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Presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Foto: EFE

Hace un año, eran más los malos augurios que las esperanzas en el arranque del tercer mandato presidencial de Luiz Inácio Lula da Silva. El líder brasileño regresaba al poder tras una estrechísima victoria sobre su antecesor, Jair Bolsonaro, con una economía endeble y una polarización política que llevó a cientos de bolsonaristas a asaltar, el 8 de enero, las sedes de los altos tribunales y del Congreso, en Brasilia, para tratar sabotear el inicio del nuevo periodo presidencial.

Con cerca de la mitad de los votantes decididos a oponerse a Lula por todos los medios, el apoyo más o menos abierto a Bolsonaro por parte de sectores del mando militar, y un nuevo parlamento dominado por fuerzas de centro-derecha y derecha, Lula caminaba sobre brasas en los primeros días de su tercera presidencia.

Atrás había quedado su doble mandato de la primera década del siglo, cuando vivió las mieles de la popularidad, con una economía al alza gracias a los altos precios del petróleo y de los cereales, y una política social que le permitió sacar a 25 millones de brasileños de la pobreza.

Tres objetivos se trazó Lula, de 78 años, para este nuevo comienzo, y para dejar atrás la pesadilla vivida a mediados de la década pasada, cuando fue condenado por corrupción por la poco clara adquisición de un apartamento de lujo, y por los nexos de muchos de sus allegados del Partido de los Trabajadores y de otras fuerzas aliadas con el escándalo Lava Jato, el pago de 350 millones de dólares en sobornos de la firma Odebrecht a funcionarios y políticos. El proceso fue anulado luego, tras pasar Lula más de 500 días detenido.

El primer objetivo era estabilizar la economía y recuperar las cuentas públicas para poder financiar sus planes sociales. El segundo, reactivar la agenda medioambiental y, sobre todo, frenar la deforestación de la selva amazónica. Y el tercero, reasumir el liderazgo internacional de Brasil, que se había desvanecido ante la mala prensa externa de la que Bolsonaro se hizo merecedor.

“Lula no gozó de un período de gracia en sus primeros meses y tuvo que hacer frente a un parlamento hostil”, explicó hace pocos días a la AFP el politólogo André Rosa, de la Universidad de Brasilia. Pero se armó de paciencia, se centró en sus metas sin dejarse cegar por su ideología de izquierda y, poco a poco, consiguió sostener el respaldo que le permitió ganar las elecciones a fines de octubre de 2022.

Al cierre de 2023, Lula obtenía cerca del 40 por ciento de opiniones favorables según una encuesta de Datafolha, y niveles de aprobación a su gestión por encima del 50 por ciento según los sondeos de Quaest, lejos del 80 por ciento con que dejó el poder en 2010, pero con un margen razonable para seguir adelante con la apuesta política y económica de su tercer período.

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, saluda junto a su esposa, la primera dama Janja da Silva, durante el desfile por el Día de la Independencia. Foto: EFE

Crecimiento y reformas

A diferencia de lo ocurrido en sus primeros mandatos, cuando el boom de las exportaciones le permitió financiar sus ambiciosos programas sociales, al empezar esta tercera administración, Lula encontró las arcas públicas exangües. Puso entonces la mira en el control de gastos, para lograr una mayor eficiencia en la ejecución presupuestal.

Bolsa Familia, el programa bandera de su primera presidencia, recuperó ese nombre que había sido cambiado por Bolsonaro. Pero –más importante– volvió a plantear controles y exigencias a los beneficiarios, que habían sido eliminados por su antecesor.

En este plan que beneficia a 22 millones de hogares, para obtener cada familia el auxilio de 600 reales mensuales (115 dólares, unos 440.000 pesos colombianos), los niños deben ir a la escuela y estar vacunados. Lula agregó 150 reales por cada hijo hasta la edad de 6 años.

Pero el gran desafío era ganarse la confianza del empresariado, clave para reactivar la economía. Bajo el liderazgo del ministro de Hacienda, Fernando Haddad, el gobierno de Lula sacó adelante una reforma fiscal que el sector privado llevaba más de tres décadas reclamando.

Con un sistema tributario enmarañado, que incluía 5 tipos de impuestos al consumo a nivel regional y federal, la declaración de renta de las empresas era una pesadilla. La simplificación implicará un solo IVA, del que estarán exentos el grueso de los productos de la canasta familiar.

Aunque su implementación tardará un par de años, la aprobación de la reforma fue valorada en positivo por calificadoras de riesgo: en Navidad, S&P Global elevó la nota de la deuda soberana de Brasil de BB- a BB. Semanas atrás, Fitch había hecho lo propio.

Lula y su Minhacienda han tenido suerte: por cuenta de la guerra en Ucrania, los cereales subieron de precio en el comienzo de 2023. Convertido en el primer productor mundial de soya y de maíz, Brasil se benefició de ello y cerró el primer trimestre del año con un crecimiento del PIB agrícola del 12,5 por ciento.

