El complejo hotelero español La Cigüeña acogía reuniones de empresa, bodas y estancias de ocio. Pero ahora hospeda gratis a 70 inmigrantes, mayoritariamente venezolanos, solicitantes de asilo y otros latinoamericanos que encontraron así un hogar durante el estado de alarma declarado por causa de la epidemia de coronavirus.

Los bungalós de madera de sus instalaciones en la localidad de Arganda del Rey, en el sureste de la región de Madrid, estaban destinados a vaciarse debido al confinamiento de la población ordenado por el gobierno español el 14 de marzo. Sin embargo, sus propietarios decidieron abrir las puertas a quienes no tuvieran dónde vivir.

Y fue al día siguiente cuando los nuevos huéspedes llegaron a estas cabañas de madera, que tienen alrededor de 50 metros cuadrados y disponen de baño privado, camas, sofás, calefacción y aire acondicionado, televisión e incluso wifi, lo que les permite estar conectados con sus familiares y conocidos. También toman tres comidas al día en el comedor del complejo, al que acuden en turnos de 15 personas y respetando la distancia de seguridad entre ellas para evitar el contagio.

«Porque aquí dentro se cumplen todas las reglas del confinamiento, igual que en todo el país», asegura a EFE Miguel Ángel Carnero, uno de los dos propietarios de La Cigüeña.

Familias sin hogar

Principalmente en el centro residen temporalmente familias de venezolanos con hijos que no tenían hogar o malvivían en albergues sin las condiciones de seguridad e higiene necesarias.

En el grupo hay desde matrimonios con dos y tres hijos hasta familias monoparentales, como una madre con un bebé que todavía es lactante, e incluso una mujer que se curó del coronavirus, relata Carnero, feliz de poder ayudar.

Algunos esperan asilo político, otros iban a gestionar los últimos trámites para recibir la nacionalidad española y varios acababan de aterrizar en el aeropuerto de Madrid cuando comenzó el estado de alarma en España, que terminará el 26 de abril aunque podría prorrogarse.

Lo que tienen en común es que todos llegaron de países como Moldavia, Venezuela, Nicaragua y Ecuador, no tienen vivienda y necesitan ayuda.

También todos comparten la fortuna de haber dado negativo en el test de coronavirus, cumpliendo el requisito más importante para recibir la llave de estos alojamientos.

Un paraíso en medio de las dificultades

Luego de varias semanas de convivencia, siempre manteniendo la distancia social, el ambiente es bueno y ha nacido un sentimiento de hermandad entre los residentes y con los trabajadores que les han donado ropa y juguetes.

Emir es uno de los venezolanos que viven estos días en este oasis en medio del desierto que es el confinamiento, como él mismo reflexiona.

Relata a EFE que llegó a España el pasado febrero con su mujer y sus dos hijos, de dos y cuatro años, y que estaba inmerso en los trámites para que su esposa, con familia portuguesa, encontrara un empleo que le facilitara solicitar su documentación y después la de sus seres queridos.

«Pero el confinamiento lo congeló todo», lamenta. Sin embargo, se consuela pensando que, pese a todo lo malo del covid-19, su familia y él encontraron un paraíso en el que aguardar.

«No teníamos dónde vivir y de repente estamos instalados en un bello ambiente, con todas las comodidades, con comida, un lago y animales que han enamorado a los niños», explica.

Sus salidas apenas se limitan al restaurante, pero recorrer los metros que los separan de ese otro edificio supone toda una aventura para sus niños, que saludan de lejos a las gallinas del corral y se quedan embelesados contemplando la pradera.

«Estos días son un deleite, una experiencia, antes de volver a luchar por conseguir nuestros papeles«, se emociona Emir, antes de prometer que algún día, en el futuro, volverá a esos bungalós en los que les han tratado como príncipes.


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