Durante la presidencia de Harry Truman el presidente del Comité sobre Actividades Antiamericanas del Congreso, J. Parnell Thomas, anunció que se investigaría la presencia comunista en la industria del cine norteamericano. Durante la Segunda Guerra, mientras los Estados Unidos se aliaron con la Unión Soviética en contra de Hitler, la producción cinematográfica norteamericana apenas representó esta breve reunión en un puñado de películas, luego de las cuales (y con el fin del conflicto) se ubicó a los soviéticos de nuevo como enemigos en el imaginario cinematográfico. En 1947 la Fox comienza la producción de películas anticomunistas de modo que Hollywood estuviese alineada con lo que se hacía en Washington. En vísperas de la Guerra de Corea el senador Joseph McCarthy denuncia la existencia de 205 comunistas infiltrados en el Departamento de Estado. Muchos artistas delataron a otros durante este periodo llamado “la caza de brujas”, entre ellos cineastas como Elia Kazan, director de Un tranvía llamado deseo. Las producciones anticomunistas empiezan a desplazarse del género dramático hacia el de la ciencia ficción, en el que por sus características se podían realizar rápidamente parábolas ideológicas. Gracias a la defenestración del senador McCarthy en 1954 y luego a la intervención de Nikita Kruschev en el Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1956, en la que hace públicos los crímenes del estalinismo, a finales de la década se derrumban las listas negras en Hollywood.

Muchos consideran La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956) una película “serie B”. Este tipo de cine cuenta con muy bajos presupuestos y no se publicita al ser distribuido, por lo que el término empezó a usarse de manera peyorativa. Este tipo de cine también se asocia de inmediato con géneros como el western, la ciencia ficción y el terror. El director Siegel (Harry el sucio, 1971) aún no era el famoso colaborador de Clint Eastwood. Se había formado como montador trabajando en la Warner Brothers y La invasión fue su onceava cinta luego de varios trabajos de cine B.

Podrá haber contado con poco presupuesto y haber sido exhibida de relleno en funciones dobles, sin embargo La invasión de los ladrones de cuerpos es hoy un clásico del cine de ciencia ficción. Una invasión extraterrestre da origen a unas vainas que guardan copias exactas de seres humanos. La intención, se dará cuenta el doctor Miles Bennell (Kevin McCarthy), es reemplazar poco a poco a todos los habitantes del pueblo, mientras duermen, por réplicas sin voluntad ni emociones que surgen de las vainas. Tras haber conversado con varios de los vecinos la sospecha de que sus familiares, amigos o colegas parecen comportarse de un modo muy extraño, como si no fuesen ellos mismos, Miles irá descubriendo que la conducta se expande a otros pueblos y que puede que solo quede huir.

El escritor y crítico de cine Guillermo Cabrera Infante (en Cine o sardina, Alfaguara) comenta que La invasión no tiene otra manera de verse sino como una película antitotalitaria, aunque algunos quieran verla solo como antimacartista o anticomunista. El horror viene de estar rodeado por un mundo de seres que parecen los inocentes de siempre pero que en realidad sabemos hostiles y procuradores de la extinción. Se trata, según Cabrera Infante, del “encuentro de la ciencia ficción con el cine de horror político, donde Orwell conoce al Dr. Pretorius”. Y es que el otro atemorizante, parece decir la cinta, no viene de afuera, de las vainas que gestan un doble alienígena, sino de adentro. Lección que retomarían más adelante otras películas del género como Alien, el octavo pasajero (1979). Lo extraño vive en nosotros. Somos lo otro. La deshumanización que implica todo sistema totalitario está representada en esta película y collevaría a que muchos otros cineastas expresasen estos conflictos del siglo veinte de forma casi filosófica, abstrayendo los conceptos mediante el género.


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