Ucrania
Elena Klymenko huyó de Ucrania junto a Kirill, su hijo de 11 años de edad. Foto: Elisabetta Piqué

“¡Esto es un genocidio, los malditos soldados rusos mataron a mis dos sobrinos! ¡Tenían 3 y 15 años! ¡Por favor, que Europa detenga esta masacre!”.

Es la voz desesperada de Elena Klymenko, de 38 años de edad, que conocí al llegar a Kyiv hace menos de dos semanas, con quien esta mañana tuve una conversación telefónica escalofriante. Y cuya historia escribo ahora para seguir contando esta guerra cada vez más trágica, inexplicable, cruel, espantosa.

Conocí a Elena en el vuelo de Ryanair que desde Roma me llevó el 23 de febrero pasado a Kyiv. Como conté en mi primera nota de esta cobertura, en la que describí su cartera de Gucci, su Iphone watch en la muñeca -su elegancia-, Elena regresaba junto a una amiga de un fin de semana largo de vacaciones en Roma planeado mucho tiempo antes, cuando habían encontrado pasajes baratísimos. Un fin de semana en Roma que se había transformado en una pesadilla para ambas debido a los vientos de guerra que ya habían comenzado a soplar más fuerte que nunca el lunes 21 de febrero, cuando Vladimir Putin anunció la decisión de reconocer la independencia de las autoproclamadas repúblicas separatistas de la región del Donbass, en el sureste, en un discurso agresivo en el que acusó al presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, de ser un títere de Occidente. Fue el pretexto que después utilizó para lanzar la invasión total y las bombas.

Ucrania
Kirill, de 11 años de edad, en el refugio antes de la huida. Foto: Elisabetta Piqué

Como fue muy amable, simpática y me dio un primer pantallazo de la situación, con Elena, que estaba sentada al lado mío, intercambiamos contactos telefónicos. Además, como hablaba perfecto italiano porque en su infancia había sido parte de los llamados “chicos de Chernobyl” a los que muchas familias italianas invitaban a pasar un mes de vacaciones durante el verano, incluso se ofreció a acompañarme al día siguiente por una recorrida por Kyiv, haciéndome de intérprete.

El plan por supuesto cambió abruptamente porque horas más tarde, en la madrugada del 24 de febrero, empezaron a sonar las sirenas de alarma por ataque aéreo, a caer las bombas y comenzó el gran éxodo de Kyiv, con atascos en todas las autopistas.

“No puedo ir a tu hotel”, me escribió esa mañana por WhatsApp Elena, que por audio -con una voz muy agitada- me contó que había estado dos horas intentando cargar nafta pero que no lo había logrado. También me envió fotos sacadas de la ventana de su departamento, con vecinos cargando las maletas para escapar de Kyiv y colapsando el ascensor de su edificio.

Como Elena tiene un hijo de 11 años de edad, Kirill, de quien ocuparse, pensé que era mejor dejarla en paz.

Días más tarde, volví a contactarla siempre vía WhatsApp, para preguntarle cómo estaba. Con voz aliviada y pese a que me había dicho al principio que no pensaba irse de Ucrania en caso de guerra porque no iba a abandonar sus padres, ya mayores, Elena me dio la gran noticia de que ya estaba sana y salva en Italia, en una localidad del lago di Como, junto a su hijo. Su escape de Kyiv había sido muy duro, pero lo había logrado.

Huida de Ucrania

“Después de pasar todo el día en casa, el 24, y una noche en las catacumbas, como llamaba el refugio, con mi hijo que temblaba y yo que lloraba, al día siguiente queríamos salir de las catacumbas, pero no podíamos porque bombardeaban. Y tomamos la decisión de irnos en 5 segundos, realmente, 5 segundos”, contó.

“Agarré una mochila, puse dinero, documentos, un pijama, una muda y nada más. Y nos escapamos. Mi exmarido, el papá de Kirill, nos acompañó hasta la frontera. Y como no era posible, y tampoco lo es ahora, escapar con el auto porque había una cola de 24 horas para cruzar, al final decidimos llegar a la frontera con Moldavia a pie, caminando”, relató. ¿Había sacado fotos de esa huida a pie? “No, en ese momento estaba llorando”.

Elena Klymenko y su hijo, Kirill, en el lago di Como de Italia. Foto: Elisabetta Piqué

Elena contó luego que del otro lado de la frontera encontró a varios “ángeles”: “un montón de gente nos ayudó, abrió las puertas de sus casas, nos dio de comer, y nos llevaron hasta Chisinau, la capital de Moldavia… Nos organizaron un transporte hasta Iasi, ciudad rumana donde hay un aeropuerto y ahí compramos los pasajes de avión y volamos a Italia”. Me mandó, además, la foto del artículo que un diario local había escrito sobre su odisea para escapar, el video de una entrevista que había dado a una TV italiana: se había convertido en una de las primeras refugiadas ucranianas en arribar a Italia. Ahora son unos 17.000.

