Mujer ahogó a sus cinco hijos en una bañera porque 'se lo pidió el diablo'
Luego de haber cometido los crímenes llamó al 911 para confesar su autoría. FOTO: Departamento de Justicia Penal de Texas / iStock

Las madres son la viva encarnación del amor incondicional. En sus brazos los hijos pueden encontrar seguridad, ternura y protección; aunque, en ocasiones, también pueden hallar una trágica y angustiosa muerte. Todos saben que ellas son la fuente de la vida, pero la historia antigua ha demostrado que igualmente pueden fungir como secuaces de la muerte.

Historias como las de «La Llorona» no se limitan al folclore hispanoamericano. Escondidos y poco olvidados, existen relatos que, por su naturaleza macabra e inverosímil, bien podrían haber sido los protagonistas de decenas de leyendas urbanas. Para infortunio de todos, el caso de Andrea Yates no es una narración de ficción más, sino un delito en contra de la maternidad y una lucha por la salud mental.

La tensión en sus manos desaparecía cada vez que un pequeño cuerpo frío, inerte y flotando en la bañera anunciaba la consecución de un nuevo crimen. Uno tras otro, la mujer acababa con aquellas criaturas que hasta el último respiro le llamaron mamá. Fue Andrea quien les dio la vida y sería ella misma la encargada de llevarlos hasta la muerte.

¿Quién es esta inestable mujer que acabó con la vida de sus hijos? ¿Por qué cometió los crímenes? ¿Cómo fueron los últimos instantes de los cinco pequeños? El caso que conmocionó a los Estados Unidos en la década de los 2000 es una herida que aún sangra.

Andrea Yates: de alumna estrella y capitana de natación a asesina

La mujer que saltó a la fama en Estados Unidos y en el mundo por haber confesado el asesinato de sus cinco hijos nació el 2 de julio de 1964 en Hallsville, Texas, Estados Unidos. Creció en el seno de una familia devota en la que ella era la menor de cinco hijos que fueron fruto de la unión entre sus padres: Jutta Karin Koehler, una inmigrante alemana, y Andrew Emmett Kennedy, un hombre de origen irlandés.

La secundaria Milby en el distrito East End de Houston, Texas, fue testigo de la formación de una alumna estrella con un futuro más que prometedor. Andrea no solamente era la mejor de la clase, sino que en su paso por la escuela pudo hacerse con el título de capitana del equipo de natación, entre muchos otros logros que se vieron opacados con la llegada de sus primeros trastornos.

De acuerdo con las declaraciones presentadas por sus familiares, Yates dejó ver los primeros deterioros de su salud física y mental cuando aún era una adolescente. La bulimia, un trastorno alimenticio y psicológico, se asomó en medio de su pubertad, mientras que las ideas suicidas tocaron a su puerta a la edad de 17 años.

Al parecer, estas manifestaciones médicas no resultaron un inconveniente para que Yates emprendiera un nuevo camino en busca de sus metas. Su sueño de ser enfermera era mucho más fuerte que las ideas delirantes que la atormentaban en su cabeza, así que decidió estudiar enfermería en la Universidad de Houston, de la cual se graduó en 1982.

Desde 1986 hasta 1994 se desempeñó como enfermera en el MD Anderson Cancer Center. Según algunos medios locales, sus compañeros la describían como una mujer normal que era querida y respetada por todos. Con un futuro prometedor por delante, ¿qué podría salir mal?

Madre solo hay una: inestable y caótica

Transcurría el verano de 1989. Las calurosas temperaturas, el aire húmedo y el amor inundaban cada rincón de la ciudad más poblada del estado de Texas. Solamente bastó una mirada entre Andrea y Russell «Rusty» Yates para dar rienda suelta a un romance que duraría casi una década.

Las campanas de boda no tardaron en sonar para los enamorados. En 1993 la pareja, que se había conocido en un complejo de departamentos llamado Sunscape, recitó sus votos matrimoniales y se unió en una ceremonia sagrada. Después de cuatro años, finalmente era un hecho, estarían juntos hasta que la muerte los separase o, en últimas, hasta que la locura de alguno de los dos hiciese de las suyas.

Con la llegada de un nuevo amor vino también una nueva ilusión. El objetivo era sacarle fruto a su romance y formar una gran familia. Según la cadena de televisión estadounidense Click2Houston, el 26 de febrero de 1994 nació el primero de cinco hijos. Noah Jacob fue el primogénito de la pareja, quien justo en ese momento tuvo que trasladarse a Florida debido al empleo de Rusty, un experto en computación de la Nasa que ganaba exorbitantes sumas de dinero.

Poco más de un año después se unió a la familia John Samuel, nacido el 15 de diciembre de 1995. Tras dos años vino su tercer hijo, Paul Abraham, quien llegó al mundo el 13 de septiembre de 1997. Para ese entonces Andrea no solamente había dejado su trabajo como enfermera, sino que también había tenido que empacar maletas, tomar a sus hijos y mudarse nuevamente con su esposo a Houston.

El primer episodio todavía eclipsa los recuerdos de Russell. La imagen es devastadora: su esposa temblorosa y mordiéndose las yemas de los dedos pide, entre palabras casi indescifrables, que le brinde ayuda. Y eso es exactamente lo que hace, conducir con Andrea y sus cuatro hijos hacia la casa de sus suegros para lograr estabilizarla. No obstante, los planes dan un giro inesperado.

Una vez allí la situación se salió de las manos. 40 tabletas de un fuerte sedante amenazaban con acabar con la vida de la mujer quien, desesperada, aprovechó que todos se encontraban tomando la siesta para llevar a cabo el que constituiría su primer intento concreto de suicidio, según sus registros médicos.

