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Filippo Monteforte / AFP

Por JULIO OCAMPO

En su edición del 9 de abril, el diario conservador italiano Libero recogió en portada la última declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe: Dignitas infinita. Utilizó este vademécum para lanzar fuego fatuo contra el Partido Democrático italiano, que ha convertido en dogma las teorías de género, el cambio de sexo y la maternidad subrogada. Son puntos clave del elenco publicado oficialmente por la Santa Sede sobre lo que considera graves violaciones de la dignidad humana, junto a la guerra, la pobreza, la eutanasia, el aborto, la violencia a los inmigrantes o las mujeres. En él también se posiciona en contra de que cualquier persona venga discriminada por su orientación sexual.

El texto —como ser humano en un ámbito antropológicamente cristiano— supone un pequeño acercamiento del Papa al vértice tradicionalista del catolicismo romano, siempre envuelto en dicotomías internas, en fricciones que no hacen sino lacerar aún más los frágiles equilibrios que sostienen la silla de Pedro. Es el motivo principal por el que Jorge Mario Bergoglio ha formado un equipo de fieles en torno a su figura para reformar la Iglesia sin romperla. Porque sí. El objetivo es evitar más cismas, polarizaciones, arbitrariedades, que gane peso la indiferencia o el conformismo. La secularización, en definitiva.

“Está tratando de resolver problemas estructurales y financieros para modernizar la Santa Sede, sujetándola al standard internacional de control. En definitiva, sacarla de la Edad Media para dotar de evolución al progreso”, explica Maria Antonietta Calabrò, vaticanista durante décadas en el Corriere della Sera, hoy pluma fina del Huffington Post Italia. Es en ese spoils system, en esa especie de perestroika eclesiástica que entran en juego el cardenal Víctor Manuel Fernández, un teólogo argentino al frente —precisamente— de un dicasterio clave: la Doctrina de la Fe. Le siguen Mario Grech a cargo del Sínodo, con un sinfín de temas abiertos aquí: de las parejas con mismo sexo al matrimonio entre divorciados, pasando por una profunda reflexión del rol de la mujer en la iglesia, la pérdida de fieles, el calo de vocación que lleva al matrimonio de muchos sacerdotes… Por no hablar del siempre controvertido tema de los abusos sexuales a menores.

Son algunas de las arenas movedizas en las que percute el Santo Padre, mucho más seguro para estos campos de batalla con fieles como Arthur Roche, un purpurado inglés a cargo de la liturgia. Mano de hierro contra los nostálgicos que hoy se aferran a la decisión, otrora, de Benedicto XVI cuando quiso liberalizar la misa en latín. Precisamente en las antípodas de esta maniobra está Bergoglio, quien sospecha que detrás de esta perenne reivindicación tradicionalista haya una crítica feroz al Concilio Vaticano II (1962-65), liderado entonces por Paolo VI. Teme que ahí se esconda un caballo de Troya.

La atribulada economía

En la Iglesia conciliadora que tiene en mente Francesco hay espacio para la apertura, pero sin rebasar determinadas líneas rojas. El cardenal Robert Francis Prevost ha sido nombrado por el Papa como guía del potente dicasterio que elige los obispos de todo el mundo. Hoy con un corte mucho más pastoral y menos mundano respecto al pasado.

El elenco de fedeli es amplio: el cardenal filipino Luis Antonio Tagle está a cargo de la Evangelización, mientras que Kevin Farrell se maneja en la Comunión y liberalización de los Neo catecúmenos, siempre en un deseo de evitar abusos, cultos a la personalidad o malversaciones. Es precisamente ahí donde entra en juego Maximino Caballero Ledo, un laico (casado y padre de dos hijos) español como guía de la Secretaría para la Economía. El amplio mundo de las financias, sí, sacadas prácticamente del infierno clientelista y mafioso. “La transparencia es enorme. Ya no hay abuso de poder, porque la gente que controla esto es válida. Antes, sí, estaba el delincuente, pero sobre todo el problema era de formación. Ahora hay mucho control y menos posibilidad de infiltraciones o penetraciones oscuras y turbias”, exclama Calabrò, quien ya explicó —además— en muchos de sus libros las aristas angostas que durante décadas ensangrentaron la sugestiva torre Renacentista que mandó construir Niccolò V (sede de lo IOR). “Durante lustros el Vaticano era un lugar offshore para Italia. Ideal para todo tipo de negocios, porque no había frontera ni aduana. Hoy no es posible, porque si vas con 10.000 euros en metálico te detienen”, apunta.

Otros secuaces… Y otras

En el Vaticano, el drama del tiempo se mide por siglos. Acusado de excesivo innovador por los conservadores, de autoritario por los más reaccionarios, nadie sabe en realidad quién es papa Francesco ni en qué punto se encuentra de esta revolución que comenzó hace 10 años. Porque sí, acelera y frena para después apretar de nuevo, pero suave para que no haya muertos en la cuneta.

Su mensaje lo esposan otros hombres suyos como el cardenal jesuita Michael Czerny (lleva la cartera de Política), Antonio Spadaro (Cultura), Konrad Krajewski (Elemosiniere di Sua Santità), Paolo Ruffini (prefecto de la Comunicación) y Pietro Parolin, secretario de Estado de la Curia romana y miembro del organismo C9, un consejo de cardenales de cinco continentes que ayuda al Sumo Pontífice en el gobierno de la Iglesia universal que tanto sueña. Entre ellos está Juan José Omella Omella, archi obispo de Barcelona.

El círculo de personas afines al Vicario de Cristo argentino lo componen tres monjas. Raffaella Petrini es figura clave en el Governatorato, el municipio del Estado Pontificio. Licenciada en Políticas por la universidad Luiss de Roma, se trata de una franciscana encargada principalmente de los gastos y los ingresos dentro de las murallas Leoninas. Es, junto a Yvonne Reungoat y la socióloga laica —Maria Lía Zervino—, una de las primeras mujeres que forman parte del dicasterio de los obispos. En declaraciones concedidas exclusivamente al diario El Nacional, Maria Vittoria Longhitano, la primera mujer obispo en Italia (perteneciente a la iglesia episcopal anglicana) no tiene dudas cuando le preguntan por el papa: “Mira, he casado parejas del mismo sexo… Tengo una buena relación con el catolicismo, pero Francesco se ha quedado a mitad en su revolución. Debe terminar lo que ha comenzado, de lo contrario está perdido. No se pueden dar dos pasos adelante y uno atrás”.


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