Kyiv
Una familia en el refugio de la estación de Dorohzhychy. Foto: La Nación / Elisabetta Piqué

“No quiero morir, por favor, díganle al mundo que los ucranianos queremos paz, por favor”…

Alina cumple hoy 26 años de edad y lo hace en el refugio de la estación Dorohzhychy del metro, en el centro de esta capital, donde vive desde hace siete días como muchos habitantes de esta capital sitiada y vaciada por una guerra que nadie, nadie, se esperaba.

Metro de Kyiv

Aunque estamos a más de 80 metros bajo tierra, una zona a la que se llega tomando una larguísima escalera mecánica de una estación monumental, estilo soviético, decorada con mármoles y luces estilo art-decó, igual hace frío. Afuera nieva.

Se ven familias con chicos, bebés, ancianos, parejas de jóvenes, todos acampados sobre esterillas, cartones o colchonetas, todos muy abrigados.

Alina lleva gorro de lana y chaqueta. Ian, periodista eslovaco que forma parte de un “press tour” organizado por el gobierno ucraniano con el fin de que los cientos de periodistas llegados para cubrir esta invasión puedan oír las voces que salen de las entrañas de Kyiv, advierte que la joven cumple años este 2 de marzo. Me invita a hablar con ella y a darle un abrazo. Un abrazo que, si fuera posible, uno le daría a esas trescientas o más personas que están allí. Personas que, aunque están viviendo un infierno, no se quejan, sobreviven con gran dignidad y compostura.

Alina es psicóloga y vive bajo tierra desde hace siete días junto con su familia. Dice que nunca se imaginó hace una semana que pasaría su cumpleaños en ese lugar.

“Lo peor es que hoy por primera vez en mi vida vi llorar a mi papá”, dice a punto de quebrarse.

“No queremos morir, queremos paz”, agrega en perfecto inglés. Al margen de darle un abrazo, intento darle ánimos diciéndole que ella es de piscis, como yo, un buen signo. Que cumplo años en menos de dos semanas y que hay que ser optimistas, que seguramente esta guerra va a terminar pronto.

“Gracias por contarle al mundo lo que estamos pasando”, dice.

Ucrania
Alina cumplió 26 años de edad en un refugio de Kyiv | Elisabetta Piqué

“Sentimos la explosión”

El refugio de esta estación de subterráneo de Kyiv queda a 100 metros de la torre de televisión bombardeada el martes en la tarde por las fuerzas rusas que cercan la ciudad.

“Si no me equivoco, fue a eso de las 5:00 pm. Y hasta aquí abajo sentimos la explosión. Fue terrible. Las escaleras mecánicas hicieron ruido y todo vibró. Empezamos a mirar el celular para ver qué pasó. Y poco después sentimos una segunda explosión, más fuerte. Una familia de cinco personas que vive acá cerca murió”. Así lo cuenta Vladislav, diseñador de 27 años de edad que también se encuentra allí, sentado en el piso sobre una bolsa de dormir.

Su novia, Anastasia, joven de anteojos y trenzas, dice que están preocupados por otra pareja que era su “vecina” en el refugio, mostrándome el espacio con dos bolsas de dormir que tienen al lado.

“No los vemos desde ayer, no sabemos qué les paso”, cuenta. Admite que también está inquieta por sus familiares que viven en otra ciudad del sur que está siendo atacada.

Afuera, aunque la torre de TV sigue en pie, no fue derribada -el misil evidentemente erró el blanco-, a sus pies el escenario es de devastación total.

De hecho, lejos de ser un ataque quirúrgico a ese objetivo, por demás errado, también hubo misiles contra “targets” evidentemente civiles. Aún sale humo negro de un edificio bajo, no más de dos pisos, que era un gimnasio y ahora una masa de escombros humeantes. Se huele ese clásico olor a pólvora y muerte que dejan los bombardeos. Hay que tener cuidado porque hay vidrios en el piso, hierros retorcidos, metales, un auto destruido y, al acercarse al gimnasio, se ven, ahí, como testimonios mudos del horror, los aparatos para correr, remar, las pesas, bicicletas fijas, cuerdas para saltar y demás elementos que seguramente los vecinos hasta hace siete días -antes de la condenada invasión total lanzada por Vladimir Putin- utilizaban para mantenerse en forma. Pero no solo el gimnasio fue destruido.

