Vi por primera vez a José Luís Peixoto el 1º de diciembre de 2015, cuando ofreció un conversatorio en la Escuela de Letras de la UCV. Recuerdo que ese día intentaron robarme en el Metro a mí y a un amigo que me acompañaba, pero eso no apagó mi entusiasmo por conocer al escritor portugués.

Lo último que uno se imagina al verlo es que es novelista. Con sus piercings en la ceja y la oreja derechas, sus tatuajes en los brazos, su cabello desordenado y sus camisas oscuras, uno cree que es cantante de heavy metal, que, en efecto, es su música preferida. En uno de sus antebrazos tiene tatuada la palabra Yoknapatawpha, el condado ficticio en el que ocurren varias de las novelas de William Faulkner, un escritor con quien comparte la inclinación por producir un universo literario basado en el pueblo de origen.

La fijación de Peixoto es Galveias, un pueblo que sí existe: está situado al norte de Alentejo. Allí nació y creció. En 2016 publicó una novela con el mismo nombre que relata la vida de sus habitantes luego de que una especie de meteorito cae en la localidad, dejando todo impregnado de olor a azufre y una lluvia que parece nunca terminar.

“Yo siempre pienso que lo mejor todavía está por llegar. Ese siempre es mi pensamiento, porque yo estoy en el proceso, viviendo. Es raro que muchas veces hay que hacer una reflexión, parar y mirar lo que ya pasó y sacar conclusiones. Pero aún estoy construyendo y todavía todo es posible. Me parece importante pensar así. Yo pienso, incluso desde un nivel local y espacial, que llegue adonde llegue, a Venezuela o China, soy una persona de Galveias”, me dice mientras estamos sentados en el restaurante del Hotel Altamira Suites, donde se estaba alojando.

Es quizás el único escritor conocido de Galveias, un pueblo de 1.000 residentes que está aislado del mundo y donde es limitado el acceso a la lectura, aunque es un sitio apetecible para un narrador. Es una región rural en la que la gente trabaja para los pocos grandes propietarios de la tierra. Peixoto empezó a escribir porque tenía mucho tiempo libre durante la adolescencia, pero no imaginó que iba a convertirse en escritor. No le gustaba que la gente leyera lo que escribía; solo su hermana, que se convirtió en una suerte de crítico, leía y le ofrecía un análisis de sus primeros poemas.

Peixoto es una demostración de que, para dar a conocer una obra, no es obligatorio contar con un editor, y menos en este tiempo, en el que se han multiplicado las opciones para ser independiente. Su afán por el oficio no se resume en los muchos premios que ha ganado, entre ellos el José Saramago, sino en una decisión que tomó para publicar el primer libro que escribió, Te me moriste, relato acerca de la muerte de su padre que redactó a los 21 años. Él mismo fue a una imprenta y pagó para hacer una edición de autor. Imprimió 500 ejemplares, los metió en un bolso y, con un grupo de amigos, los vendió y ofreció en librerías. 15 años después, esa misma edición vale mucho dinero. De ese relato, se han producido en Portugal más de 20 ediciones y se han vendido más de 80.000 ejemplares.

En ese momento aún no tenía la intención de escribir un libro. De hecho, lo hizo a los 21 años y lo publicó a los 25. Empezó con un pequeño texto, que se transformó en el primer capítulo, y luego continuó hasta llegar a las 50 páginas. 

Es una narración acerca de la experiencia de la muerte de un ser querido, algo que ha marcado todos los pasos dados por Peixoto. Te me moriste es una carta a su padre. Le habla de momentos determinantes en la vida, como aprender a manejar.

También le cuenta los cambios terribles en la rutina cuando muere alguien muy cercano: “Entré en tu cuarto, en el cuarto de mi madre. Y la cama hecha. La colcha de la cama donde yo saltaba los domingos por la mañana y les sacudía los hombros y gritaba y el día comenzaba. El espacio vacío de la cuna que no quise abandonar. La cama donde dormiste tantas horas bajo la inconsciencia de los medicamentos, de la morfina que te daban para vivir o para dormir”. (p.30).

«La escritura de ese libro fue muy densa y trabajosa. 15 años después, lo que escribo hoy tiene muchas diferencias con ese libro. Para mí es muy importante. No cambiaría ni una palabra de Te me moriste. No estaba pensando en nadie en ese momento, no tenía la idea del lector. Es un libro que representa un cambio enorme entre lo que escribí antes y lo que escribí después. La raíz de las novelas que escribí luego tienen como base ese libro», dice. 

