Rusia, Kyiv, El Nacional
Foto: Efrem Lukatsky / AP

El termómetro marca dos grados bajo cero. Por la humedad, la sensación térmica es de siete grados bajo cero. Es el día 15 de guerra y Volodímir, que hace dos semanas trabajaba como gerente financiero de una gran empresa en Kyiv, no tiene dudas: para él, que ahora es voluntario de las Fuerzas de Defensa Ucranianas, se avecina la segunda etapa de la invasión lanzada por Vladimir Putin hace dos semanas.

«Se viene la segunda ola de violencia rusa. Tengo amigos en las fuerzas de defensa territorial de Kyiv, que me dijeron que las fuerzas rusas se están reorganizando y que se preparan para la segunda parte», dijo el hombre de 48 años de edad, que prefiere no dar su apellido y que ahora trabaja como voluntario de las fuerzas militares ucranianas.

«Si logramos mantenerles el paso, la fotografía de la situación cambiará y pasaremos al contraataque», agregó, hablando en perfecto inglés. Sus palabras reflejan que los ucranianos siguen con la moral en alto, más allá de la brutal devastación de varias ciudades del este del país, la cada vez mayor cantidad de bajas militares y civiles (hay 71 niños entre ellos) y los más de 2 millones de refugiados.

El funeral de un policía caído en las afueras de Lviv. Foto: Bernat Armangue /AP

El presidente de Ucrania es un voluntario

Sentado en un café del coqueto centro histórico de Lviv, Volodímir cuenta que no ha tomado las armas, como la mayoría de los hombres de esta exrepública soviética que Vladimir Putin quiere doblegar a toda costa, para que vuelva a su redil.

Con anteojos, gorro de lana y campera de duvet bien abrigada, comenta que él colabora en la parte logística humanitaria de las fuerzas ucranianas que están luchando contra el invasor.

«Coordino toda la ayuda que está llegando de Polonia, Alemania y otros países, es decir, los cargamentos de medicamentos, comida, ropa, que estamos enviando a las ciudades más dañadas, como Kharkiv, Dnipro, Kyiv, Mariupol y demás. También estamos enviando elementos más grandes como serruchos y hachas para que allá, donde se está combatiendo y seguramente la batalla en breve se hará más feroz, sigan construyendo barricadas», precisó.

La Galería Nacional de Arte de Lviv, protegida con bolsas de arena. Foto: YURIY DYACHYSHYN /AFP

Volodímir logró alejar a su familia de los ataques rusos

A diferencia de la mayoría de los ucranianos que hace exactamente dos semanas se despertaron en medio de la noche con sirenas y una declaración de guerra del «zar» ruso, el «asesino» Putin, Volodímir, que es padre de tres hijos de 4, 8 y 11 años de edad, se anticipó al desastre. Ya dos semanas antes, decidió enviar a su mujer, a los niños, a su mamá y suegros a una localidad que está a 100 kilómetros de Lviv. «Creo que están en un lugar seguro, porque más al oeste vas, más seguro estás», apuntó.

Junto a su padre, él dejó su casa de Kyiv el 25 de febrero, el segundo día de esta absurda guerra que ha alterado un planeta ya conmocionado por la pandemia del coronavirus. «Cuando vi que caían bombas en Hostomel, 25 kilómetros al noroeste de la capital, con mi papá nos fuimos. Empacamos y dejamos Kyiv. Y como conozco bien la zona, pudimos sortear los atascos que había en las grandes arterias atravesando durante tres horas poblados. Dormimos una noche en otra ciudad y llegamos al día siguiente», relató. Kyiv queda 560 kilómetros al este de Lviv.

¿Piensa que hay posibilidades de una salida diplomática, más allá del fracaso de las últimas negociaciones? «Bismarck solía decir que cualquier tipo de negociación o acuerdo con Rusia no es peor que el papel sobre el que está escrito. Es decir, no sirven para nada», contestó. «Basta ver que justo cuando estaban vigentes de 9 a 21, en teoría, corredores humanitarios, los rusos bombardearon un hospital pediátrico de Mariupol. ¿Cómo se puede negociar con asesinos?», se preguntó.

