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Luis Fernando huyó de Colombia acosado por un grupo de guerrilleros que lo quieren obligar a tomar las armas e incluso despojarlo de sus bienes. Francisco dejó Venezuela porque no le daba un salario digno para vivir; Juan salió de Panamá porque la pobreza y la inseguridad los asolaban.

Todos ellos no se conocen, pero desde hace días o meses convergen en el “corazón” de esta capital de Chiapas; además, poseen un destino similar: pasarán un fin de año en la calle, sin sus familias y acosados por agentes del Instituto Nacional de Migración (INM).

La guerrilla lo acosa

Luis Fernando tenía una vida próspera en Colombia: casas, una finca, ganado, dinero y otros bienes. Sin embargo, la situación se enrareció por el hostigamiento de grupos armados, por lo que, desde hace cinco años, empezó a viajar de forma constante a Ecuador, donde comercializaba algunos productos y sacaba suficiente plata para vivir.

Asimismo, también visitaba Chile o Perú; no obstante, un día ya no fue posible retornar a casa. Él tiene primos y tíos metidos en la guerrilla, quienes lo intentan reclutar, a la fuerza, a esa vida de armas y muerte; además, grupos contrarios a ellos también están al acecho.

Un día (hace como un año y medio), cansados de tanto “acoso” y de las amenazas de muerte cada vez más constantes, decidió, junto a su madre, salir del país que los vio nacer, y emprender un viaje complicado; “ha sido muy difícil esta travesía, pues mi madre se puso mal en la selva panameña conocida como el Tapón del Darién, se intoxicó por tomar agua contaminada”.

En esa misma “excursión”, rememora, un amigo que lo acompañaba también estuvo a punto de fallecer y otro de sus “panas” desapareció. Y aunque libraron esa región, la pesadilla se apareció en Guatemala, donde los intentaron secuestrar.

Desde hace ocho días, Luis Fernando, su madre y su amigo están en Tuxtla, pero el dinero se les acabó y, apenas, tiene un poco para “medio comer”.

A pesar de que no ha iniciado un trámite legal, confía en que, por lo que ha vivido y cuenta con pruebas suficientes, tiene el “pase” casi seguro a los Estados Unidos.

Incluso, confiesa, ha pensado en quedarse en México, aunque lo que lo limita son los sueldos tan bajos que pagan los patrones o las mismas empresas.

A Luis Fernando, quien cursó hasta el tercer semestre de la carrera en Psicología, le gana la nostalgia. Sabe que este fin de año será diferente, y más porque su mamá sigue mal de la salud. “No hay nada como la tierrita de uno… ¿me entiendes?”, se cuestiona.

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Ambiente empeoró con Chávez

Pese a que aún no tiene esposa, ni hijos, a Francisco Castillo le costó mucho decidir ya no continuar en Estado Barinas, en Venezuela, pues allá quedaron sus ocho hermanos, con quienes no podrá convivir, como de costumbre, en Navidad año nuevo.

Para él, dejar su tierra hace tres meses no fue fácil; en ese lapso, ha sorteado varias vicisitudes, como la demora que ha sufrido con sus trámites en Tapanatepec, Oaxaca para obtener una visa que le permita seguir su camino.

Ahora se le han agotado los recursos, no tiene quién le mande un poco, y la única opción que le queda es trabajar para conseguirlo, pero no le dan un empleo por su condición de migrante.

En Venezuela, recuerda, se dedicó a producir ganado y cosechar papaya, yuca, entre otros; sin embargo, la inseguridad en su país, generada según él por el exmandatario ya fallecido Hugo Chávez y luego por Nicolás Maduro, lo orilló a buscar, como miles de sus connacionales, el famoso “sueño americano”.

Luego, dice el varón de 36 años, lo “contrataron” en una recicladora en Tuxtla, pero solo le pagaban 50 pesos al día, insuficientes para alimentarse y rentar un cuarto.

Para colmo, su trámite ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) aún no prospera, por lo que la paciencia se le empieza a acabar. Mientras tanto, espera a que, con 5 pesos, le ofrezcan un plato de comida y un vaso de agua en un comedor de una parroquia en esta capital tuxtleca.

Francisco, quien dejó trunca su educación primaria, tiene un “as bajo la manga”: ya metió sus documentos en la Presidencia Municipal, para que le den un sueldo mensual y pueda sobrevivir. “Son como 5 mil pesos”.

Lo que lo pone triste, es que sus conocidos que están en EU ya no le responden los mensajes ni las llamadas telefónicas, y la incertidumbre aumenta porque no podrá estar con sus familiares en fin de año. “No cuento con nadie, solo con Dios”.

En Panamá la vida es más difícil

Kelvin Martínez y Juan decidieron dejar a sus hijos y mujeres en la República de Panamá, pues como soldadores, carpinteros o hasta como peones de albañil no ganaban la plata necesaria para mantenerlas.

Ante la desesperación, los amigos juntaron un recurso y emprendieron el viaje que, desde hace dos meses, los mantiene en Chiapas. Kelvin, por su lado, extraña a sus dos hijas pequeñas, a su esposa y a sus 12 hermanos, pero no le quedó de otra.

“Me duele, porque acá estamos parados, no avanzamos; luego, nos han ultrajado, nos han quitado el dinero, y es la misma policía”, refiere el entrevistado, quien sabe que tendrá que pasar un fin de año un “poco amargo” porque, según el INM, ya cerró operaciones y las reactivará hasta enero.

Es decir, menciona, los trámites seguirán en espera. “Y volver ya no, porque hay delincuencia y hambre; mi familia no quería que me viniera, pero hay que sufrirle un poco”.

Mientras tanto, Kelvin y Juan se preocupan por juntar al día, al menos, 5 pesos cada uno para aprovechar los alimentos que les brindan en la parroquia de Santo Domingo, en Tuxtla.

“Quiero llegar a EU y darle un abrazo a Biden (risas), pa’que se le ablande el corazón, tú sabes”, dice Kelvin, quien junto a Juan tendrán que pasar las fiestas decembrinas en la calle, pues no les alcanza para hospedarse ni en un modesto hostal.

De pronto, señala, unos primos que están en el país norteamericano le envían unos lempiras, pero tampoco es suficiente.

Juan, por su lado, acepta que fue persuadido por Kelvin, quien en todo momento le insistió en que en Panamá no había porvenir. “Yo trabajaba en soldadura, pero no era suficiente para mantener a mi hijita de cuatro años”.

Además, confiesa que, como su mamá se murió hace ocho meses, él se quedó a cargo de un hermano y una hermana, ambos menores de edad, y por eso se vio motivado en salir.

Sabe que esta Navidad no será igual, pues él era quien metía recursos para los gastos diarios. “Estarán tristes, porque somos muy unidos; pero tengo fe, Dios sabe por qué me salí, hay un propósito, pues no solo quiero trabajar, sino hacer mi carrera en Derecho”.

 

 

 


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