José Luís sonríe fascinado mientras viaja en el tiempo hacia sus primeros pasos como escritor. Alrededor están los mesoneros arreglando las mesas y los cocineros organizando los cubiertos. Apenas hay dos mesas ocupadas además de la nuestra. Desde afuera del hotel llegan los sonidos de Caracas, una ciudad ruidosa, característica con la que coincidimos. Pero me comenta que la salva la humanidad de sus habitantes: quedó sorprendido por la manera en que los caraqueños nos dirigimos a los desconocidos, con los mi amor, hermano, pana. Le parece una metrópoli muy grande, algo que me impresiona porque ha viajado muchísimo.

Jamás mira el reloj. No parece apresurado. Cada duda la responde con paciencia y detalle.

Haber ganado a los 26 años el premio José Saramago, con su novela Nadie nos mira, le cambió la vida. Sabía que siempre iba a escribir, pero no que iba a subsistir de la escritura. Ahora tiene que hacerlo obligatoriamente, como un periodista. Por eso no puede depender siempre de eso que llaman inspiración o musa. Hay textos que ha redactado por encargo que lo han dejado muy feliz, aunque en otras ocasiones no consigue una satisfacción plena.

«Siempre doy el ejemplo de la Capilla Sixtina, en Roma, una de las grandes obras del arte mundial y universal, y que se hizo por encargo», dice.

Con su oficio, ha trabajado con fotógrafos, coreógrafos, pintores, ilustradores, en teatro. Incluso escribió un libro, Antídoto, inspirado en Moonspell, un banda de heavy metal portuguesa. Lo que sí no cree posible es que dos personas escriban juntas un mismo texto, porque escribir es algo que se hace en la soledad frente al papel. Es muy diferente al cine o el teatro, donde cada persona contribuye. “En Portugal hay mucha gente que dice en el teatro: el texto es un pretexto”, recuerda. 

 

La obra de Peixoto está llena de gigantes, demonios, corredores que mueren en competencias. En Latinoamérica podría recordarnos a Gabriel García Márquez o Juan Rulfo. Nadie nos mira narra la historia de los habitantes de un pueblo que están sumergidos en una eterna soledad, mientras el diablo, que está presente en cada generación, los acosa en los instantes significativos de sus vidas. Nos habla de un mundo mágico donde todo parece estar paralizado, donde el tiempo tiene una lentitud que desesperaría a cualquier citadino. Es un tiempo y espacio para detenerse y mirar el cielo o los árboles mientras el viento los mueve sutilmente.

El primer párrafo de Nadie nos mira dice: “Hoy el tiempo no me ha engañado. No hay rastro de brisa en la tarde. El aire quema, como si se tratara de un caluroso hálito de fuego, y no de simple aire de respirar, como si la tarde no quisiera morir aún y comenzara ahora la hora del calor. No hay nubes, hay briznas blancas, muy finas, hebras de nubes. Y el cielo, desde aquí, parece fresco, parece el agua limpia de un estanque. Pienso: tal vez el cielo sea un gran mar de agua dulce y la gente, las personas no anden bajo el cielo, sino sobre él; tal vez las personas vean las cosas al revés y la tierra sea como un cielo y cuando mueren, cuando las personas mueren, tal vez se caigan y se hundan en el cielo”.

Peixoto me comenta que su primera novela habla de la ruralidad portuguesa desde una perspectiva que refleja la dureza de la realidad. Sin embargo, tiene un hado bucólico de la naturaleza, como un tiempo nostálgico.

Su obsesión por los espacios estancados continúa en Cementerio de pianos, su novela más exitosa en España, donde narra la vida de unos personajes que habitan en una Lisboa sin tiempo. En un taller de carpintería se encuentra un cementerio de pianos, donde los instrumentos han dejado de funcionar, igual que los seres que los rodean. Es un lugar donde transcurren generaciones tras generaciones.

A pesar de ser un texto de ficción, posee retazos de la realidad. Durante el primer capítulo relata el último día de vida de su padre y el personaje crucial es real: Francisco Lázaro, un corredor de maratón portugués que falleció en los Juegos Olímpicos de 1912 tras colapsar en una carrera. La causa de su muerte fue que cubrió su cuerpo con una cera para no sudar y no tener que pararse a tomar agua. Al no transpirar con naturalidad, sucumbió.

¿Es esto una entrevista? ¿Así funcionan? A veces los periodistas tratamos a las personas como una máquina que suelta información. Quizás por eso a García Márquez no le gustaba mucho este género. La verdad es que el encuentro con José Luís se convirtió en una conversación literaria y sobre la vida. Cierro el cuaderno y me olvido de las preguntas, el guión, que tengo para hablar con él. Ahora somos dos universos que se han encontrado. El de él lleno de árboles, vientos que se apoderan de la tierra, un cielo azul intenso y heavy metal. El mío el de gente que ríe mientras lucha por sobrevivir, por conseguir comida, por intentar estudiar, por querer escapar y una montaña, el Ávila, detenida en un tiempo remoto.

