Niños
Foto Archivo

Nos enseñaron que para estimular la confianza en sí mismos, a los niños hay que elogiarlos y reconocerles lo bien que hacen las cosas. Eso está bien a simple vista, pero a veces el exceso o un mal uso de los términos puede llegar a ser contraproducente. Así lo afirma la profesora de la Universidad de Stanford, Jo Boaler, en su libro Mente sin límites, que acaba de ser publicado.

La especialista observó que con la finalidad de aumentar la autoestima de los niños, los padres suelen elogiarlos en ocasiones que quizás no lo ameritan, utilizando la palabra inteligente. Lo que argumenta Boaler es que empecemos a reconocer a los niños cuando realmente consigan un objetivo y que la frase utilizada no sea «¡Qué inteligente eres!».

¿Por qué? Porque los niños, al principio, cuando reciben elogios piensan «soy inteligente», pero si cuando deben enfrentarse a un problema fracasan o se equivocan, concluyen la frase «no soy tan inteligente» y terminan juzgándose a sí mismos todo el tiempo en función de esa idea. Es como haberles enseñado el concepto de inteligencia de manera incompleta sin la parte de que es inteligente quien puede efectivamente resolver problemas. Boaler, entonces, aconseja elogiar a los niños no como personas, sino por lo que han hecho y ofrece alternativas para reemplazar el uso del término inteligente.

Elogios para una motivación adecuada

Si el reconocimiento es parecido a «¿pudiste hacer completo el análisis sintáctico? ¡Qué inteligente eres!», lo más adecuado sería decir algo así: «¿pudiste hacer completo el análisis sintáctico? Es muy bueno que hayas aprendido a hacerlo».

Lo mismo en el caso de que hayan resuelto un problema que la frase típica es «¿solucionaste algo tan difícil? ¡Eso es muy inteligente!», que la autora reemplazaría con «me gusta que hayas encontrado una solución tan creativa al problema».

Si la ocasión es felicitar a un graduado habrá que evitar decir «eres un genio» para preferir señalar el esfuerzo que habrá hecho para superar esa etapa.

Boaler asegura que el mensaje «eres inteligente» puede sonar muy motivador, pero que a la larga se convierte en perjudicial. La especialista en enseñanza de matemáticas ha notado que incluso sus alumnos más destacados son susceptibles de ser afectados por esta obsesión con la inteligencia. Si los padres les hicieron creer que son inteligentes porque sí y después eso no se comprueba en la realidad, el sentimiento de dificultad les resulta tan devastador que los lleva a dudar de ellos mismos o a rendirse directamente.


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