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Foto EFE

Frente a un hospital de Nueva York, ciudad que lamenta el fallecimiento de casi 20.000 personas por covid-19, un artista llamado Scott LoBaido instaló grandes letras verdes que dicen «Thank you». Su idea era agradecer al personal de salud, pero las letras sirvieron como lienzo: la gente ha escrito en ellas mensajes de despedida para las víctimas del virus.

El fenómeno simultáneo de la pérdida de ciudadanos en todo el mundo generó conmoción: diarios con páginas de obituario abultadas, espacios online para recordar a los muertos y pequeños homenajes por redes sociales que se vuelven virales. Y es que por las características de este virus, altamente contagioso, las ceremonias tradicionales debieron suspenderse.

«La crisis está generando una necesidad de repensar cómo hacer los ritos de despedida, que son una necesidad antropológica de los seres humanos e incluso se ha visto en otros mamíferos. Como se alteran estos ritos, tan arraigados en las culturas, se crea una sensación de que algo no se hizo bien, que quedó pendiente», explica a Emol la investigadora del COES, Carolina Aguilera, una socióloga con estudios en Arquitectura, dedicada monumentos y temas de memoria.

Eso ha llevado a la necesidad de «sustituir ritos» o «encontrar otras formas». En Londres, menciona, se está creando un archivo museográfico sobre el covid-19 que expone, a través de Internet, objetos que representen la pandemia. Una de sus colecciones reúne carteles escritos a manos anunciando el cierre de locales, o señaléticas modificadas para llamar a la unidad.

Se trata, dice, de un ejercicio profundamente humano. «La memoria colectiva y social de quienes lo hemos vivido va a estar, el tema es cómo se puede transformar en algo conmemorativo con sentido de futuro«, explica.

Una huella que «no se puede borrar»

«Yo no he tenido fallecidos muy cerca, pero creo que es inevitable y lo que más siente uno —o pienso que tendría que sentir— es la impotencia de no poder acompañarlo ni antes ni después de que se muera», cuenta el Premio Nacional de Periodismo Abraham Santibáñez. En ese sentido, le parece que el sentimiento de que hace falta una despedida es «razonable».

«La primera vez que yo fui a Europa, hace ya varios años, en muchos lugares había monumentos a los caídos en la guerra. En ese sentido, esto no es una guerra, pero indudablemente debería poder recordarse de algún modo a la gente que está quedando en el camino«, opina.

Como el mundo de hoy está altamente interconectado, Santibáñez cree que «es posible que esto no se olvide», como ha pasado con otras tragedias que vinieron en siglos pasados.

«Creo que lo necesitamos, por el bien de la comunidad y también por el esfuerzo que están haciendo por ejemplo los médicos y el personal médico, que están corriendo tanto riesgo como si estuvieran en una guerra», plantea.

Por estos días, hay una forma de condolencia virtual que se repite, ante la imposibilidad de acompañar a las familias en velorios o funerales: plantar un árbol a nombre del deudo a través de organizaciones que se dedican a reforestar. La idea le parece atractiva.

«Es difícil pensar en hacer algo como un monumento o un parque, pero la idea de un bosque me parece fantástica. Creo que eso es muy, muy potente, pero habría que ver cuándo y dónde, porque aquí, con la facilidad con la que se queman nuestros bosques, no sé si será tan fácil», plantea.

Lo más importante en este punto, asegura, es «poner en el tapete todas las sugerencias que haya». «Podría haber más todavía en los colegios, en los hospitales o las escuelas de medicina. Creo que es muy bueno tener un recuerdo, aunque sea doloroso, de algo que nos está impactando de tal manera que es bueno recordar que no estamos solo de paso, que nos fuimos y se acabó. Aunque uno no sea creyente, sí creemos que hay una huella que dejan los seres humanos que no se puede olvidar», dice.

Los que «dejaron sus vidas para que otros pudieran vivir»

«No estamos habituados a expresar gratitud, pero en este caso deberemos hacerlo, especialmente con el personal de los servicios públicos y privados de salud», opina por su parte el Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, Agustín Squella. «Algunos podrán decir que con su deber no más han cumplido, pero sabemos de muchos de ellos que fueron más allá de sus obligaciones normales».

Squella evoca una imagen: el personal de salud ordenado en los pasillos de los recintos hospitalarios para aplaudir la recuperación de pacientes cuya vida estuvo en peligro y se repusieron. «No es necesario ponerse sentimental para decir que resultó emocionante», cuenta.

«Ese personal aplaudía la salud, aplaudía la vida, es decir, los bienes por los que ese personal trabaja y que muchas veces lo hace en condiciones que están muy por debajo de lo que tendrían que ser. La vida es un bien, el bien de los bienes, puesto que sin él no hay ningún otro, de manera que la labor y los aplausos de ese personal ha sido también en favor de todos los demás bienes a que las personas podemos acceder a lo largo de nuestra existencia», dice.

Para él, «todas las personas necesitan reconocimiento, incluso después de muertas». «Deberían levantarse memoriales con los nombres del personal de salud que muera en esta pandemia, allí, en sus mismos lugares de trabajo, para que perdure la memoria que les debemos y ella sirva de ejemplo en el futuro. No pienso en obras ostentosas, pero sí visibles para todos quienes visiten mañana los lugares en que algunos dejaron sus vidas para que otros pudieran vivir», agrega.

«La mejor manera de reconocer a nuestros trabajadores de la salud sería esforzarnos más como sociedad a fin de mejorar sus condiciones de trabajo, y no solo pensando en una situación tan anormal como la que estamos pasando», reflexiona Squella. Por eso, dice, sería positivo que la pandemia «refuerce la idea de que las atenciones de salud no deben ser tratadas solo como un negocio que maximiza los beneficios de quienes invierten en él».

La memoria «educativa»

«Si uno tuviera que realizar una suerte de política pública conmemorativa o memoria nacional desde la política, habría que pensar en una recolección de experiencias individuales que van conformando la memoria colectiva, con iniciativas como Santiago en 100 palabras», propone por su parte Aguilera.

Para ella, es importante que el ejercicio de memoria involucre también las experiencias de los sobrevivientes y de todos quienes vivieron la pandemia desde sus lugares. También resalta que debe hacerse «desde abajo».

Otro fenómeno que identifica es el de aquellas personas que le otorgan a la pandemia un sentido más místico, como de «reacción de la Tierra o de los dioses a lo mal que nosotros le hemos hecho a la humanidad». «Vi un video donde un papá le lee a un niño un cuento sobre ‘aquella época en que un virus nos cambió’, como si el virus fuera una especie de profeta», dice. «Ahí también hay una construcción colectiva de sentido que propone perdurar como una memoria«.

También se dará un proceso interesante, adelanta, en la «construcción de héroes y mártires». «El reconocimiento que ya está recibiendo el personal de salud, incluso desde el mundo de la cultura, demuestra que no se trata solamente de recordar a los muertos o cómo hacerlo, sino que también hay un fenómeno de creación de héroe. Probablemente va a haber un consultorio con el nombre de primera víctima entre el personal de salud a futuro», dice.

«Sería interesante que también se reconociera que a las personas fueron víctimas por su condición social, que se les dé un espacio a la construcción colectiva de la catástrofe que se va a hacer con el tiempo: recordar cómo se manejó, cuáles fueron las desigualdades y tratar de construir un relato colectivo que sea fiel a la experiencia. Me imagino que así se podría generar esa función que se le pide a veces a la memoria: que sea educativa y que permita generar lecciones para el futuro, que funcione como un remedio para los males», concluye.


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