Al mismo tiempo, el aumento de la confianza inversionista llevó a la creación de casi 2 millones de empleos. A eso se suma que Haddad logró convencer al Banco Central de bajar las tasas de interés, una medida posible gracias al descenso de la inflación a 4,5 por ciento. Brasil crecerá casi 3 por ciento al cierre de 2023, cuando hace un año los pronósticos del Banco Central apuntaba apenas a 1 por ciento.

El expresidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Foto: AFP

Pragmatismo ambiental

Aparte del frente económico, Lula apostó por combinar dos fortalezas de su perfil: su discurso contra la deforestación del Amazonas (disparada bajo Bolsonaro) y una activa agenda externa para decirle al mundo que Brasil está de regreso al escenario internacional.

Para ganar credibilidad, prometió frenar el ritmo de tala de la selva amazónica, que, a los pocos meses de su llegada al palacio de Planalto, había logrado bajar a la mitad, un resultado que proclamó en cada uno de sus 15 viajes al exterior, en los que visitó 24 países.

Con el mismo acento ambientalista, elevó las inversiones de Petrobras en el desarrollo de energías renovables, previstas para el periodo 2024-2028, de 4.400 millones de dólares a casi 12.000 millones de dólares.

Pero como lo explicó hace pocos días en un conversatorio en el Círculo France-Amériques de París Jean-Louis Martin, economista e investigador asociado del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri), “la prioridad de Lula no es la agenda medioambiental, sino la lucha contra la pobreza, y para ello, él sabe que necesita impulsar la exploración petrolera y aumentar la producción de crudo”.

Por eso, el plan estratégico de Petrobras destina más de 64.000 millones de dólares de Petrobras a esas actividades. Agrega Martin: “Lula sabe que para luchar contra la pobreza necesita crecimiento económico y que, para eso, requiere los enormes recursos del petróleo”.

Brasil es el mayor productor de petróleo en América latina, con 3,6 millones de barriles diarios, por encima de los casi 2 millones de México, los 750.000 de Colombia y los 650.000 de Argentina, todos arriba de los 500.000 de Venezuela, un país cuya decadencia es dramática, tras haber alcanzado los 3,5 millones de barriles diarios a fines del siglo pasado.

“Lula está haciendo grandes esfuerzos para detener la deforestación e impulsar las energías renovables”, explica, en diálogo con EL TIEMPO, Gaspard Estrada, director del Observatorio Político de América Latina del afamado Sciences Po. Pero, agrega Estrada, “a diferencia de Gustavo Petro en Colombia, es pragmático y sabe que sería suicida renunciar desde ya al petróleo y al gas”.

Eso permite entender algo que algunos líderes ambientalistas le han criticado a Lula: la adhesión de su país, como observador, a la OPEP, el gran club de productores de crudo. Según Estrada, con Lula “Brasil no se va a privar de ser un actor en el mundo petrolero”.

El presidente de Colombia, Gustavo Petro (i), el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (c), y el presidente de Bolivia, Luis Arce (d). Foto: EFE/ Antonio Lacerda

Está pendiente una decisión –a la que se oponen los ambientalistas– de abrir a la exploración petrolera una amplia franja marina cerca de la desembocadura del Amazonas. Expertos hablan de gigantescas reservas allí, que pueden elevar la producción diaria de Brasil a más de 5 millones de barriles. Lo más probable es una decisión intermedia, que abra una parte y vete otra, en consonancia con el objetivo de Lula de mantenerse lejos del cualquier radicalismo.

Ese pragmatismo se extiende al conjunto de la política exterior. Por eso, Brasil por fin aceptó la idea de China de ampliar el grupo Brics (que ambos integran con Rusia, India y Sudáfrica) y al que acaban de ingresar varios países árabes. Lula dió su visto bueno a cambio del acuerdo inicial de China a la ampliación del Consejo de Seguridad de la ONU, al que aspira ingresar Brasil como miembro permanente.

Al apagar el lunes pasado la primera velita de su tercer mandato, Lula puede darse por satisfecho. Estabilizó la economía, frenó la deforestación en el Amazonas y devolvió a Brasil a un rol importante en la escena internacional.

Pero hay nubarrones en el horizonte. El crecimiento económico parece haberse frenado en el trimestre final del año, y los pronósticos para el año entrante son de apenas 1,5 por ciento, lo que reducirá el margen de Lula para expandir sus planes de gasto e inversión social.

La inseguridad –cuya baja fue uno de los logros de la primera mitad del mandato de Bolsonaro– amenaza con repuntar en estados como Río de Janeiro y Bahía, con una tasa de homicidios que ha detenido su significativa caída de fines de la década pasada.

Y en las mismas encuestas que registran que más de la mitad de los interrogados aprueba la gestión de Lula (sondeo Quaest de diciembre), el porcentaje de quienes la desaprueban alcanza 43 por ciento, mucho más del 28 por ciento que la desaprobaba en febrero. Para el año que comienza, el mandatario brasileño tendrá que redoblar esfuerzos y esperar que su pragmatismo, y algo de buena suerte, consiga que el cierre de 2024 también esté por encima de las expectativas.


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