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Foto archivo

Él era un playboy desenfrenado que sentó cabeza. Ella una relajada actriz californiana que adaptó su estilo cuando se convirtió en duquesa. Enrique y Meghan se mostraron desde su boda incómodos con las obligaciones impuestas por la familia real británica.

Tras meses de reflexión, los duques de Sussex anunciaron su decisión de renunciar a sus funciones como miembros de primer rango de la casa real y buscar progresivamente su independencia económica.

Gracias a su imagen de modernidad, desenfado y compromiso con causas sociales, la joven pareja logró, desde su boda en 2018, una enorme popularidad; abrieron una cuenta de Instagram el 2 de abril y en menos de seis horas alcanzaron el millón de seguidores, batiendo un récord mundial.

Pero en los últimos meses no dejaron de expresar su incomodidad con el estricto estilo de vida impuesto a los miembros de la realeza.

De juerguista a padre de familia

«A ambos nos apasiona el querer cambiar las cosas para mejor», afirmó recientemente el príncipe, que antes de sentar cabeza era conocido como el miembro más disipado y problemático de la familia real.

Muchos guardan todavía en la memoria la imagen del adolescente con aire perdido que caminaba junto a su hermano Guillermo siguiendo el féretro de su madre, la princesa Diana, por las calles de Londres en 1997.

Cuando nació Enrique, el 15 de septiembre de 1984, era tercero en el orden sucesorio, una posición que exigía un comportamiento ejemplar.

Sin embargo, el enérgico pelirrojo confesó a los 17 años que fumó cannabis y su afición por las fiestas regadas de alcohol lo convirtió en una de las personalidades favoritas de la prensa sensacionalista.

Los tabloides publicaron innumerables fotos del joven príncipe frecuentemente a la salida de bares y discotecas en compañía de bellas jóvenes aristócratas, o de la que era su novia en diferentes períodos, la zimbabuense Chelsy Davy.

En 2005 cometió un grave error al aparecer en una fiesta de disfraces vestido de oficial nazi. Tras aquel escándalo entró en la prestigiosa academia real militar de Sandhurst.

En 2008, tras una indiscreción de la prensa, se supo que se encontraba en una misión en Afganistán, por lo que todo el país le acompañó en su decepción cuando tuvo que ser repatriado de urgencia por motivos de seguridad.

Y a partir de ahí empezó a cosechar éxitos mediáticos como cuando fue testigo de honor en la boda de su hermano en 2011, o cuando un año después presidió la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos de Londres.

De actriz a duquesa

Pero lo que pareció transformarlo definitivamente fue conocer en 2016 a la actriz Meghan Markle.

Hija de Thomas Markle, un director de iluminación de televisión que ganó un Emmy por su trabajo en la serie Hospital General, y de Doria Ragland, asistente social y profesora de yoga, Meghan nació el 4 de agosto de 1981 en Los Ángeles.

Por parte de madre, desciende de los esclavos negros de las plantaciones de algodón de Georgia, en el sur de Estados Unidos. Y de padre, es descendiente del rey Roberto I de Escocia, que reinó entre 1306 y 1329.

Sus padres se separaron cuando ella tenía dos años y se divorciaron cinco más tarde.

Markle se graduó en teatro y relaciones internacionales en la Northwestern University, cerca de Chicago, tras lo cual pasó seis semanas haciendo prácticas en la embajada estadounidense en Argentina.

La actriz alcanzó la fama gracias a la televisión, trabajando en la serie Suits, acerca de un bufete de abogados de Nueva York.

Antes de contraer matrimonio con Enrique estuvo casada con el productor Trevor Engelson, del que se divorció al cabo de dos años.

Viejos amigos la acusaron de dejarlos de lado a medida que iba progresando en la vida, y sus dos hermanastros, que no fueron invitados a la boda, le lanzaron críticas feroces, sugiriendo que se avergonzaba de ellos. Su padre, que tampoco asistió a la ceremonia, acaparó las portadas de todo el mundo tras prestarse a escenificar unas fotos para unos paparazzi.

Desde que se convirtió en duquesa de Sussex, Meghan, que cultivaba un estilo informal californiano de shorts y sandalias, tuvo que acostumbrarse a las reglas de vestir de la monarquía británica: medias de color carne o neutro, esmaltes de uñas discretos y vestidos por debajo de la rodilla.


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