Al lado hay otro edificio también centrado por el fuego aéreo, ennegrecido por las llamas y arrasado. Ahí también los vidrios estallaron. Y pueden verse estantes con tuercas, accesorios, tornillos y demás que quedaron allí, indemnes. Evidentemente era un taller mecánico.

“Cuidado, no se acerquen demasiado que alguna parte del edificio puede derrumbarse”, advierte un colega.

La vida a 80 metros bajo tierra

Aunque parezca increíble, en el refugio del metro no hay caos, sino todo lo contrario. Todo parece estar muy organizado y bajo control. Al ingresar hay uniformados armados que piden a los corresponsales identificación e incluso controlan sus mochilas.

“Argentina, Maradona, Messi”, le digo a un agente vestido de negro, que revisa mi bolso, que sonríe y responde: “¡Agüero!”.

Vladislav y Anastasia, chica de poco más de 20 años de edad que trabaja en marketing, cuentan que en el lugar tienen comida, agua y hasta baños; aunque no es perfecto, es aceptable. Se ven voluntarios que van y vienen con cajas con mantas, galletitas y agua, así como bandejas con café, tortas y demás víveres.

Si bien en un andén hay un tren parado con algunas personas dentro, quizás porque hace menos frío, en el andén que va en la dirección contraria pareciera que el servicio sigue funcionando.

Lo que más impacta es el decoro y la limpieza del lugar, que, pese a que han pasado ya siete largos días de guerra, está pulcro. Se ven dos mujeres trapeando el piso.

Más allá del infierno, se percibe actitud. Como la de una señora mayor que, aun con la barrera del idioma, muestra con orgullo el guiso de papas, verduras y carne que tiene listo para comer en un plato de plástico, junto a un pedazo de torta, en otro. Dice algo difícil de comprender y aunque está a punto de estallar en llanto, intenta sonreír. Para mostrar a ese batallón de periodistas con cascos y chalecos antibalas que de repente han bajado a su ratonera, el espíritu de resistencia, de supervivencia.

Niños y mascotas

Hay una carpa tipo igloo y llama la atención la cantidad de chicos -muy chicos- que, sobre mantas, juegan con muñecas y peluches, duermen o son atendidos por sus padres. El gobierno ucranio hizo circular una información según la cual arrestó a cinco infiltrados que estaban en una de las estaciones de subte-refugio de la ciudad, que tenían armas y cartuchos escondidos dentros de ositos de peluche. Al parecer, estaban haciendo operaciones de inteligencia, según denunciaron.

En el refugio también hay muchas mascotas -perros, gatos- que las familias de Kyiv no han abandonado en sus departamentos; jóvenes que leen un libro o que, en el compás de espera, desatan toda su creatividad. Como Sofía, una chica de 14 años de edad que parece mucho más grande -la guerra seguramente hace madurar de golpe-, con pelo teñido de violeta que sobresale de su gorro negro, que pintó unos bolsos blancos muy especiales. Bolsos que muestra con orgullo a los periodistas y que algún día serán parte de la historia: uno dice “Kyiv is the capital of freedom” (Kyiv es la capital de la libertad) y el otro, en cirílico, “Los militares rusos deberían irse a la mierda”, según traducen.

Ucrania
Sofía pintó bolsos durante su estadía en la estación de metro | Elisabetta Piqué

Caterina, docente de inglés, de 25 años de edad, está junto a una hermana y una amiga, sentada sobre su bolsa de dormir. Ella también vive en el sector, a diez minutos de la estación de subte y también bajó al refugio hace siete días.

“Tengo miedo porque mis padres se encuentran bloqueados en Volnovaja, ciudad del sureste, en la región del Donbass, cerca de Donestk. Esa ciudad está bajo ataque de los rusos, que no los dejan salir en ningún corredor humanitario. No hay Internet, las comunicaciones están cortadas y no sé nada de ellos”, cuenta.

“No tengo miedo por mí, porque bien o mal me siento un poco más protegida en este refugio, donde la gente es realmente muy amable, hasta me hice amigos. Pero tengo mucho miedo por mis padres y por mi hermano, que está con ellos. Espero que estén vivos”, agrega, con ojos llenos de espanto.


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