Una pregunta a tiempo y sin juicios de valor puede ayudar a un familiar, un amigo o un compañero de trabajo o colegio a aceptar buscar asistencia en el momento indicado y no llegar al punto de dar un paso extremo: “¿Estás pensando en suicidarte?” Pero antes conviene aclarar cuándo y cómo hay que hacerla, y qué pasa si la respuesta es positiva.

“La batalla contra el suicidio no puede quedar solo en manos de los profesionales de salud. Sabemos que 90% de los casos están asociados con un trastorno mental subyacente, como la depresión, la ansiedad, el consumo de sustancias -en especial del alcohol- o los trastornos de la personalidad. Es por esto esencial el acceso oportuno al diagnóstico y el tratamiento para prevenirlo”, dijo Andrea Otero, presidenta de la Asociación Colombiana de Psiquiatras (ACP), en una reunión de referentes regionales en esta ciudad, a la que fue invitada La Nación.

La especialista presentó el desafío a la población con la que la entidad buscó hace cuatro años erradicar el silencio que aún pesa sobre el suicidio y proporcionar a la comunidad herramientas simples para reconocer señales de alerta precozmente. Este mes, a propósito del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, que se conmemora el próximo sábado, repetirán la campaña.

El jueves pasado, durante la I Cumbre Latinoamericana de Salud Mental y su impacto en otras enfermedades, con colegas de la región, incluidos representantes de la Asociación Argentina de Psiquiatras (AAP), respaldaron la necesidad de que los países trabajen activamente con la población en la prevención y desmitificación de este problema de salud pública.

“La mayoría de las personas que cometen suicidio tiene historia de padecer algún tipo de enfermedad mental, principalmente depresión”, señaló Ricardo Corral, presidente de la AAP.

Agregó: «existen condiciones que incrementan el riesgo, como los antecedentes de maltrato y abuso infantil, el bullying, el consumo de sustancias tóxicas lícitas e ilícitas. Y es importante prestar atención a la presencia de los estresores psicosociales, particularmente en estos últimos tiempos, como la pandemia, la cuarentena y, en especial en nuestro medio, la inseguridad, la crisis económica y la pobreza, entre otros”.

La pandemia tuvo impacto en todas las edades,  coincidieron los especialistas también de Chile, Ecuador y Guatemala durante la cumbre, coorganizada por la ACP, la AAP y el laboratorio Pfizer.

“Durante el aislamiento, de acuerdo con los estudios que se van publicando, hubo menos suicidios porque la gente estaba acompañada. En los últimos meses del año pasado, empezamos a ver más suicidios, intentos o ideas suicidas, sobre todo en jóvenes. Pero aún no hay datos para confirmar causalidad. En otras pandemias o las guerras, se vio que con las pérdidas, las dificultades económicas y la incertidumbre social aumentan las estadísticas. Y esto es algo que ya estamos viendo día a día en muchos de nuestros países, con las guardias llenas y la falta de camas, en especial en los adolescentes”.

Entre los factores de riesgo, los psiquiatras incluyeron intentos previos o antecedentes familiares, la presencia de una enfermedad mental o física y un situación altamente estresante (pérdidas, problemas económicos, violencia, abuso, discriminación).

Preguntarle a una persona si está pensando en suicidarse, para Corral, ayuda a dar visibilidad al problema. Se trata, en realidad, de saber primero si una persona tiene deseos de vivir y, segundo, si tiene deseo de morir. “Pero hay que aclarar que esto último no implica que alguien quiera quitarse la vida, sino que le es penosa, por ejemplo -responde ante la consulta-. Porque cuando se le pregunta si se quitaría la vida, lo más común es que diga que no por la familia, los hijos, la pareja, que son todos factores protectores”.

Son los casos que responden que lo pensaron con un cuándo, un cómo y un por qué los considerados de altísimo riesgo. “En la pregunta, lo importante es ser empático con el otro, prestarle atención y pensar si está perdiendo interés en vivir o la vida perdió sentido. Porque entre esto y el suicidio hay un gran trecho, que también importa en la evaluación profesional”, agregó.

Por su parte, Andrea Otero precisó ciertas pautas para saber cómo hablar con alguien que puede necesitar ayuda.

“Hay signos de alarma, que incluyen los cambios en el estado de ánimo (tristeza, ansiedad, inquietud inusuales y profundas), al hablar (aumentan las referencias directas o indirectas a la falta de sentido de vivir o el deseo de morir), el comportamiento (aumentan consumo de sustancias, se despide, aumenta el aislamiento, organiza los asuntos personales). Ahí es cuando hay que hablarle a un familiar, un amigo o un compañero de trabajo: preguntarle si algo le está ocurriendo. Lo más común es que quiera hablar y, en ese momento, no hay que tener miedo y preguntarle si está pensando en suicidarse”.

Hacerlo, según juzgó la profesional, “no es sembrar la idea como dice el mito, sino que es tender un puente de ayuda al demostrarle que importa y que notamos que algo cambió y que estamos dispuestos a ayudar”.

¿Qué hacer si la respuesta es sí? “Lo más importante es escuchar con mucha atención, sin juzgar. Es la mejor manera, en ese caso, de decirle que importa. Eso ya es liberador y de gran apoyo emocional. A veces, también, quien está escuchando se angustia y quiere cubrir el sufrimiento del otro, pero es importante saber que no hay nada que se le pueda decir a una persona que quite instantáneamente la idea porque las ideas suicidas van y vienen, demoran en irse. Por eso, lo siguiente es no dejarla sola ni quedarse solos con la situación: hay que buscar a la familia y personas cercanas. No es un secreto que se puede guardar”.

El próximo paso es buscar ayuda profesional. “Muchas veces, por el estigma, la persona no quiere hacerlo y hay que tratar de convencerla para que la acepte. Estas crisis no se resuelven rápidamente y es importante sostener ese acompañamiento”, dijo Otero. Esa búsqueda se puede canalizar a través de una línea de asistencia local, la guardia de un hospital o un profesional de salud mental.

¿A partir de qué edad se puede preguntar? “Cada vez vemos más casos de intentos en chicos más pequeños. Si un chico habla de que está muy triste o se lo nota con una tristeza mayor, se le puede preguntar qué le pasa y, de acuerdo con su respuesta, mencionarle si pensó en no querer vivir o si quiere morir. A mayor capacidad de abstracción, a partir de los 10, 11 o 12 años, se le puede hacer la pregunta de manera algo más directa”, respondió la psiquiatra.

Por Fabiola Czubaj


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!