Fernández
Foto Cortesía

El 23 de febrero de 2019 Nicolás Maduro anunció la ruptura de las relaciones diplomáticas entre Caracas y Bogotá. El clima mutuo se había enrarecido mucho.

Hacía un año Colombia había retirado a su embajador en Venezuela, dejando al frente a un simple encargado de negocios, en medio de una cascada de insultos entre Juan Manuel Santos y Maduro. El 23 de enero de 2019, desde Davos (Suiza), el presidente Iván Duque había anunciado el reconocimiento como presidente legítimo a Juan Guaidó.

Ahora, el gobierno ha insinuado, en medio de varias declaraciones llenas de ambigüedad, la posibilidad de romper relaciones con Cuba si no entregan a los miembros del ELN que hacen parte del equipo de paz frustrada.

¿Es positivo para Colombia este curso de acción? La política hacia Venezuela parte de una hipótesis incierta: que las sanciones económicas bilaterales impulsadas por Washington, aunado al cerco diplomático liderado por el Grupo de Lima, van a conducir a corto plazo al colapso del régimen dictatorial.

La política hacia Cuba parte de otra hipótesis incierta: que Cuba, enfrentando la política de asfixia que impulsa la Casa Blanca, cederá ante la presión de Colombia. Si esos dos objetivos no se logran, ¿cuáles son las consecuencias para Colombia?

El reglamento de la ONU

En la Carta de las Naciones Unidas, aprobada en 1945, se contemplaba, además del uso de la fuerza contra las naciones trasgresoras –en circunstancias muy especiales–, medidas distintas que podía adelantar el Consejo de Seguridad denominadas sanciones internacionales de carácter multilateral, para diferenciarlas de la imposición de medidas bilaterales, que tiene como ejemplo clásico el embargo comercial, económico y financiero ejercido por los Estados Unidos contra Cuba (más conocido como el bloqueo), impuesto en octubre de 1960.

Este tipo de medidas no constituyeron una buena experiencia, salvo probablemente en Rodesia (hoy Zimbabue) y en África del Sur, donde contribuyeron al fin de los minoritarios regímenes blancos. Su aplicación en otros países no fue tan eficaz, incluso, en muchos casos, fueron francamente contraproducentes.

Por una parte, debido a que las sanciones internacionales tanto multilaterales como bilaterales han tenido, en general, como destinatario a naciones en vía de desarrollo, lo cual le ha restado legitimidad a su uso: Irak, Libia, Haití, Somalia, Angola, Ruanda y otros.

Esta destinación se explica debido a que, gracias a su poder de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, los cinco miembros permanentes y sus aliados están acorazados, así se pasen por la faja la carta de la ONU (por ejemplo, Estados Unidos y el uso de la tortura en la base naval de Guantánamo o la brutal agresión del gobierno ruso contra Ucrania).

Y, obviamente, las sanciones bilaterales son un patrimonio de las naciones poderosas para inducir cambios de conducta en naciones más débiles y vulnerables.

Cambio de gobierno en Cuba

Pero, ante todo, la credibilidad de estas sanciones está hoy en entredicho porque su aplicación pocas veces logra cambiar la conducta trasgresora de los gobiernos objeto de sanción y quien termina pagando los platos rotos es la población, en especial los segmentos más desvalidos.

El caso más patético de fracaso es el de Cuba. A pesar del bloqueo impuesto por Estados Unidos desde 1960, con objeto de presionar un cambio de gobierno, Fidel Castro se dio el lujo de lidiar entre 1959 y 2008 –cuando le entregó el gobierno a su hermano, Raúl– con 10 presidentes: Dwight Eisenhower, John F. Kennedy, Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, Jimmy Carter, Ronald Reagan, George Bush, Bill Clinton y George W. Bush.

El bloqueo no solamente no derrocó a Castro, sino que produjo un resultado contrario al esperado. Solo sirvió para cohesionar a un amplio sector de la población a favor del gobierno y en contra del «imperialismo». Así mismo sirvió de fuente para generarle un significativo respaldo internacional.

Tras el arribo a la Secretaría General de la ONU del diplomático ghanés Kofi Annan y tras una evaluación negativa del impacto de este tipo de sanciones, se tomó la decisión de privilegiar las llamadas sanciones inteligentes o selectivas. Es decir, el uso de medidas contra miembros de las élites, tanto públicos como privados. Estas medidas han mostrado ser más eficaces y menos onerosas para la población.

Sanciones a Venezuela

La Casa Blanca está combinando las desprestigiadas sanciones generales orientadas a ahondar el descalabro económico de Venezuela, con una amplia gama de sanciones dirigidas contra miembros del régimen y las Fuerzas Armadas Bolivarianas.

¿Están logrando su objetivo, es decir, la transición hacia la democracia? ¿Están fracturando la lealtad de las instituciones militares hacia Maduro? O, por el contrario, tal como ocurrió con la deplorable línea de acción de Eisenhower y Kennedy que echó en los brazos de Nikita Jrushchov a una revolución nacionalista, ¿le están entregando en bandeja de plata ahora a Venezuela al oscuro Putin?

