No se trata solo de la canción hecha famosa por Liza Minelli en el musical Cabaret sino del viaje de nuestros próceres bolivarianos al corazón del ?imperio? cuyos defectos se disimulan ?al menos temporalmente? en los pasillos de un mall y las delicias de costosos restaurantes.Para hacerse una idea acerca de los eventos que tuvieron lugar esta semana en el seno de la LXX Asamblea General de Naciones Unidas no es suficiente leer apenas los titulares y/o alguna pequeña reseña de los discursos que allí pronunciaron los diferentes líderes. Este cristiano ?tal vez por deformación profesional? se dio a la tarea de escuchar los más relevantes y también las dos intervenciones del señor Maduro, no por históricas, sino porque es el presidente de nuestro país (una en el marco de la convocatoria sobre los Objetivos del Milenio y la otra en el marco de la política exterior de Venezuela).La intervención relacionada con los ?Objetivos del Milenio? (acordados por Naciones Unidas en el año 2000) no puede calificarse sino como lamentable, tanto por la evidente carencia de versación del orador sobre el tema como por la inexactitud y fantasía de los datos y cifras aportados (por no decir las mentiras), según los cuales Venezuela se sitúa en un nivel de logros tan envidiable que bien pudiera convertirse en ejemplo para el mundo. Tal quimera  no merece siquiera un comentario, sino tan solo que dediquemos medio minuto a tomar nota mental de la situación que en cada uno de esos objetivos ?que son ocho? viene desplegando nuestro país. Son ellos: erradicación de la pobreza extrema y el hambre, lograr la enseñanza primaria universal, promover la igualdad de género, reducir la mortalidad infantil, asegurar la salud materna, combatir el VIH/sida, garantizar la sostenibilidad del ambiente y fomentar la asociación para el desarrollo.No estamos diciendo que en algunos campos no se hayan hecho esfuerzos, lo que afirmamos es que con los recursos que estuvieron disponibles a lo largo de los últimos tres lustros los logros debieron haber sido dramáticamente más visibles que los magros resultados que hoy se exhiben y que al señor Maduro le causan satisfacción, además de que le dieron la oportunidad para la letanía del Comandante Eterno y demás gramínea obligatoria para todo funcionario venezolano. Compare usted la referida lista no necesariamente con los métodos de medición de cumplimiento específicamente enunciados para cada objetivo sino con su propia experiencia personal en la calle y saque conclusiones concretas.Posteriormente el señor Maduro volvió al estrado para referirse a la visión venezolana del mundo en la que hizo referencia a los temas que caracterizan la política exterior de su gobierno. Digamos que sin decir nada nuevo ni impactante se limitó a recitar el discurso oficial dejando traslucir en el camino el conocimiento que en la materia pudo haber adquirido en sus seis años como Canciller.Como dato curioso fue interesante observar a la primera combatiente echándose su buen camaroncito durante la intervención del papa Francisco seguramente que descansando de la obligatoria tournée de compras que absorbe tanto a ella como a las damas no combatientes que visitan la Gran Manzana. También valió la pena constatar cómo la muy distinguida embajadora alterna, hija del Comandante, utilizaba el tiempo para revisar su teléfono inteligente y textear seguramente con los grandes centros del pensamiento internacional ya que, aun cuando tuvo la disposición para acudir a escuchar a Francisco, no la tuvo para presentarse a escuchar al presidente de su país en ninguna de sus dos intervenciones. Tal vez no le pareció interesante y prefirió reunirse con todos aquellos (menos unas cincuenta personas) que se ausentaron del recinto en busca de otras prioridades. ¿Sí o no?Además de las comparecencias reseñadas, el ?hijo de Chávez? sostuvo reuniones con aquellos jefes de Estado y/o cancilleres de países con los que Venezuela tiene ?o cree tener? afinidades (Gracia, Irán, Cuba, Rusia, etc.). Tal cosa no es criticable aun cuando hubiera sido interesante registrar encuentros con un abanico mayor de visiones.Como guinda de la torta no puede dejar de comentarse el encuentro con el presidente David Granger de Guyana, a instancias del secretario general, Ban Ki-moon. La foto de rigor revela con elocuencia la cara de pocos amigos exhibida por el guyanés que aparentemente es menos propenso que Juan Manuel Santos para declararse ?mejor amigo? ni regalar carantoñas. De la reunión quedó meridianamente claro que las posiciones no se acercaron ni un milímetro, sino que más bien se radicalizaron. Venezuela insiste machaconamente en que la herramienta para resolver el diferendo es el Acuerdo de Ginebra de 1966 y dentro de él la variante de la discusión bilateral con un ?buen oficiante? (que desde hace más de un año está muerto). Guyana sostiene que luego de casi medio siglo de conversaciones que no han conducido a ningún lado, el Acuerdo de Ginebra ha quedado agotado y por tanto es necesario mover el tema a la Corte Internacional de Justicia.Venezuela se apoya y centra su argumento afirmando que en el desafortunado  laudo de París de 1899 hubo presiones indebidas que permitirían su revisión. Guyana se afinca en que el tema fue resuelto a favor de Gran Bretaña (de la que es sucesora) ya en aquella oportunidad, hace hoy justamente 116 años, sostiene que además de tener la posesión del territorio acordada por aquel laudo existe el dicho del presidente Chávez del año 2000 del que se desprende (a juicio de ellos) que Venezuela deja de lado sus reclamaciones en beneficio del desarrollo y bienestar del pueblo de Guyana. Sin entrar a analizar el mérito de estos argumentos, es evidente que no existe al momento posibilidad de acercar posiciones.Y colorín colorado, el viaje a NY se ha acabado, hicimos unas compritas, regresamos a casa y ahora a bajarse de la nube y enfrentar la realidad. Primero 6-D y Mercal, después los objetivos del milenio.


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