Evacuados en el gimnasio de la Universidad Politécnica de Lviv. Foto: YURIY DYACHYSHYN /AFP

Ucranianos indignados y esperanzados

La misma indignación por ese ataque, que Rusia dijo que había sido «escenificado» por Ucrania, reina por las callecitas empedradas del centro histórico de Lviv. Aunque es un día gris, helado y de repente nieva, se ve gente en la calle, deambulando. Muchas son mujeres refugiadas con sus hijos, o abuelos. Son parte de ese puñado de ucranianos que prefieren no cruzar la frontera con Polonia que está a 70 kilómetros, sino quedarse. Como Olga, maestra de piano que huyó de la ciudad de Zytomierz, que se encuentra entre esta ciudad y Kyiv, junto a sus dos hijos de 8 y 10 años de edad, que cuando le pregunto qué piensa de las negociaciones entre los dos cancilleres que están teniendo lugar en Turquía, no oculta su asco, su rechazo. «¿Hablar con los rusos cuando están matando a nuestros niños? La ‘desnazificación’ de la que habló Putin es matar chicos?», preguntó, con rostro desencajado.

«No todos los desplazados se van al exterior, sino que, procedentes de diversas ciudades del este ahora bajo las bombas, y con dinero para hacerlo muchos se quedan aquí con la esperanza de regresar nadie sabe cuándo, quizás en un mes o dos», explicó Sergei, profesor de una escuela secundaria. «El alcalde dijo el otro día que Lviv, que tiene aproximadamente un millón de habitantes, ahora tiene 200.000 más. De hecho, muchos desplazados han sido recibidos en escuelas, universidades, e iglesias», agregó.

El funeral de un militar en Lviv. Foto: YURIY DYACHYSHYN / AFP

También se ven periodistas de todo el mundo

Algunos periodistas con chalecos antibalas, aquí totalmente innecesarios, en busca de historias en un centro histórico considerado entre los más lindos de Europa, que ostenta monumentos ahora invisibles. Casi todos, como por ejemplo una famosa estatua de Neptuno de la plaza de la Alcaldía, han sido envueltos en plásticos, cartones, celofán y demás elementos, para que puedan quedar protegidos de eventuales bombardeos. Afuera de la catedral latina hay incluso una cuadrilla de obreros que, sobre andamios, va tapiando ventanas y colocando planchas de aluminio y madera sobre los vitrales adyacentes al campanario gótico.

«Sería terrible que llegaran las bombas acá, en el centro, o en las partes más modernas que hay en las afueras. Imagínate alguien que ahorró toda su vida para comprarse un apartamento moderno», comentó Ivan, mi intérprete. Mientras tanto, en una ciudad también marcada por barricadas realizadas con bolsas de arena, bloques de cemento y vigas de metal puestas en cruz, defensas aquí llamadas «erizos», rompe cada tanto la falsa calma el ulular de sirenas de ambulancias militares que escoltan autobuses amarillos con uniformados.

No creen que la salida sea diplomática

«Traen al hospital militar de Lviv a los soldados heridos, no graves, que se pueden transportar», dijo a La Nación el padre Mikhail Chuc, capellán militar de la Iglesia de Pedro y Pablo. En la nave izquierda de ese templo de rito bizantino se levanta un memorial de los soldados caídos desde 2014 en la guerra que se libró por la región del Donbás, en el sureste. Se ven decenas de fotos de uniformados y también de jóvenes «mártires», caídos por la patria, a los que se están sumando en estos días muchos más.

El padre Mikhail tampoco cree en una salida diplomática. Aunque dice que prefiere no hablar de política, avizora una etapa de esta guerra que cumplió dos semanas, aún más pesada, cruenta. «Nosotros no tenemos nada que concederles a ellos, son ellos que tienen que concedernos a nosotros. Nosotros no invadimos Rusia, son ellos que nos invadieron a nosotros y quieren quedarse con nuestra tierra, nuestro país», afirmó. «Espero solamente que no hagan lo mismo que en Chechenia o en Siria… ¿Cuántos jóvenes mataron ahí, ¿cuántos civiles, sin que nadie se opusiera?», clamó. «Si el mundo no ayuda a Ucrania con una zona de exclusión aérea y más armas, los rusos seguirán adelante con su locura de volver a restablecer la URSS, no sólo en el mapa, sino en la mente», advirtió. «Pero los ucranianos vamos a pelear hasta el final».

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