Cuatro hojas de periódico. Trescientos ejemplares diarios. A tres centavos el ejemplar. Dos habitaciones en el primer piso de una casa que daba al parque Santander, en el centro bogotano.

Así comenzó la historia de El Tiempo el 30 de enero de 1911. Se hacía realidad el sueño de un abogado de 27 años nacido en Manizales: Alfonso Villegas Restrepo, a quien sus amigos cercanos lo comparaban con el Quijote por eso de meterse en tareas imposibles.

Defensor de las ideas republicanas, Villegas pretendía convertir su diario en el más importante de la capital, en momentos en que no solo reinaba El Nuevo Tiempo, sino que había por lo menos una decena de publicaciones más en una ciudad que no superaba los ciento veinte mil habitantes. No obstante, el recién nacido periódico logró ganarse pronto un espacio y al cabo de un año era uno de los más influyentes.

Crecía el prestigio, pero al mismo tiempo aumentaban las deudas. Pasados dos años, Villegas vio los balances en rojo y pensó que tal vez era el momento de ponerle punto final a su empresa quijotesca. Se lo comentó a uno de sus amigos cercanos, alguien que desde el inicio había colaborado con sus textos en el periódico: el abogado y periodista Eduardo Santos Montejo.

Santos, que en ese momento tenía 24 años y compartía sus horas en El Tiempo con su trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, no quería aceptar que el periódico cerrara sus puertas. Hizo cuentas. Habló con Villegas y le propuso comprárselo. Según los registros de la época, adquirió el periódico por una suma de cinco mil pesos, dinero que consiguió al vender una casa que había heredado de su padre. A partir del primero de julio de 1913, el nombre de Eduardo Santos apareció en las páginas del periódico como su director y propietario.

Apoyado en el tolimense Fabio Restrepo, que tenía a su cargo la administración y la gerencia, Santos logró que el diario dejara atrás las deudas y comenzara a ver ganancias. Veinte pesos a favor fue el balance de su primer mes como propietario.

“Teníamos la ambición, grande ambición, de llegar a los mil ejemplares”, escribía Eduardo Santos. Lo consiguieron, cuatro meses después. “Y seguimos pacientemente, y con fe robustecida, la marcha hacia las alturas”.

En ese momento no eran más de cuatro empleados en la redacción. “Ahí estaba el escritorio de Eduardo Santos en donde él escribía los editoriales y la vida social, traducía los cables, inflaba los telegramas y completaba con las tijeras lo que su pluma y la de dos o tres amigos –entre ellos Tomás Rueda Vargas, el inolvidable– no alcanzaban a suplir. Finalmente, corregía las pruebas”, contaba Germán Arciniegas.

Con impresores y prensistas, sumarían la decena. Poco más. Y también poco menos. Porque así empezaba una historia que no se ha detenido. A pesar de que años después llegaran la censura, el incendio de sus oficinas –en 1952 quedaron destruidas, en plena violencia partidista– o la clausura –en 1955 el general Rojas Pinilla cerró sus puertas; lapso en el que circuló con el nombre de Intermedio–, seguía adelante. Pocos años después de nacer, El Tiempo ya se posicionaba como la primera y más influyente empresa periodística del país. Lugar que ha mantenido a lo largo de once décadas durante las cuales no ha dejado de documentar la historia de Colombia y del mundo.

* * *

Once décadas. Se dice pronto. Pero otra cosa ha sido el trabajo día a día que ha llevado a conseguirlo. Desde sus primeros años el periódico ha sabido acompañarse de las mejores plumas y los más dedicados reporteros. Basta citar nombres ilustres como Enrique Santos Montejo –que llegó de Tunja en 1915 y asumió la jefatura de redacción, desde donde imprimió el conocimiento de periodismo que traía de La Linterna–, Tomás Rueda Vargas, Carlos Lleras Restrepo, Abdón Espinosa Valderrama, Germán Arciniegas o Alberto Lleras Camargo.

Desde sus orígenes también puso su sello particular con la presencia de caricaturistas en sus páginas editoriales, con nombres como Adolfo Samper, Ricardo Rendón o ‘Chapete’. En 1939, el abogado santandereano Roberto García-Peña llegó a la dirección del diario. “Mi querido Roberto, creo que usted puede ser director de EL TIEMPO”, le dijo Eduardo Santos, que ya ocupaba la Presidencia de la República. Estuvo en el cargo hasta 1981, cuando el mando cayó en la segunda generación de los Santos, con Hernando Santos Castillo y su hermano Enrique a la cabeza.