De repente, casi lo olvidamos, me cuenta de su visita a un lugar tal vez no muy desconocido para mí: Corea del Norte, experiencia que le llevó a escribir Dentro del secreto, un libro periodístico – literario en el que habla de un sistema sociopolítico totalitario que tiene como centro el culto a tres líderes comunistas: Kim Il-sung, Kim Jong-il y Kim Jong-un.

En 2011, Peixoto ya había publicado cuatro novelas, libros de relatos y poesía. Pero también había escrito algunos trabajos menos conocidos vinculados al periodismo. Ese año, cuando estaba en Estados Unidos, se le ocurrió la idea de visitar el país más aislado del mundo, algo con lo que quedó fascinado, tanto que ese día ni siquiera pudo dormir. Lo que quizás lo sedujo, dice, fue saber que iba a hacer algo completamente distinto de lo que había hecho antes.

Otro aspecto que lo motivó fue la nobleza del periodismo, pues considera que hay una imagen errada de que este oficio está en un nivel inferior respecto a la literatura, que habla de lo intemporal; el periodismo, en cambio, se dirige a algo concreto que sucede en el presente.

«Por eso a veces te dicen que los periódicos pierden su actualidad más que los libros, que tienen más tiempo. Pero yo tengo dudas de esa cuestión de la intemporalidad. Entonces yo hice un poco lo que muchos hacen pero al revés: porque yo conozco más ejemplos de periodistas que se vuelven escritores que escritores que se vuelven periodistas. Esto me pareció cautivante. Me encanta provocar», explica. 

Uno de los hábitos del país que le impactaron, y que está detalladamente descrito en el libro, es el culto a la personalidad. En todos lados hay pinturas y fotografías de los líderes. Toda la música y los discursos, sean informativos o culturales, son para engrandecerlos a ellos.

Prácticamente no se conoce nada de lo que ocurre en el mundo. Solo hay tres géneros musicales permitidos y todos son con la finalidad de enaltecer el nacionalismo y glorificar a los Kim. “Siempre las canciones tienen títulos como ‘Oh, querido general, te defenderemos hasta nuestra última gota de sangre”, dice.

Incluso hay reglas para tomar fotos de los líderes. Si se va a capturar una de una estatua de uno de los Kim, debe ser de la figura completa. Está mal si se cortan, por ejemplo, las piernas. Cometer un error así conlleva a consecuencias: la medida extrema sería que el ciudadano fuera preso, pero lo usual es que escriba una carta para excusarse.

Otro dato que debe saber quien viaja a Corea del Norte es cómo doblar el periódico que regala la única línea aérea que viaja para allá sin que quede la foto de algún líder arrugada, pues en la primera plana siempre hay una destacada. “Si utilizas el periódico para envolver algo, imagínate, es muy grave también. Seguro que tendrías problemas”.

La cultura de Corea del Norte tiene cierta similitud con el universo que ha escrito Peixoto. Aunque en su obra no existen sociedades totalitaristas, las historias sí ocurren, ya lo hemos dicho antes, en pueblos que parecen detenidos en el tiempo con respecto al resto del mundo; y cuando uno lee Dentro del secreto, o noticias sobre ese país, percibe que ya todo está hecho, que no hace falta llevar a cabo ningún cambio. Sin embargo, en su libro destacan las historias particulares, los instantes que crea la misma gente, lo que dilucida la perspectiva general que se tiene sobre el país.

“La única claridad venía del cielo, de la enorme cantidad de cohetes que explotaban hacía casi una hora a lo largo de kilómetros de río. Pero allí, a mi lado, en la oscuridad total, nadie bajaba la voz o la mirada cuando me veía, mi presencia no se sentía. Durante aquellos minutos fui norcoreano. Hubo incluso personas que se dirigieron a mí, diciéndome algo, sin esperar respuesta. Esto, que parece poco, fue todo para mí, me llenó/me colmó. Ese fue el momento más intenso que viví en Corea del Norte”. (p.166 de Dentro del secreto).

Uno de los mesoneros se acercó a nosotros para ofrecernos algo. Nos dimos cuenta de que ya era tarde. Le agradecí a José Luís y le di la mano. “Espera”, me dijo cuando me estaba levantando de la silla. Me pidió que lo esperara en la recepción mientras él subía a su habitación. Cuando regresó tenía dos libros que me obsequió: Nadie nos mira y Cementerio de pianos, ambos editados por El Aleph. “Muchas gracias por haber venido. Espero volver otra vez a Venezuela”.

Al llegar a la plaza Francia me quedé mirando por unos segundos el Obelisco. Entonces abrí Nadie nos mira y leí la primera línea.  “Hoy el tiempo no me ha engañado. No hay rastro de brisa en la tarde”.

Publicada originalmente en la revista 4Dromedarios


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