Personas del campamento irregular Pompeya recogen escombros, tras los incendios del día viernes 2 de febrero, en la zona de Viña del Mar, Región de Valparaíso | EFE

En el campamento irregular Pompeya, una de las zona cero de los mortíferos incendios que arrasó miles de casas y segado la vida de casi un centenar de personas en la región costera de Valparaíso, apenas se escuchan ya lamentos.

El clamor que se mezclaba con la desesperación cuando el viernes aparecieron las llamas fue sustituido por una sinfonía de chapas que se amontonan, palas que se arrastran y golpes de martillo sobre maderas irregulares.

Sonidos acompasados sobre una horizonte desolador que replica el horror que sobrevuela los barrios arrasados tras bombardeos como los que sufren Yemen, Ucrania o Gaza.

Foto EFE/ Ailen Díaz

Columpios tristes, piscinas de goma abandonadas, juguetes quebrados y decenas de hierros ennegrecidos, vehículos calcinados y una capa gris formada por cientos de brasas dormidas envueltas en el humo de las cenizas.

“Solo en este sector han muerto al menos nueve personas” varios ancianos y dos madres con sus hijos pequeños», explica a EFE Ofelia, coordinadora del campamento y presidenta del Comité Fuerza y Esperanza.

“Tener una casa, eso es lo que necesitamos. Antes del invierno, usted sabe que los inviernos aquí son crueles y aquí hay niños y personas mayores”, explica mientras gestiona con otras vecinas la comida, en forma de «olla común» para todos.

“Pero como somos bien realistas, y eso no va a pasar ahora, nuestras necesidades básicas son agua, alimentos, leche, pañales, vestuario, zapatos, ropa de abrigar, y colchones, que llegaron pero no han dado a basto para todos”, enumera.

Foto EFE/ Ailen Díaz

Lo que tampoco ha llegado son los materiales de construcción, que igualmente no esperan, por eso muchos comenzaron ya a reconstruir con lo que quedó menos dañado.

Juan, empleado de un restaurante de comida rápida, levantó ya varios paneles, y con dos de sus primos levanta las primeras vigas: un palo hundido en el suelo y una madera que pretende que mañana sean el pilar de un hogar.

De momento vive en una carpa. Y ya le llegó un colchón reglado por una de las comunas del norte del país, por lo que se cuenta entre los afortunados.

Foto EFE/ Ailen Díaz

Y lo celebra mientras golpea con determinación los clavos, con cumbia que sale con estruendo de un reproductor de música a la sombra de las chapas.

Tiene más suerte que sus vecinos, que se arraciman en un vehículo completamente quemado: el capó sirve de mesa improvisada y varias tablas permiten tumbarse y resguardarse del sol, que vuelve a picar con fuerza al mediodía.

EFE/ Ailen Díaz

Al menos corre una fresca y ligera brisa, y no hay indicios de que vaya a volver el viento que el viernes pasado se convirtió en su peor enemigo.

Al igual que Ofelia, José, padre de dos hijos, aseguró que fue todo muy rápido y atroz. En cuestión de segundos esta amplia y mísera barriada del extrarradio de Viña del Mar, en la que malviven 320 familias, se vio abocada al infierno.

Foto EFE/ Ailen Díaz

“Veíamos las llamas en los cerros, pero no creímos que iba a llegar. Y estaban esos otros campamentos antes. Pero de repente el viento cambió y apenas nos dio tiempo a salir, a correr. Muchos no pudieron”, explica a EFE mientras trasiega entre los escombros.

“Esta tragedia no viene desde el viernes”, precisa Ofelia. “Nosotros no tomamos ninguna importancia porque no creímos que iba a llegar hasta acá. En 15 minutos se quemaron las tomas (asentamientos ilegales) de atrás. Después las casas de delante y al final fue una caótica de fuego”, insiste.

Foto EFE/ Ailen Díaz

“Muchos vecinos no quisieron dejar sus casas. Hubo muchas pérdidas humanas y murió mucha gente acá”, agrega Ofelia, que explica por qué no queda espacio para el luto.

La pobreza, señala, no da tregua. Todos tienen que trabajar este lunes para poder comer y dar de comer a sus hijos, y les gustaría que al llegar a casa, al menos, le espere un techo: aunque sea de lata, con cuatro paredes —aunque sea de madera fina— y un colchón limpio donde descansar algunas horas.

Foto EFE/ Ailen Díaz

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