Cansado de tantos días de trabajo, trataba de aguantar despierto un poco más de tiempo para que la alegría no se le escapara del cuerpo. Miraba fijamente el televisor y pasaba ansioso de un canal a otro, escarbando cualquier imagen que diera ?nuevos números?. Había trabajado sin descanso y como un loco en los últimos días de la campaña y en ese momento se debatían en él, el cansancio y la tranquilidad porque el primer paso ya estaba dado.Ernesto es un joven caraqueño que llegó hace cuatro años a Buenos Aires tratando de escapar de los ?maltratos? que en un par de ocasiones le había propinado su ciudad natal. Se había marchado ? según él – dejando en solitario al Ávila buscando nuevas y mejores oportunidades para su esposa y para su pequeño de seis años.Desde que llegó se enamoró de la ciudad. En un pequeño piso en el 185 de Sarandí, a dos cuadras de la Plaza de Mayo y a cuadra y media del Congreso de la Nación empezó como muchos de los jóvenes que se nos van del país, a llenar el piso rentado con cajas de madera que hicieron muchas veces de sala y comedor mientras ahorraba cada peso que ganaba para ir construyendo un sueño de vida que parecía mucho más posible fuera de su país que dentro de él. Tened cuidado, al haber descrito que el sueño de vida de Ernesto era ?más posible? en Buenos Aires que en Caracas, no quiere decir que haya sido ?más fácil?. En estos tiempos, hay que separar el concepto de ?posible? del de ?fácil? a menos que nos acostumbremos a comer toda la vida sobre cajas de madera?Pero volvamos a la historia de Ernesto. La ciudad, le dio a las pocas semanas la oportunidad de colocarse como recepcionista en un pequeño hotel de la zona gracias a su dominio casi perfecto de dos idiomas y su Licenciatura en Hotelería. A principios del mes pasado por fin tomaba sus primeras vacaciones en mucho tiempo, pero no para descansar sino para sumarse al grupo de voluntarios en la campaña por la presidencia de la república de la alianza opositora Cambiemos, liderada por Mauricio Macri. Enfrentándose otra vez a un dólar paralelo, a la inseguridad que veía de nuevo crecer en su calle y al aumento en los precios de los alimentos entre muchas otras cosas, se le pareció tanto Argentina a Venezuela, que decidió que esta vez no le volvían a quitar un país y preguntando si podía participar a pesar de ser extranjero, le abrieron las puertas en un proyecto político que nunca pintó ?fácil?, pero que en la medida en que pasaban los días se veía cada vez más ?posible?.Fácil era no participar. Era venezolano. ¿Por qué meterse en un problema que ?no? era suyo? Fácil era rendirse. Sus vecinos le aseguraban que el gobierno les pasaría por encima con todo su dinero. Ya lo habían hecho en las últimas elecciones. Los últimos doce años habían sido llamados el período ?K? por los gobiernos sucesivos de la pareja presidencial. Fácil hubiese sido desilusionarse. Muy pocas encuestadoras mencionaban la posibilidad de un balotaje y muchas de ellas auguraban la victoria en primera vuelta del oficialista Daniel Scioli.Pero no se quejó ni bajó nunca la vista. La tenía siempre puesta en la posibilidad de superar a las encuestadoras y el 22 de noviembre participar en una segunda vuelta. Y así felizmente ocurrió.Regresó a casa cuando ya los números no podían cambiar lo que había ocurrido. Había derrotado las voces de sus vecinos y a la mañana siguiente cuando salía de casa se consiguió con la sonrisa pícara de una vecina ya muy mayor que venía de la calle. La anciana le tomó por un brazo, le dio las gracias y le plantó un beso en la mejilla. Ernesto se quedó callado.Ella dijo en voz alta mientras subía a su apartamento: Mil gracias por lo que has hecho todos estos días. Ustedes los venezolanos, hacen muchas veces que lo ?imposible? se vuelva más ?fá[email protected]@jgquintero74


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