Iba a escribir su historia de final feliz. Pero los acontecimientos duros y crudos de los días siguientes me dictaban otra agenda. Ayer por la tarde, le mandé un nuevo WhastApp para contarle que finalmente había salido de Kyiv, que estaba en Rumania y a punto de viajar a Varsovia para volver a entrar a Ucrania. Y para preguntarle cómo seguía todo para ella en Italia. Qué noticias tenía de sus padres en Kyiv y cómo estaba su hijito.

“Estoy en la mierda. Mataron a mis sobrinos”, contestó, dejándome helada. Y siguió este intercambio de mensajes:

-¿Qué?

-Sí, mataron a mis dos sobrinos.

-¿Puedes hablar?

-No quiero, discúlpame, ni siquiera puedo respirar.

-Me imagino, no sé qué decirte… Tengo la piel de gallina. Pero hay que contar esto, Elena. ¿Qué edad tenían?

-3 y 15 años, fue en Bucha, al norte de Kyiv.

-Madre mía. ¿Cuándo fue? ¿Eran hijos de algún hermano tuyo?

-No, hijos de mi prima. Discúlpame no puedo ahora.

-No sé cómo, pero cuenta conmigo si puedo ayudar en algo. También quedé shockeada, pero hay que contar esto, hay que denunciar esta masacre. Cuando retomes fuerzas por favor dame detalles, que así lo denunciamos.

-Ok.

Le mandé luego tres emojis: el de las dos manos que rezan, el de un corazón partido y el de un brazo doblado haciendo fuerza. Y ella me mandó un minuto de un video en el que estaba denunciando lo ocurrido en una TV italiana. “Bien, hay que contarle esto al mundo. Fuerza”, la animé.

Detalles del horror

Esta mañana logré finalmente hablar con Elena, que me dio detalles del horror. Me contó que todo ocurrió el 4 de marzo. Su prima Natasha y su marido estaban en auto escapando de la ciudad de Bucha, al norte de Kyiv, junto con sus tres hijos: Andre, de 15, Mihail, de 13, y Nicola, de 3.

“Eran cinco en el auto y los malditos rusos empezaron a disparar con ametralladora. Solo uno de los chicos, Mihail, sobrevivió. Mi prima y su marido se encuentran ahora en el hospital, herido. Y el único chico vivo se encuentra con gente que no conocemos… Yo me desmayé cuando mi mamá me llamó para contarme. Creo que fueron los primeros chicos que mataron”, dice.

¿Cómo está tu hijo, se enteró de la muerte de sus primos?

Y me preocupa porque cuando le conté no tuvo ninguna reacción. No lloró. Hizo como si no hubiera pasado nada, lo cual es mucho peor”, contesta.

Una vista general de un puente destruido en la ciudad de Irpin, al noroeste de Kiev, el 8 de marzo de 2022. Foto: SERGEI SUPINSKY / AFP

¿Tus padres, Olga y Mihail, cómo están?

“Están en una dacha fuera de Kiev, cerca de Borispol, no pueden salir porque son mayores de 70 años los dos… Mi papá, además de haber tenido covid, tiene cáncer, no puede moverse. Traté de llamar a mi mamá por el Día Internacional de la Mujer, pero hasta ahora no pude. Seguramente en unos días sacarán toda conexión en Kiev, cerrarán todas las entradas y salidas y pasarán hambre, como en la Segunda Guerra Mundial”, cuenta.

“No sé qué decirte, psicológicamente no logro creer que todo esto que está pasando sea cierto. ¡Es un genocidio, algo nunca visto!”, clama.

“Por eso le pido ayuda a toda Europa para detener esta guerra, porque ya hemos pagado demasiado, ya nadie habla de los departamentos que hemos dejado, nuestras cosas, estamos hablando de víctimas demasiado pesadas, ¡hablamos de niños!”, grita.

Ayuda para los refugiados

Guerrera como el resto de ucranianos que, pese a la hecatombe, resisten, Elena ahora está a full trabajando en Monza, en las afueras de Milán, para ayudar a todos los chicos y madres ucranianas que están llegando en autobuses desde su país, parte de esos dos millones de refugiados totales que huyeron hasta ahora de la guerra.

“Necesitan de todo. Por eso te pido, por favor, si al final de tu artículo puedes poner la dirección bancaria para que la gente pueda enviar ayuda, colaborar”, ruega Elena.

Le digo que claro, que sí, pero le advierto por las dudas que en la Argentina hay una situación económica grave: “No importa, aunque la gente done 1 o 2 euros, todo sirve para nuestra gente”.

La cuenta bancaria en la que reciben donaciones para los refugiados en Ucrania

Elisabetta Piqué

ENVIADA ESPECIAL


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