Aunque fue un momento sombrío en la historia familiar, los acontecimientos que tendrían lugar después serían aún más espeluznantes. Entre ires y venires, Andrea pasó largas temporadas internada en centros psiquiátricos que trabajaban arduamente para dar con un diagnóstico.

En una oportunidad incluso puso un cuchillo contra su cuello y suplicó a su esposo que la dejase morir. Luego de eso sobrevinieron dos intentos de suicidio más y dos hospitalizaciones psiquiátricas consecutivas. Con cada episodio la situación parecía no tener fin, hasta que los especialistas, finalmente, dieron con un temido dictamen: psicosis posparto.

De acuerdo con Mayo Clinic, una entidad sin ánimo de lucro que se dedica a la práctica clínica, la educación y la investigación, la psicosis posparto es una enfermedad poco frecuente que se desarrolla, generalmente, dentro de la primera semana después del parto. Sus síntomas son tan numerosos como graves, pues incluyen confusión, desorientación, pensamientos obsesivos, alucinaciones, delirios e incluso paranoia.

A esas alturas, el someterse a otro embarazo suponía un gran riesgo para Andrea y sus hijos. La primera psiquiatra de Andrea, Eileen Starbranch, declaró en el juicio que le había advertido al matrimonio que tener más hijos garantizaría para la mujer “una futura depresión psicótica”. Sin embargo, la pareja decidió hacer oídos sordos a las recomendaciones y concibió a su quinto y último hijo el 30 de noviembre del año 2000.

La tragedia estaba prácticamente anunciada. Con el fallecimiento del padre de Andrea el 12 de marzo de 2001 y el hecho de que la mujer había dejado de tomar sus medicamentos un año antes, era sólo cuestión de tiempo para que la bomba explotara. Y sí que lo hizo, de la manera más cruel e inesperada.

El «diablo» la obligó a hacerlo

Sesenta minutos parecen poco hasta que se descubre que es el tiempo que le toma a una mujer de 37 años ahogar, uno por uno, a sus cinco hijos de entre los seis meses hasta los siete años de edad en la bañera.

En el juicio en su contra, que luego fue ampliamente divulgado por los medios internacionales, la mujer relató de manera detallada el atroz crimen. El primero que fue víctima de los delirios de su madre fue Paul, de tres años.

Boca abajo, el pequeño luchó ferozmente para anteponerse a su trágico destino, mientras su madre lo sumergía indefinidamente dentro de la bañera atiborrada de agua. No podía gritar, ni pedir ayuda, estaba solo con quien pensaba sería su protectora en la vida. Unos cuantos minutos después, la locura le ganó a la valentía. Andrea tomó su cuerpo inerte y lo llevó hasta la cama matrimonial para taparlo con una sábana.

John, de tan sólo cinco años, fue el siguiente. Aunque inicialmente el pequeño se negó a entrar al baño, fue sólo cuestión de segundos para que su madre arremetiera contra él, lo sujetara fuertemente y lo introdujera en la bañera en la que minutos antes su hermano había encontrado la muerte. Al igual que con Paul, lo puso en la cama y lo cubrió con la misma sábana.

El modus operandi fue exactamente el mismo para los que vinieron después. Ni Luke de 2 años, ni Mary de seis meses, pudieron zafarse de las manos de su progenitora quien, con cada minuto que sostenía sus cabezas debajo del agua, iba arrebatándoles los pocos rezagos de vida que les quedaba. El sueño de convertirse en una feliz familia iba hundiéndose poco a poco en un cúmulo de delirio, crueldad y muerte.

Andrea completó el crimen con Noah, su primogénito. Él, obediente, acudió al baño como su madre se lo indicó. No obstante, al encontrarse con la aterradora escena – Mary, a diferencia de los otros niños, yacía inmóvil en la bañera – no dudó en confrontar a su progenitora. “¿Qué le pasa a Mary?”, fueron las palabras que, según Andrea, el pequeño de 7 años pronunció antes de salir corriendo – sin éxito – por la puerta. Instantes después tuvo el mismo trágico destino que sus hermanos.

Ocho minutos después, llamó a Russell, quien se encontraba trabajando en una oficina de ingeniería de la Nasa. Al oír su voz, alarmado, le preguntó qué pasaba. Ella respondió firme: “Es la hora”. Él inquirió: “¿Qué quieres decir?”. Cuando le preguntó si alguien había sido lastimado, Andrea soltó una temible frase: “Sí. Los chicos. Todos ellos”.

Para cuando Russell llegó a la casa llena de policías, ya era demasiado tarde. Un grito desolador seguido de la frase “¿qué le hizo a mis niños?” inundaba el ambiente. El padre que se había asegurado de tener los enchufes protegidos para los niños, los productos de limpieza bajo llave, los objetos cortopunzantes escondidos, se reprochaba por no haber protegido a los niños de su madre, una mujer inestable que aseguraba que el diablo la había obligado a hacerlo.

El 15 de marzo de 2002, el jurado rechazó tanto la pena de muerte como la defensa de Andrea, que alegaba locura. Fue sentenciada a cinco cargos de asesinato en primer grado y condenada a pagar cadena perpetua, con la posibilidad de pedir la libertad condicional cumplidos recién los 40 años de cárcel, de acuerdo con ‘CNN’.

El 26 de julio de 2006, después de tres días de deliberaciones, Andrea Yates fue declarada no culpable por demencia. Ella se comprometió a ser internada en el North Texas State Hospital-Vernon Campus. En enero de 2007, la trasladaron al hospital estatal de Kerrville en Texas, un centro mental de baja seguridad, donde vive hasta el día de hoy.


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