Uno de los grandes dramas de la Venezuela chavista es la posición que deben asumir los creadores en un país gobernado por el autoritarismo, en un contexto de violencia, corrupción, inestabilidad económica y colapso de los servicios públicos, donde los jóvenes tienen pocas posibilidades para cumplir sus sueños o, sencillamente, aspirar a ser independientes.

¿Debe o no un artista participar en un evento organizado por el gobierno? ¿El hecho de participar significa que se avala la violación de derechos humanos o la destrucción de las instituciones democráticas? Son algunas de las preguntas que plantea el largometraje Yo y las bestias, la ópera prima de Nico Manzano, que compite en la categoría Largometraje de Ficción del Festival del Cine Venezolano, de regreso a la ciudad de Mérida después de tres años.

Rodada en 2017, año en que la crisis tocó uno de sus puntos álgidos, Yo y las bestias sigue la vida de Andrés Bravo (Jesús Nunes), un joven músico que se retira de su banda, Los Pijamistas, luego de que sus compañeros deciden participar en Suena Caracas, organizado por el gobierno. «Vayan a mamarle el güevo a los militares», dice Andrés, molesto, antes de abandonar el grupo de su vida.

Decide entonces emprender su propio proyecto, pero si en Venezuela ya es difícil trabajar con amigos, hacerlo en la solitario puede ser muy desalentador. Resulta infructuoso para Andrés su intento de sumar una amiga a su proyecto. Ella, aunque sabe de música y quizás en una época soñó con ser una estrella, está cansada de vivir con sus padres y tiene planes de migrar. ¿Cuántos jóvenes artistas venezolanos no han pensado como la amiga de Andrés? El desespero puede echar por la borda el sueño de infancia más añorado.

Aquí entra la ¿magia? de Yo y las bestias. A Andrés se le aparecen dos seres, las Bestias, de aspecto místico. El protagonista no está claro de qué son, también queda a interpretación del espectador si son reales o no, pero lo que sí hacen es llevar a Andrés a un punto de altísima creatividad. El artista, viéndose limitado de manera extrema, encuentra sosiego dentro de sí mismo.

Manzano explica que las Bestias en una primera versión del guion eran criaturas grandes y peludas, «pero luego, profundizando un poco en lo que significaban —ente conector entre la música y el protagonista—, tomamos como patrón ciertos hábitos religiosos del siglo pasado». También, dice el director, incorporaron referencias más contemporáneas, como la marca Muku y la diseñadora Muriel Nisse.

Yo y las bestias llega a Venezuela luego de haber pasado por el Festival de Cine de Mar de Plata y el Tallinn Black Nights Film Festival, así como por el mercado de películas en fase de posproducción Ventana Sur, donde obtuvo tres de los seis premios de la sección Primer Corte.

La idea de la cinta surgió de las canciones. Cuenta Manzano que él compuso los temas de Yo y las bestias hace años con el músico Nika Elia. «Un día, experimentando juntos, dimos con una suerte de sonoridad de un personaje abstracto, desprovisto de lírica: onomatopeyas pasadas por una serie de efectos», recordó.

«Narrativamente la película se desarrolla en un entorno que conozco desde adentro. Como músico siempre sentí la necesidad de ampliar la perspectiva que se tiene del músico, su proceso creativo y sus motivaciones», añade.

Sobre el proceso de realización, reconoce que fue largo. El promedio de edad del equipo técnico era de 27 años, por lo que para muchos era su primera experiencia rodando una película. «La iluminamos con cuatro luces, dos espejos y telas de difusión que compramos por metro. Algunos de mis mejores alumnos en la Escuela Nacional de Cine formaron parte del equipo, tuvimos mucha fortuna».

«Todos recordamos aquel año con el país muy convulso, pero al mismo tiempo estaba ocurriendo la creación. El mismo proceso de rodarla fungía como un espejo más grande que la propia historia, como una muñeca rusa que contiene a otra», afirma Manzano.

Subraya que en el filme no buscó satanizar ninguna de las posturas de sus personajes, ya sea la de Andrés Bravo o la de sus compañeros de Los Pijamistas. «Me pareció importante mostrarlas como son. Es un acto de sinceridad. Siento que todo esto resuena en preguntas que cada quien se hace actualmente, donde cada uno está trazando constantemente sus propios límites».

Para el director, hay en las personas una interesante relación entre el mundo interno y el externo, un contraste que le gusta explorar sin negar ninguno de los dos. «En esos puentes hay encuentros, contradicciones y condicionantes».

Esto pasa en Yo y las bestias cuando se ve a Andrés crear una música absolutamente ajena a la realidad, más cercana a lo onírico y lo surreal.

«Como nación tenemos ejemplos muy válidos de artistas que conciben el arte desde un terreno plástico, en apariencia menos reactivo al tema social. De hecho, rindo tributo a varios de ellos dentro de la película: los paisajes salinos de Ramón Vásquez Brito, la cromosaturación de Cruz-Diez y la estructura móvil inspirada en Jesús Soto», dijo el cineasta.


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