En el camino a la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, pasando por el pasillo de Ingeniería repleto de stands de ventas de libros, películas y textos académicos, se encuentra poco material de Jorge Luis Borges.

“Esa vaina de Borges está guardada por aquí”, dice el encargado de uno de los cubículos, que luego de sacar al menos una docena de libros de uno de los armarios que sirven de almacenes, muestra lo único que tienen del autor argentino: un pequeño libro-álbum de carácter biográfico sobre la vida de Borges, cuyo precio es de 3 millones de bolívares, poco más del sueldo mínimo integral.

La luz del atardecer se filtra por las paredes de bloque calado en los pasillos frente a los salones de Letras. Un grupo de estudiantes, lo suficientemente numeroso como para que tengan que dividirse entre los que se sientan en el banco de madera y el piso, debaten sobre el legado del escritor.

“El problema, si se puede decir así, es que Borges es tan básico que todo estudiante en esta escuela debe haber leído aunque sea algo de él”, dice Camila Odreman, estudiante de sexto semestre de la carrera de Letras. Cuando dice básico, se refiere a que es un asentamiento, un fundamento de todo estudiante de Letras y de la literatura latinoamericana.

“Borges es parte de la teoría literaria latinoamericana”, prosigue Odreman, “y aunque a alguien no le guste, es importante leerlo. Yo, por ejemplo, no he logrado pasar su poesía. Eso es más una cuestión personal. Pero sus ensayos me encantan”.

“Es uno de los autores latinoamericanos más importantes que hay, y ya”, dice tajantemente Daniela Olivo, estudiante del cuarto semestre de la mentada carrera.

Admira a Borges incluso a nivel personal, y menciona cómo, a pesar de la enfermedad congénita que le fue despojando de la vista, el escritor se esforzó por aprender a leer en braille para no dejar de lado su pasión literaria. “Por favor”.

Daniella Bonilla, estudiante del sexto semestre, añade un comentario acaso repetido en todos los lectores del argentino: “El Aleph es fundamental. Aplica un concepto científico, el de la Teoría de las Cuerdas, para mostrar el universo entero en un pequeño punto. Es brillante”.

Rafael Venegas, profesor y magíster en estudios literarios, reconoce a Borges como un clásico, de esos que no tienen caducidad, que tienen vigencia sempiterna.

“Él ha construido una voz singular. Borges se parece a Borges. Y muy pocos se parecen a él. Esa singularidad está absolutamente vigente”, afirmó Venegas con una sonrisa en el rostro.

“La manera en que propuso la narrativa tiene unas implicaciones muy importantes para los estudios literarios. No se trata solo de un buen relato, sino de un tipo de narrativa extremadamente compleja dentro de su sencillez, y que toca asuntos esenciales, ontológicos, que tienen que ver con la psique no solo de sus personajes, sino del hombre en general. Es de una complejidad de tal magnitud, que trasciende incluso la propia literatura, pasaría a ser tema de estudios psicológicos o filosóficos”, agregó. 

Aprovecha el profesor para aclarar que dicha complejidad se desliza suavemente en la narrativa con una sencillez que hace a Borges accesible a todo aquel que quiera leerlo.

“No demanda erudición para leerlo, aunque sea la erudición la condición ideal para leerlo, porque es esa virtud la que permite capturar toda la potencialidad que hay en sus textos”, aseveró.

Una pequeña Librería Lugar Común está oculta tras unas rejas negras frente a la Plaza Venezuela. Ahí trabaja Javier Marichal, un librero que se llena de melancolía al recordar que hoy es la fecha del aniversario de la muerte de Jorge Luis Borges.

Pero no por el propio hecho de la muerte, acaso natural de todos, sino por la situación del país, los presupuestos, los números que no dan, y por supuesto, el hecho de no poder ofrecerle una buena introducción a la obra de Borges a alguien que vaya a la librería buscando su literatura.

“Sus libros no están. Las librerías no disponen de ejemplares, y lo que queda para las nuevas generaciones es que conozcan poco, a través de referencias y de la enorme fragmentación que hay en las redes”, confiesa Marichal.

El único texto que hay de Borges en la librería es, curiosamente, uno del que el mismo escritor renegó: Los Himnos Rojos.

“Tenemos este raro libro, gracias a otro ser especial y raro, que fue Harry Almela, quien fue el responsable de que se editara en la colección de La Liebre Libre. Los Himnos Rojos se trata de una etapa juvenil de Borges, en la que hacía poemas que se inscribían en la corriente ultraísta. El propio Borges renegó de estos textos, y como lector asiduo de él, estoy de acuerdo. Pero eso no quita que sea un libro con un altísimo valor en el sentido histórico”, comentó el librero.

Explica con paciencia que este no es un texto que tenga demasiado que ver con el potencial literario que desarrolló el argentino. “Aquí cabe el título irónico de la película de Werner Herzog: Todos los enanos empezaron pequeños”. Aunque Borges no es un enano, se apresura a añadir.

Reitera su lamento por no poder ofrecer al público una mejor obra borgiana con la que hacer esa iniciativa.

“La gente ha escuchado mucho sobre estos clásicos, sienten incluso una familiaridad con ellos. Pero eso no significa ni remotamente que lo hayan leído. Las nuevas generaciones se nutren en las redes de frases, referencias fragmentarias, sin la totalidad del libro, para no decir de la obra. Entonces no ven, por ejemplo, cómo se interrelaciona un relato con otro. Hoy en día, leer a Borges de esa forma es imposible, a menos que tengas el libro en la biblioteca familiar o te lo presten. Y las bibliotecas públicas no parece que tengan las condiciones para conocer a Borges en su interior”, se lamenta Marichal.

Aprovechó para compartir el que se denomina como uno de los chistes más negros de Borges, esa famosa respuesta dada al periodista venezolano Carlos Rangel.

“Había ocurrido el secuestro del padre de Julio Iglesias en esos tiempos en que Borges estaba en Venezuela, y le preguntaron que qué le parecía lo del secuestro del padre de Julio Iglesias, y Borges dio una respuesta absolutamente ‘borgiana’: ¿Y será para que no siga cantando?”, narró. 

“No sé si realmente ocurrió, pero le creo a Cesar Miguel Rondón porque lo escuché de él”, dice entre risas, “pero lo cierto es que Borges tenía una opinión para todo”.

La Academia Sueca le negó a Borges durante todo el siglo XX el Premio Nobel de Literatura. Y la Universidad Central de Venezuela (UCV), la Universidad de Los Andes (ULA) y la Universidad del Zulia (LUZ) le negaron el título de Doctor Honoris Causa durante su última visita en 1982, según una entrevista que le realizaron Sofía Imber y Carlos Rangel.

No está demás recordar su opinión con respecto al fútbol, en medio de la fiebre mundialista que acaba de comenzar.

“Qué raro que no censuren a Inglaterra su mayor pecado: la difusión de juegos tan estúpidos como el fútbol. El fútbol fue severamente condenado por Rudyard Kipling y por William Shakespeare”, dijo Borges en una entrevista del programa La Gente.

“Yo no entiendo cómo se hizo tan popular el fútbol. Un deporte innoble, agresivo, desagradable y meramente comercial”, comentó el argentino al diario La Razón.

Hoy se cumplen 32 años de la muerte de Borges. Y sigue en Caracas. Sigue, como diría el argentino, «en las entrañas». Parafraseando uno de los poemas que dedica a Buenos Aires, «Las calles», son «millares de almas singulares» las que lo leen, invisibles a los habituales. Ojalá que en las calles de Caracas sigan andando esos versos y esa prosa que trazó Borges.


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