A continuación le llamaré Diego, tú sabes, para no despertar en el personaje algún posible sentimiento de irascibilidad en caso de que llegue a tropezar con estas hipotéticas líneas.

Diego está diagnosticado psiquiátricamente, el médico tratante que lleva su caso lo refirió a varios colegas psiquiatras del sur del país e incluso de la capital de la república vinieron colegas psicólogos y psiquiatras a evaluar pormenorizadamente «el caso Diego» como un raro caso que puso de cabeza a no pocos colegas de la ciencia médica.

El padre de Diego, cuyo homónimo se trasladó al hijo único, se suicidó cuando apenas éste era un tierno párvulo de 11 años y apenas estaba entrando a estudiar 1º año de bachillerato. Dos intentos fallidos de suicidio prendieron las alarmas en la familia de Diego. El padre de Diego era un alcohólico que tenía un largo historial como paciente farmacodependiente. Diego creció presenciando los maltratos que su padre le propinaba a su madre cuando en las noches el padre de Diego llegaba descompuesto por los efectos del alcohol y el abuso de las pastillas medicadas que le recetaban los médicos para tratar un severo cuadro de esquizofrenia que la madre de Diego ocultaba a los vecinos y conocidos para que los cuchicheos y habladurías y chismes no le causaran a Diego un desajuste emocional que sus compañeros de clases lo convertirían en blanco de bullyng y acoso psicológico.

Diego fue creciendo y viendo a su madre llorar cuando él terminaba de hacer sus tareas escolares y se acostaba temprano para levantarse muy temprano para ir a sus cumplir con sus obligaciones escolares diariamente en una escuelita rural que quedaba a unos 3 kilómetros de la casita de acerolit que construyó el gobierno a través de un programa de viviendas populares denominado «Banco de la Vivienda y de los trabajadores del campo y la ciudad».

Diego comenzó a dar muestras de una disminución de las calificaciones y se quedaba semidormido durante las clases, especialmente en las clases de Inglés y Matemáticas. Un día la directora de la escuela citó a la mamá de Diego para tratar la situación de Diego y se extrañó cuando la madre de Diego se apareció vestida con camisa manga larga de blue jean y unos lentes negros para el sol.

Luego de varios minutos de paciente exposición sobre la conducta de Diego en el aula de clases y de preguntas acerca de la alimentación de Diego con el propósito de buscar la causa que hacía que Diego se quedara dormido en clases, la madre de Diego no aguantó más y estalló en llanto.

Maestra, yo le voy a ser sincera; la relación mía con el padre de Diego es un infierno. El niño ha presenciado las golpizas que me propina su padre cuando de noche llega en estado deplorable totalmente consumido por los efectos del alcohol, las drogas y las pastillas que le receta el médico psiquiatra para controlarle su cuadro esquizofrénico. El otro día llegó extrañamente callado y no quiso comer la comida que siempre le guardaba  para la cena. Puso un bolso que siempre llevaba para el trabajo sobre el mueble de la Sala y se sentó en la mesa de la cocina. Mientras yo hablaba con Diego y me asomaba tras la cortina a mirarlo observé que se quedó dormido, al rato escuché un ruido como de una silla que golpea una pared y me asomé a ver si continuaba en la mesa de la cocina pero no ví a nadie. Me imaginé que se había levantado y había ido al baño y no hice caso al ruido. Diego se quedó dormido al cabo de poco tiempo y yo salí a ver dónde estaba el padre de Diego. Corrí la cortina que hacía las veces de puerta del baño y vi que él estaba desmayado al lado del lavamanos en medio de un charco de sangre: tenía los brazos bañados en sangre, Se había cortado las venas en un intento de suicidio. Rápidamente corrí a la cocina y agarré varios paños de cocina y como pude le amarré las dos «muñecas» de ambos brazos y corrí a llamar a Diego para que le avisara al vecino que tiene una camioneta y lo trasladamos a un centro médico que está a diez minutos de la casa. Por fortuna lo auxiliaron rápido y le suturaron las heridas y se salvó de milagro.

Diego no durmió en toda la noche, tal vez en esos días dormía muy poco porque lo notaba muy nervioso y no perdía ocasión de preguntarme por su papá, que si su padre estaba enfermo. Diego no entendía por qué su padre bebía tanto y las razones por las cuales su padre nunca iba a la escuela como lo hacían los papás de los demás niños a preguntar por él. Casi siempre que Diego despertaba ya su papá se había ido al trabajo. El padre de Diego trabajaba hasta las 5:00 de la tarde, pero en vez de terminar su jornada laboral e irse a su casa; no, no lo hacía así. Al contrario, se iba con una junta de «amigos» bebedores de aguardiente como él y se emborrachaba hasta la noche. El dueño del bar le anotaba en un cuaderno de Contabilidad la deuda que por concepto de ingesta de bebidas y comidas el padre de Diego iba acumulando. Afortunadamente el padre de Diego pasaba considerables períodos de tiempo relativamente «estable» emocionalmente gracias a los rigurosos tratamientos con fármacos de última generación que los médicos psiquiatras lo trataban con especial diligencia y singular atención pero recaía muy pronto en severas crisis cíclicas que lo sumían en estados desastrosos de desórdenes mentales y de comportamientos escindidos. Cuando le sobrevenía una crisis inminente los trastornos de ansiedad seguidos de inevitables crisis de angustia y terribles brotes de desasosiego incontrolables el padre de Diego caía derribado literalmente por los demonios del alcoholismo en combinación con la ingestión de pastillas y cápsulas ansiolíticas y antidepresivas. Todo ello era observado y vivido por Diego y su madre bajo los influjos de cuadros sucesivos de impotencia. El padre de Diego era para Diego «El llanero solitario», otras veces era «Kalimán» y Diego hacía las veces de Solín, no pocas veces Diego veía en su papá un Batman o a un Superman y ver a su superhéroe deshecho tirado en el piso llorando como un niño más pequeño que él convertía a Diego en un diminuto pajarito con pequeñas alitas sin plumas, sin poderse mover en su desamparado nido roto por las constantes crisis de esquizofrenia que convertían al padre de Diego en poco menos que un espantapájaros sin cabeza o sin una pierna o sin un brazo bamboleándose según soplara el viento de la tragedia instalada en la casa de Diego.

Esa noche larga y tortuosa para la familia (padre y madre) de Diego quedó grabada como se graba un hierro candente en la frágil piel de la memoria de Diego y de su exhausta madre. Uno de los médicos psiquiatras amigo de la familia le había regalado a la madre de Diego una jeringa contentiva de una ampolla de un potente ansiolítico para que le suministrara al padre de Diego en caso de una crisis incontrolable como la de esa noche. Tal como ocurrió, la madre de Diego le aplicó la dosis inyectable al padre de Diego y al cabo de unos breves minutos éste quedó profundamente dormido. Tan pronto comenzó a amanecer, el padre de Diego se duchó con agua fría que la familia almacenaba en un tambor. Diego (padre) tomó café tinto y desayunó y le estampó un cálido y suave beso en la boca a la madre de Dieguito y se despidió poniendo sus pasos rumbo al trabajo. Probablemente ya el padre de Diego llevaba la «decisión» tomada quién sabe si durante el tiempo que duró duchándose en el tambor con el agua helada.

No transcurrió ni media hora desde que el padre de Diego llegó a la construcción cuando sus compañeros escucharon un estruendoso golpe por los lados donde estaban los materiales de construcción. Al lado del cuerpo del padre de Diego quedó un pequeño bolso tricolor dentro del cual estaba una carta explicativa de las razones por las que el suicida tomó la fatal decisión de abolirse por mano propia.


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