«Quiero rendir tributo a un ser humano excepcional y talentoso. En los buenos y en los malos tiempos, nunca perdió su capacidad para sonreír y reír, ni tampoco para inspirar a otros con su cariño y amabilidad». Estas fueron las palabras con las que la Reina Isabel II se dirigió a los millones de ciudadanos británicos y del mundo aún consternados con la muerte de su nuera, la joven y carismática princesa Diana Frances Spencer.

Conocida como Diana de Gales, murió el 31 de agosto de 1997 tras un accidente automovilístico ocurrido mientras huía de paparazzis al interior del Puente del Alma, en París. Volvía de unas vacaciones en el Mediterráneo junto a su pareja Dodi Al-Fayed, quien falleció en el instante del accidente, al igual que el chofer del Mercedes Benz en el que viajaban. Ella lo hizo algunas horas más tarde en un hospital.

El hecho causó especial congojo en la sociedad británica, que veía cómo la denominada «princesa del pueblo» dejaba de existir. Cientos de coronas de flores fueron instaladas en las puertas del Palacio de Buckingham por los propios ciudadanos como muestra de cariño y pésame a la familia real, que enfrentaba uno de sus momentos más difíciles hace 20 años.

Una monarquía «humanizada» pasa que el fallecimiento de la princesa provocó que la monarquía dejara de ser vista, por primera vez en mucho tiempo, como infranqueable y pasara a demostrar ante sus súbditos una imagen de humanidad. «Su muerte mostró un cierto grado de fragilidad. El mundo tomó conciencia, sobre todo los británicos, de que la realeza al final era bastante humana», asegura a Emol el académico de Ciencias Políticas de la Universidad Católica Sebastián Briones.

El analista político explica que esta postura «tenía mucho que ver con la flema británica, lo de no mostrar las debilidades en público, que al menos era parte de las antiguas generaciones, como el caso de la Reina (…) Se empezó a mostrar que había sentimientos y que había algo detrás y que la realeza se estaba poniendo al día en eso también. Que ellos también sufren, tienen alegrías, tienen peleas como el resto del mundo».

Lo mismo piensa el académico de la Universidad Central y ex diplomático, Samuel Fernández. Según explicó, la reacción masiva que generó la muerte de la princesa provocó un «cambio estructural» en la forma «lejana y apartada» con la que la realeza británica interactuaba tradicionalmente con la ciudadanía.

«La princesa representaba una postura distinta, en el sentido de que era muy cercana (…) Su muerte permite que la monarquía se dé cuenta de que debía corregir esa posición. Y comenzó un acercamiento paulatino», enfatiza y añade que ello ha sido especialmente beneficioso para ellos. Sin embargo, Briones aclara que, en parte, la realeza se vio forzada a concretar este acercamiento ante la solicitud y presión de las miles de personas que esperaban una respuesta de los protagonistas.

«Se seguían manteniendo muy alejados y querían manejar todos los asuntos de forma más interna. Esto los forzó a manifestar, por ejemplo, los arreglos que tuvieron con el divorcio de Diana (…) Ventiló las diferencias y las tensiones que había entre la familia real y Diana. Eso se hizo más patente y visible», sostiene.

Mayor visibilidad: para bien y para mal, el discurso de la Reina hizo especial sentido a muchos de quienes la escucharon ese 6 de septiembre de 1997. No obstante, el que su primer homenaje se diera recién seis días tras el fatídico accidente, provocó que la monarca recibiera duros cuestionamientos y que todos recordaran los constantes desencuentros que tuvo con su fallecida nuera.

De hecho, según Briones, los grandes perjudicados luego de la tragedia fueron Isabel II y su hijo, el príncipe Carlos, quien fue criticado por su relación con Camilla Parker, actual pareja pero histórica amante. Por el contrario, para el analista, los más beneficiados fueron los príncipes William y Harry. «Con lo triste que es, la gente les tiene mucha compasión por el hecho de que quedaron huérfanos de madre muy jóvenes», dice.


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