Los dos sabían bien de qué se trataba el oficio: habían estado untándose de tinta desde años atrás. Fueron tiempos de cambio. En 1978, el periódico se trasladó a su sede actual en la avenida Eldorado y estrenó la rotativa Goss Metro, la primera prensa litográfica de alta velocidad en el país. Se remplazaban los linotipos por la fotocomposición electrónica y computarizada. Pocos días les quedaban a las máquinas de escribir sobre los escritorios de los reporteros, y a su sonido particular: vendrían los computadores.

En esa década de los setenta nació en la sala de redacción otro de los sellos del periódico, mantenido vivo hasta hoy: su unidad investigativa. Bajo la dirección de Daniel Samper Pizano –que en ese momento compartía oficina en la redacción con Enrique Santos Calderón y Luis Carlos Galán, “la santísima trinidad”–, la unidad nació con un informe sobre la fauna silvestre. En adelante siguieron reportajes que empezaron a poner en aprietos a muchos personajes del país.

Esta unidad, de la que formaron parte los periodistas Alberto Donadío y Gerardo Reyes, entre otros, fue la primera en los diarios de América Latina y se ha convertido en referencia. La presencia latinoamericana de El Tiempo se consolidó también cuando, en 1992, entró a formar parte del Grupo de Diarios de América, la unión de los periódicos más grandes de la región con el objetivo de desarrollar proyectos conjuntos en beneficio de sus lectores.

La tercera generación de los Santos venía desde años atrás en papeles protagónicos. Enrique, Rafael, Juan Manuel, Francisco Santos Calderón, conocedores del legado que había llegado a sus manos, fortalecieron el periodismo en la sala de redacción. Enrique y Rafael ocuparon la dirección en 1999 y, en esa misma década, bajo el liderazgo de Luis Fernando Santos, se puso en marcha el plan estratégico ‘Hacia 2005’, con miras a preparar la empresa para recibir el siglo XXI.

Empezaba a consolidarse la convergencia de contenido y a alistar su presencia en internet, en la que fue medio pionero. Ya en el nuevo milenio, arrancó la era de EL TIEMPO-Planeta: con una larga tradición en el mundo de los libros y los diarios, el grupo español oficializó en 2007 la compra del 55 por ciento de la casa editorial.

En vísperas de cumplir su centenario de existencia, el periódico tuvo cambios fundamentales. En enero del 2009, Roberto Pombo, en ese momento editor general, y quien había estado vinculado a El Tiempo en los años ochenta como su editor político, asumió la dirección.

Un año después, las páginas del diario tuvieron un importante rediseño. Con los ojos puestos en las nuevas plataformas, se convirtió en la primera publicación suramericana en español en entrar a las pantallas de Kindle y los teléfonos inteligentes. El mundo empezaba a ser muy distinto. Y el reto de EL TIEMPO, como siempre lo habían entendido quienes lo dirigían y trabajaban en él, era estar preparados.

A comienzos de 2012, el Grupo Planeta, mayor accionista de la casa editorial, llegó a un acuerdo para venderle a Luis Carlos Sarmiento Angulo el que ha sido el periódico más importante del país. “La operación anunciada el día de hoy consolida el crecimiento y fortalecimiento de Casa Editorial EL TIEMPO como el principal grupo de medios de comunicación de Colombia, bajo los mismos parámetros que han sido la base de su éxito a lo largo de sus más de cien años de existencia”, decía el comunicado que se publicó el 19 abril de ese año.

Es cierto que el tiempo no se detiene. Tampoco El Tiempo. Por eso su mirada se ha orientado siempre hacia delante. Su mayor valor ha estado detrás de los teclados, de las cámaras, de los micrófonos, en cada uno de los oficios necesarios para que la información llegue veraz y completa a los lectores. Así ha sido en cada uno de los cubrimientos que han recorrido estas once décadas de vida. Estas 38.756 ediciones. Murió Hitler. Cayó Rojas Pinilla. Luz Marina Zuluaga, Miss Universo 1958. Dolor universal por Kennedy. Muerto Camilo Torres. Se trasplantó un corazón. Hombre en la luna, Sepultado Armero, ¡Cayó el capo! Terrorismo declara la guerra a EE.UU. En 150 días, las Farc ya no serán grupo armado... Seguir los titulares del periódico es seguir la Historia. En mayúsculas. De la tragedia del Titanic a la dolorosa realidad de la pandemia actual. Y lo que pase después.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!