Es 11 de mayo de 2017, la ciudad y el país lloran el derramamiento de su mejor sangre, la sangre de su juventud valiente y combativa. Cae la tarde, hay que cumplir compromisos internacionales y ahora la juventud, representada por los jugadores del Caracas FC, debe ir al estadio Olímpico a enfrentar al club paraguayo Cerro Porteño en la Copa Sudamericana; lo hacen con pundonor, antes del comienzo del encuentro futbolístico se sigue el protocolo de la foto para la prensa pero los jugadores locales exhiben una bandera invertida en señal de rechazo a tanta infamia de la tiranía en las jornadas previas. Nuevamente, desafían a las instituciones que no se pronuncian –la Confederación Sudamericana de Futbol, en este caso– y, como en días pasados en el torneo nacional, sin estar autorizados por el mencionado ente, hacen un minuto de silencio, luego del pitazo inicial del árbitro, en honor a la memoria de los caídos.

Miramos alrededor y percibimos la voluntad humana plasmada en la estructura del Olímpico por un grupo de hombres de ciencia que cumplió con su labor haciendo un formidable despliegue de arquitectura de la mano de Villanueva, complementado con precisos cálculos de ingeniería, para tener, por ejemplo, una tribuna principal con techo voladizo en hormigón, sin soporte en columnas visibles, que no solo permite disfrutar una perfecta panorámica de la cancha sino que sirve de ventana para otear el norte, el este y el sur de la ciudad de Caracas en unas de las visuales más enternecedoras y emblemáticas de esta. El Olímpico es además una galería que reúne en esculturas y murales el talento de artistas que nos brindan una estadía más sublime y estética con sobrecogedoras obras firmadas por gente de la talla de Narváez, González Bogen y Barrios.

Seguimos mirando hacia afuera desde esa caleidoscópica ventana y cuando entra la noche evocamos otras imágenes que se suceden en paralelo. La ciudad –como el país– no duerme a pesar de las perversas y continuas acciones de las fuerzas más oscuras de la tiranía. Es la iniciativa individual la que se opone a los embates opresores e impide que desfallezca la vida del cuerpo social, lo que se materializa en el estudiante que repudia el ultraje al ciudadano, en el joven profesional que reclama un derecho, en el mesonero que atiende a los comensales con un ritmo vertiginoso, en el cliente habitual que recibe el servicio y se hace parte integrante de este o en el muchacho utility que tras cumplir su extenuante horario deviene también cliente en otro establecimiento. Han entonces trascendido el hecho de llamarse Juan Carlos, Miguel, Jaiker, Eduardo o Roberto y se convierten en una fuente de luz inapagable y propia del individuo llamada libertad.

Pero la ventana tampoco impide que miremos hacia adentro, hacia nuestro propio interior y contemplamos las caras que nos rodean en el estadio e identificamos rostros conocidos, el de seres que han permanecido estoicamente durante una vida en ese recinto como el ya anciano vendedor de maní que se resiste a ser un pensionado y mantiene una férrea voluntad de trabajo para mejor provecho de sí mismo y de la sociedad en la que vive o el del calvo vendedor que sube y baja incansable la tribuna para ofrecer bebidas refrescantes y también espirituosas, el del operador del puesto de arepas que trabaja a toda prisa, el del propietario del club de futbol que, con empeño, lleva adelante su empresa. Ellos, como los anteriores, han ido más allá de llamarse Juan José, Oscar, Joao o Philip y reivindican la propiedad de su ser, de su determinación y de sus bienes que son origen y motivo de su actividad de emprendimiento.

Más aún, así como cada uno de nosotros es fruto de unos padres que nos dieron vida, una vida libre, una vida propia como lo refleja nuestra acta de nacimiento; así también, Venezuela es producto de unos padres fundadores del brillo de Roscio, Isnardi y Sanz que en 1811, como aparece recogido en su partida de nacimiento que es el Acta de Independencia, le dieron vida, libertad y propiedad que son valores superiores de la venezolanidad y, por ende, de los venezolanos que hacen resistencia a la muerte, la esclavitud y la expoliación que el régimen macabramente ha querido imponer a la ciudadanía.

Se trata, por tanto, de una venezolanidad que tiene forma y tiene fondo, que tiene siete estrellas y nombre de República, que tiene “nobleza e inteligencia en grado sumo” como bien lo afirmara Briceño-Iragorry. Una venezolanidad que no permite que felones muertos o cretinos malvivientes impongan sus caprichos a una nación entera, que no usa símbolos falsos ni permite que le blandan en la cara un inconstitucional librito enano y regordete para justificar abusos. Una venezolanidad humanista que tiene una concepción integral de los valores del individuo y una venezolanidad cívica cuyos miembros enaltecen la convivencia en sociedad. Una venezolanidad que tiene como antídotos ante el horror a la cultura, la organización y el entusiasmo; en palabras de Picón Salas, una venezolanidad con “una cultura viva que oponer a una cultura muerta”, una organización plena de “energía nacional que es, ante todo, energía humana” y un entusiasmo que “revive en el hombre venezolano su preterida fe”. Una venezolanidad congregante que, como demuestran tantos ejemplos que hemos evocado, es a prueba de balas, represión y tiranía.

El encuentro transcurre, la afición observa, vive, se emociona y sufre cada instante y cada jugada. No hay un arbitraje correcto y se toman decisiones sin base en los hechos, el árbitro decreta un penalti que nunca existió en contra del equipo local. El público se frustra e indigna ante la injusticia, la barra en la gradería sur resiste y se hace rebelde a pesar de las amenazas y sus consecuencias. Todos ellos nos recuerdan aquella épica frase de enorme lucidez y vigencia: … ¡y si el despotismo levanta la voz, seguid el ejemplo que Caracas dio!

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Sobre los autores

Andrea Rondón García es Doctora en Derecho, Universidad Central de Venezuela. Profesora de la Universidad Católica Andrés Bello. Directora del Comité de Derechos de Propiedad del Centro de Divulgación del Conocimiento Económico para la Libertad (Cedice Libertad).

Ramón Castro Cortez es Abogado, Universidad Católica Andrés Bello. Profesor de la Universidad Monteávila.


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