Vale la pena, también, preguntarse si las duras sanciones contra la generación de ingresos de la ya más que deprimida industria petrolera están llevando al colapso a Maduro y su cohorte, o están agravando aún más la miseria del pueblo venezolano, sin que el régimen caiga, al menos en un tiempo prudencial.

El tiempo es una variable determinante

El tiempo es una variable esencial. Si a corto plazo el régimen de Maduro no cede el poder, Colombia va a continuar siendo la nación más afectada. En Colombia, a pesar de constituir el socio más vulnerable del Grupo de Lima (en el plano de la migración descontrolada, fronteras convertidas en ‘santuarios estratégicos’ de grupos armados variopintos y objeto de amenazas de intervención militar), el gobierno ha tomado la mala decisión de convertirse en el más agresivo contradictor del régimen autoritario de Nicolás Maduro.

Maduro dice que asiento en Consejo de la ONU se logró a pesar de complot de EE UU

Sin duda, recuperar la democracia en Venezuela es, a todas luces, deseable e indispensable. Así mismo es acertado apoyar a la oposición civilista y democrática y, ante todo, ser generosos sin límites con los migrantes. ¿Pero estamos acertando en los mecanismos para lograr el objetivo de la restauración democrática?

Un factor que genera mucha preocupación es la tendencia creciente en la región para dejar sola a Colombia en el tema de la migración. Ya ocho países le están exigiendo visa en regla a los migrantes y refugiados venezolanos: Ecuador, Perú, Chile, Trinidad y Tobago, Guatemala, El Salvador, Honduras y Panamá, y otros están acrecentando las barreras legales.

Lo grave es que estas medidas restrictivas están siendo implementadas por miembros del Grupo de Lima, es decir, por aliados más estrechos de Colombia en la búsqueda de una salida pacífica a la encrucijada venezolana. Esta falta de lealtad hacia Colombia es decepcionante.

Romper con Cuba

La ruptura de las relaciones diplomáticas entre Bogotá y Caracas, a pesar de la compleja agenda bilateral, ha sido sustituida por la improductiva «diplomacia de los micrófonos» y ha producido un aumento riesgoso de las tensiones bilaterales.

Los factores de molestia del gobierno de Iván Duque hacia el gobierno cubano en relación con la presencia de dos importantes miembros del Comando Central en La Habana, su máximo dirigente Nicolás Rodríguez «Gabino» e Israel Ramírez «Pablo Beltrán», además de Víctor Orlando Cubides «Aureliano Carbonell», se pueden compartir o no. Sin embargo, convertir este motivo de discordia en una justificación para romper las relaciones diplomáticas sería un grave error.

Sobre todo si se tiene en consideración que el actual orden (o desorden) mundial ha revivido lo que en un libro célebre el profesor John Kenneth Galbraith llamó la “era de la incertidumbre”, debido a la emergencia de lo que numerosos analistas denominan la nueva guerra fría (neo cold war).

Y en esta reconstrucción de bloques de poder global se da la mala casualidad de que los dos únicos países con los cuales Colombia mantiene sin resolver litigios fronterizos por la delimitación de áreas marítimas y submarinas (Venezuela y Nicaragua) están gobernadas por sendas dictaduras populistas que lanzan inflamados discursos contra nuestro país. Y uno y otro hacen parte del bloque de poder que en el ámbito global lideran, a pesar de sus diferencias de estilo y enfoque, Vladimir Putin y Xi Jinping.

En este delicado contexto global, convertir a Cuba en un país hostil mediante una ruptura de las relaciones internacionales sería una decisión totalmente errónea. Por el contrario, mantener los canales diplomáticos abiertos le permitirá a Colombia tener espacios de comunicación abiertos con La Habana para sortear las graves crisis globales y regionales que se avecinan.

En conclusión

El modo de ver la política exterior de Colombia no se debería fundar en hipótesis inciertas, sino en mantener firmes los cuatro ejes que han distinguido la política exterior del país –según Gerhard Drekonja, Juan Tokatlián y Rodrigo Pardo–, a pesar de algunos vaivenes coyunturales: el respeto al derecho internacional, a la diplomacia multilateral, a la no intervención en los asuntos internos de otros Estados y, principalmente, a la búsqueda de soluciones pacíficas frente a las disputas internacionales (cf., Sandra Borda, ¿Por qué somos tan parroquiales? Una breve historia internacional de Colombia, Planeta, 2019).

Lo cual conlleva a intentar mantener siempre abiertas las puertas a la acción diplomática, que ha constituido uno de los ejes más sólidos de la tradición de nuestra política exterior. Y, ante todo, abandonar de manera definitiva el respice polum (mirar hacia la estrella polar, es decir, Washington), cuya expresión nació de un artículo de Marco Fidel Suárez publicado en 1914, e, incluso, el respice similia (mirar hacia los semejantes) que propuso Alfonso López Michelsen –siendo ministro de Relaciones Exteriores de Carlos Lleras–, a favor del respice omnia (mirar hacia el universo), como eje estratégico de la inserción de Colombia en el sistema internacional. O sea, una política exterior diversificada, cooperativa y no confrontacional.


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