Blanca Strepponi acude todos los sábados a un templo budista. Desde hace varios años ha intentado aprender la filosofía de esta corriente espiritual, pero confiesa que no ha sido fácil. Pasea todos los días con su perrita por las calles de Buenos Aires. La capital argentina comparte el arrebato de cualquier otra urbe. Ahora bien, su paisaje no es completamente gris, el verde contrasta con el cemento de las paredes y el negro del asfalto. La escritora fija su atención precisamente sobre esos elementos: las plantas y los animales.

De la combinación entre el budismo y sus salidas vespertinas surge el libro Crónicas budistas, publicado por Dcir Ediciones en 2016. Edda Armas, directora del sello editorial, envió un ejemplar para concursar en el Premio de Poesía de la Crítica. Esta es la primera edición que reconoce la producción poética. El jurado, integrado por Teresa Casique, Arnaldo Valero y Ricardo Ramírez Requena, leyó 25 poemarios. Para sorpresa de la autora, resultó ser la ganadora.

—Esta es la primera edición que reconoce la creación poética y resultó ser la ganadora. ¿Cómo recibió este premio?

—Recibí el premio sin ninguna ambivalencia: con total felicidad, disfrutando al máximo el reconocimiento. Hace un tiempo Edda Armas, la editora, informó a sus autores que enviaría ejemplares al concurso y luego lo olvidé, porque en mi experiencia es dificilísimo ganar. Y cuando vi la lista de finalistas, donde estaban dos admiradas poetas que conozco (Yolanda Pantin y Carmen Verde) y dos poetas que no he leído (Odette da Silva y Luis Eduardo Barraza), pero que seguramente son muy buenos, pensé que no tendría chance. De todas maneras ya me sentía feliz.

—Crónicas budistas es el libro galardonado. ¿Fue un proyecto preconcebido o decidió reunir poemas escritos anteriormente?

—No estoy tan segura de lo que voy a decir, porque todo termina mezclándose cuando se trata de determinar cuándo comienza un libro en mi cabeza, pero creo que el catalizador fue pasear con mi mascota recién llegada, una perrita. Fue gracias a estar acompañada y al mismo tiempo sola, algo que desde luego no es tan raro, pero que tiene más sentido de realidad cuando tu compañía es un animal de otra especie. Ese caminar diario compartido con un animal que percibe el mundo de otra manera profundizó mi “percepción budista”: el sentir, saber más allá del conocimiento intelectual, que todo y todos estamos aquí, en el universo. Y una vez despertado ese canal, por decirlo de algún modo, fui recogiendo esos momentos de conciencia y me convertí en una cronista, un testigo de momentos. Y luego vi que algunos poemas escritos anteriormente también habían sido elaborados con el mismo espíritu, así que los incorporé.

—¿Por qué el adjetivo “budista” para el título del libro? ¿Quiso ser budista pero no pudo?

—Desde hace varios años trato de ser budista. Acudo a un templo todos los sábados e intento aplicar las enseñanzas a mi vida cotidiana. No es fácil en absoluto, pero estoy atenta, me esfuerzo con honestidad y ciertamente eso me ha ayudado mucho. Ahora bien, tal como digo con otras palabras en uno de los poemas del libro, a veces uno está intoxicado por la ira que causan las injusticias, y el ser budista, es decir, procurar estar libre de ira, parece inalcanzable. En ese sentido, sin duda en Venezuela ser budista es más difícil, pero también más necesario.

—Tal como lo reseñó la revista Marcapiel, parece haber dos vertientes en el libro: la naturaleza y el devenir de la patria. ¿Por qué esta escogencia? ¿La naturaleza sosiega la negatividad de las crisis?

—Somos históricos y también eternos, es un gran desafío. El devenir de la patria nos causa gran dolor, y sirve de poco consuelo prestar atención a los ciclos históricos pues ya sabemos que son tanto más largos que nuestras vidas. Sin embargo, todo está presente al mismo tiempo, todo es simultáneamente, todo está conectado. No tengo dudas de que es posible hallar sosiego y placer en la naturaleza, está más allá de nuestros errores, pasiones e injusticias. Allí encontramos refugio e intuimos que podemos ser mejores.

—Vivió por muchos años en Venezuela y ahora retornó a Argentina. ¿Cómo influyó nuestro país en la persona que es en la actualidad?, ¿qué se llevó de aquí?, ¿cómo “vivir entre dos patrias”?

—Vivir entre dos patrias es también un desafío que además me sucede por segunda vez. Ya tengo otra edad y más serenidad, así que se hace más llevadero. Cuando cumpla 70 años habré vivido más tiempo en Argentina que en Venezuela, con eso quiero decir que soy bicultural, binacional, bitodo, lo cual ofrece ventajas para alguien que se dedica a actividades creativas.

—No es la primera vez que recibe un premio por su producción literaria, tanto en poesía como en narrativa y en dramaturgia. ¿Cuál es la importancia de los reconocimientos para incentivar la producción?

—Los premios son muy importantes, son motivadores y traen muchos beneficios emocionales, no solo para los autores, sino también para los editores y, desde luego, promueven la divulgación del libro y su venta. Y cuando traen beneficios materiales, pues mejor aún. Cuando no son tan buenos es cuando inflaman los egos.

—¿Qué opina sobre el Premio de Poesía de la Crítica y su empeño en seguir reconociendo las ediciones nacionales, a pesar de la crisis?

—Absolutamente admirable, mis respetos más sinceros. En un país donde lo más básico y sencillo está ausente, donde todo es hostil y la violencia reina, tener la energía y capacidad de organizar un concurso es algo para lo cual no tengo suficientes palabras de elogio.

—Trabajó en la industria editorial venezolana (Fundarte, Libros de El Nacional, Fondo Editorial Pequeña Venecia, Magenta Ediciones). ¿Cuál es la importancia de las editoriales dentro de la ruta de producción de un libro? ¿Es un negocio por el que hay que seguir apostando?

—Las editoriales son organizaciones fundamentales para la cultura, y si bien los formatos están cambiando y quizá los libros de papel queden reservados para ediciones especiales, ilustradas, de arte, también los libros electrónicos necesitan de las editoriales. Ahora bien, no me siento capacitada para hablar de negocios en Venezuela, un país minado por la locura social y económica, con una inflación esperada de más de un millón por ciento. Seguramente habrá negocios, siempre hay negocios, pero los negocios no son editoriales. Creo que las razones que impulsan a los venezolanos a continuar con las empresas culturales están más vinculadas a la resiliencia que a los beneficios materiales.

—Entre la poesía, la dramaturgia y la narrativa, ¿cuál es el género del próximo libro que tiene en mente? ¿Cómo se decanta por un género y no por otro; diferentes necesidades expresivas?

—El próximo libro que tengo en mente es un libro ilustrado con fotografías; estoy trabajando en eso hace tiempo y todavía falta bastante. La verdad es que me da pudor decir que soy poeta, porque los poetas son mucho más poetas que yo, tienen una dedicación y pasión por la poesía muy elevada. En cambio, yo ando de un lado al otro, con diferentes necesidades expresivas, como señalas, pero eso sí, siempre y cada vez con la mayor honestidad y concentración.


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