Haití
La gente pasa junto a la Policía Nacional de Haití mientras intentan repeler a las pandillas en un vecindario cerca del Palacio Presidencial en el centro de Puerto Príncipe, el 3 de marzo de 2023. Foto: Richard Pierrin / AFP

Relegado al olvido o a su aparición esporádica en el radar militar, policial, político y diplomático de Washington, Haití avanzó sin trabas en 2023 en la ruta de “Estado fallido” que se marcó desde 2021 y se consolidó como base del contrabando de cocaína y marihuana de Colombia, Venezuela y Jamaica a Estados Unidos, Canadá, Francia, España, Italia, Suiza, República Dominicana y Bahamas.

La crisis del narcotráfico se prolongó como otro flanco del imparable deterioro político, socioeconómico e institucional de Haití. Unas 162 pandillas de miles de infantes, adolescentes, jóvenes y adultos atizaron la inseguridad, la violencia y la corrupción en áreas urbanas y rurales con homicidios, ejecuciones extrajudiciales, sobornos, secuestros, abuso sexual, trata de personas, robos, reclutamiento de menores y contrabando de armas y drogas.

“Ahora es más fácil conseguirse un arma y cocaína que comida. El Estado de Haití parece haber prácticamente dejado de existir”, afirmó el relacionista internacional haitiano Fedner Gay, profesor de Ética en la (no estatal) Universidad de Notre Dame, de Haití.

“Haití está al borde de la implosión por las bandas criminales que siembran caos. La violencia de las pandillas ha alcanzado niveles no vistos en décadas. Una crisis multidimensional de seguridad, socioeconómica, política, humanitaria y de salud golpea a Haití, que ya no tiene ninguna institución ni funcionario electo legítimo”, dijo Gay a El Universal.

“Es una situación única en el mundo que ilustra el descenso inexorable de este país al caos social y de seguridad. La policía no controla las fronteras terrestres ni marítimas”, agregó.

En un sitio geográfico estratégico del mar Caribe entre los corredores aéreos y marítimos del sur al norte y del oeste al este de América, Haití se convirtió a partir de la década de 1980 en puente para traficar cocaína de Colombia a Estados Unidos.

Haití se hundió en una parálisis institucional, electoral y política luego de que, el 7 de julio de 2021, el entonces presidente haitiano, Jovenel Moïse, fue asesinado y el país prolongó su añeja, generalizada y casi endémica descomposición.

Un informe de 2023 de la Oficina de Naciones Unidas para la Droga y el Delito (ONUDD), y del que este diario tiene copia, confirmó que el narcotráfico agravó el panorama y exhibió los siguientes escenarios:

Haití sigue siendo usado “hace mucho tiempo” para transbordo de drogas, principalmente cocaína y marihuana, que ingresan en barcos y aviones a terminales aeroportuarias y marítimas, públicas y privadas, y a pistas clandestinas de aviación.

“A pocos kilómetros” de los planes agroindustriales de Savane Diane, en el sector norcentral de Haití, hay “pistas de aterrizaje conocidas por las entregas de cocaína y heroína”.

“Funcionarios” de la Policía Nacional de Haití (PNH) revelaron que Savane Diane “está llena de restos de aviones abandonados o destruidos” y de aparatos que “serían descartados (desechados) después de transferir su carga”.

Savane Diane sufrió un aumento en el narcotráfico aéreo en mayo y junio de 2021, con miles de kilos de drogas “supuestamente cambiando de manos”. En ese contexto, la Administración de Control de Drogas de EU (DEA por sus siglas en inglés) probó que “algunos aviones también se detuvieron” y recargaron combustibles y otras provisiones en Puerto Príncipe “incluso cuando el aeropuerto internacional” de esa capital “estaba cerrado”.

Moïse ordenó, en junio de 2021, destruir pistas clandestinas de aterrizaje sospechosas de uso para narcotráfico, como en Savane Diane, pero las autoridades se negaron. Moïse fue asesinado una semana después.

La cocaína entra a Haití desde Colombia y, por vía indirecta, de Venezuela, para reenviar a Estados Unidos, Canadá, Francia, Italia y Suiza. Por falta de pruebas de laboratorio se ignora si la cocaína incautada en Haití procede de Bolivia o Perú.

Bahamas y el archipiélago de Turcas y Caicos, territorio de ultramar de Reino Unido, reciben cocaína y marihuana desde Haití. “En menor medida” se trafican heroína y anfetaminas a EU y, por el este, a la vecina República Dominicana.

La mayoría de marihuana proviene de Jamaica y se reenvía a República Dominicana para suplir la demanda turística. Haití tiene producción limitada de marihuana y de baja calidad.

En una inseguridad sin precedentes y de rápido desgaste, las fronteras de Haití son porosas. El reto de vigilar mil 771 kilómetros de costa y un límite terrestre de 392 kilómetros con República Dominicana abruma las capacidades policiales, aduaneras y de patrullas fronterizas y guardacostas de Haití, con escaso personal y recursos insuficientes.

Los aparatos de seguridad “cada vez son más blanco de las pandillas”. Fuertemente armadas, las bandas criminales atacan puertos, carreteras, infraestructura crítica, aduanas, comisarías, juzgados, prisiones, comercios y barrios.

“Haití está en una situación dramática”, subrayó el español César Muñoz, investigador sénior para Haití de Human Rights Watch (HRW), organización no estatal global de Washington de defensa de los derechos humanos.

“Las instituciones democráticas han colapsado y la justicia apenas funciona, lo que ha dejado el camino abierto a grupos criminales, vinculados con intereses políticos y económicos. Estos grupos cometen actos brutales de violencia con total impunidad”, narró Muñoz a este diario.

El gobierno haitiano reiteró anteayer un urgente pedido en la Organización de Estados Americanos (OEA): desplegar una fuerza internacional especializada y sólida para combatir a las bandas armadas y restablecer la seguridad “lo antes posible” para el “retorno a la vida normal y la restauración” democrática.

Por José Meléndez / corresponsal.


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