La primera isla a la que David Tebaubau se mudó, hace 14 años, ya desapareció, sumergida por las fuertes corrientes y el aumento en el nivel del mar.

«Solía estar aquí mismo», dice, mientras señala al Este en lo que parece ser un manchón más de océano. «Creíamos que todo iba a estar bien, pero se está volviendo muy difícil».

El pedazo de tierra que ocupa en este remoto lugar del Pacífico Sur se redujo a la mitad desde que se instaló hace cinco años. Con marea media, tiene 24 pasos de ancho y 58 de largo. Con marea alta, es incluso más pequeño, una lágrima de arena y coral con apenas espacio para su familia y unas pocas toneladas de algas marinas que cultivan en el mar.

Son las algas lo que los mantiene aquí. Los bajos cercanos a su isla, y otros dos que también fueron colonizados por familias de agricultores, son perfectos para una especie de algas que se exporta a toda Asia. Y Tebaubau, de 50 años, es especialmente hábil en su cultivo.

Sus ingresos le permitieron enviar a sus hijos a una escuela privada en una isla más grande. Sus vecinos agricultores no lo ven como uno más, para ellos es el Rey de las Algas, al menos mientras tenga un reino.

Las tres islas arenosas son borradas por poderosas corrientes y el aumento del nivel del mar ocasionado por el cambio climático. Precaria y preciosa, la vida aquí es adorable, tropical y tranquila, pero también es como vivir en una bañera que se está llenando de agua tibia y a la que no se le puede sacar el tapón.

Es lo que se ve en muchas partes de las islas Salomón, un país conformado por  900 islas y 570,000 personas. Los científicos lo consideran un punto caliente global. Las aguas han subido entre 0.27 y 0.4 pulgadas por año desde 1993, aproximadamente el triple del promedio global, y lo que los científicos esperan ocurra en todo el Pacífico en la segunda mitad del siglo XX.

En esa situación, los habitantes de muchas pequeñas aldeas en distintas islas se mudaron. Otros, especialmente en estas tres islas rodeadas de algas, hacen todo lo posible para quedarse.

«La gente dice que estas islas son vulnerables, y por eso tratan a la gente que vive acá como vulnerable también», dice Simon Albert, un investigador de la Universidad de Queensland, Australia, quien publicó trabajos sobre la adaptación al cambio climático en el Pacífico. «Para mí, son lo opuesto, son fuertes y resilientes».

Las familias de aquí son hijos y nietos de migrantes relocalizados por Gran Bretaña en los años 50 luego de que las islas del Pacífico en las que vivían sufrieron sequías extremas. No quieren mudarse de nuevo.

«Nos dicen que estamos locos, pero solo sobrevivimos por nuestra cuenta», dice Andrew Nakuau, de 55 años, un agricultor y líder comunitario de Beniamina, donde 60 personas viven juntas en una isla de apenas cientos de metros de ancho.

Nakuau explicó que en la comunidad es raro que se generen problemas. Incluso tomar alcohol va contra las reglas y se penaliza con 20 latigazos, castigo que se aplicó por última vez hace más de un año a un grupo de jóvenes.

Los casamientos entre personas de las distintas islas son comunes y la diversión es comunitaria: hay noches de bingo una vez a la semana, todos festejan los cumpleaños y al atardecer, la mayoría de los días, se juega al volleyball y hay música.

«No me pienso mudar», dice Tebaubau. «Aquí no hay jefes, tu eres tu propio jefe. Vamos a seguir intentando resistir».


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