adversarios.

Pero el MSV no es lo único que delinea el nacimiento del ‘madurismo’. El triunfo, aunque cuestionado, del presidente en la elección de los miembros de la constituyente, así como de sus abanderados en las elecciones regionales y municipales del año pasado le dieron la gasolina política necesaria para atreverse a dar el paso. “Después de superar el 2017 como lo hizo, a pesar del gran costo internacional que representó, el presidente Maduro se siente crecido, de eso no hay duda. Siente que tiene la fuerza para resolver el dilema interno del chavismo sobre si consolidar un partido hegemónico, en este caso el PSUV, o un sistema personalista de carácter hegemónico. Parece haber escogido lo último”, explica el profesor Michael Penfold.

‘Una instancia sin valor’

El sistema de partido hegemónico le permitiría a figuras como Diosdado Cabello –primer vicepresidente del PSUV– canalizar alguna aspiración presidencial. El segundo, no. Incluso para muchos es posible que después de las elecciones del 20 de mayo, el triunfo casi seguro de Maduro dejará al PSUV como una instancia sin valor político real y diluirá el peso específico de Cabello, de quien siempre se dijo era el otro hijo de Chávez con opción de ocupar la silla presidencial.

En estos cinco años las deserciones y expulsiones dentro del chavismo han servido más como depuración que como fisuras peligrosas. Ante la debacle administrativa se apartaron figuras como Jorge Giordani, Héctor Navarro, Ana Elisa Osorio, la fiscal Luisa Ortega y ahora, en una movida de película, el otrora ‘zar’ petrolero, Rafael Ramírez, ahora el perseguido más improbable de la revolución. 

El presidente Maduro, en cambio, le ha dado fuerza y poder a un círculo mucho más íntimo en el que despuntan los hermanos Jorge y Delcy Rodríguez, el vicepresidente Tareck El Aissami y al alto mando militar coordinado rigurosamente por el ministro de Defensa, el general Vladimir Padrino López.

Aunque 80%de los venezolanos rechazan su gestión, Maduro cuenta con un nada despreciable margen entre 25% y 30% de popularidad. Penfold destaca que ese porcentaje representa un electorado cohesionado y movilizado “no por el liderazgo de Maduro en sí mismo, sino por el condicionamiento del voto al carné de la patria y sus beneficios”.

El tiempo parece haber borrado la condición herética que tenía hablar de ‘madurismo’, aunque todavía nadie se atreva a decir si ese nuevo polo complementará o desplazará al viejo chavismo. Luego del resultado de la próxima votación presidencial, con el triunfo casi cantado del mandatario venezolano, se tendrá la respuesta.


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