Toro salvaje Martin Scorsese

Esa cosa punk, díscola, disruptiva de Martin Scorsese probablemente tenga su germen en esa preadolescencia en la que, producto del asma, no podía compartir con sus compañeros las actividades deportivas que realizaban. Por lo tanto, su hermano mayor lo llevaba al cine y, como muchos de los grandes, fue en esos encuentros primigenios con relatos de toda clase que Marty se fue formando, absorbiendo influencias, abriendo el panorama. Cuando el cine salva la vida de un joven de Queens que vivía en un departamento «en el que no se distinguía el día de la noche», familiarizado con las reglas de la calle, su filmografía se empieza a erigir ya desde ese momento, y con cierta inconsciencia.

Esa autenticidad documental -especialmente la de sus primeras obras- era el modo que encontraba el realizador para contar, de manera magistral, un mismo tópico a través de diversas figuras, y bajo la máxima «los pecados no se redimen en la Iglesia sino en la calle». Su cine está signado por figuras larger-than-life [más grandes que la vida] que se empeñan en descender al infierno. El momento de gloria da paso al ocaso más crudo y es por eso que El irlandés se siente como un canto de cisne, lo sea o no: no existe mejor corolario que ese plano de un hombre solo que vivió todo, pero no tiene con quién compartirlo.

«Yo quería creer que había una manera distinta de pensar fuera del mundo en el que estaba creciendo», declaró una vez el cineasta que cumplió 78 años el 17 de noviembre. Ese mundo, eventualmente, derivó en muchos otros, y uno de esos viajes crepusculares más fascinantes fue el del boxeador Jake LaMotta, que Scorsese plasmó en Toro salvaje, largometraje que este año celebra cuatro décadas.

El rechazo de Scorsese y la insistencia de De Niro

Luego de su Johnny Boy Civello de Calles peligrosas, uno de sus roles más infravalorados; del indeleble Travis Bickle de Taxi Driver; y del Jimmy Doyle de New York, New York, Robert De Niro se acercó a Scorsese con la obra autobiográfica de LaMotta en sus manos. Se trataba de Raging Bull, My Story, editada en 1970, unas memorias descarnadas en las que el fallecido boxeador exponía su pasado criminal, su ascenso a la fama en la categoría de peso mediano, su vínculo con la mafia y su trabajo como comediante. El combo, en teoría, estaba dentro del universo sui generis de Scorsese, quien en Calles peligrosas y Taxi Driver ya había demostrado su afinidad por esas temáticas que había conocido de cerca y cuya impronta visual era análoga a lo que implicaba estar tanto en la gloria como en el suelo: ambos instantes efímeros se sienten reales, y Michael Chapman, su director de fotografía, siempre supo cómo manejar las transiciones. Sin embargo, Scorsese rechazó inicialmente la propuesta de De Niro de hacer dicha biopic.

Dos años antes de que se concretara entre ambos una nueva colaboración en la brillante El rey de la comedia -pensemos cuántas películas se nutren de los filmes de Scorsese con tan solo mencionar esa comedia negra-, un proyecto que apasionaba a De Niro, el actor le llevó una copia del libro de LaMotta a Marty mientras el director se encontraba filmando Alicia ya no vive aquí. «El ring era como la cocina para mí», expresó Scorsese, quien se mostró dubitativo ante un rodaje que implicaba seguir a LaMotta de cerca, explorarlo, captar los movimientos de un deporte que le era ajeno y que, como él mismo había declarado, le resultaba «profundamente aburrido». Scorsese no se crió con un background deportivo («si no hay pelota, no es deporte», manifestó en una ocasión y lo sigue sosteniendo), e incluso pensó que jamás podría darle veracidad a un relato que era, precisamente, la historia desnuda de un hombre, con sus fallas asumidas y con ese don que lo llevó a lo más alto. Finalmente, la perseverancia de De Niro rindió sus frutos en un momento muy complejo para el director, quien estaba recuperándose de una sobredosis. El cine, como cuando era pequeño, volvió a salvarlo.

El director accedió a filmar la historia del boxeador a lo largo de dos décadas -de 1941 a 1964- y con un invaluable dream team detrás de cámara. Toro salvaje marcó nada menos que el primer trabajo one on one de Scorsese con la excepcional montajista Thelma Schoonmaker, quien hasta ese momento solo había intervenido para unos retoques en Who’s That Knocking At My Door?, ópera prima del realizador, con quien también había compartido edición para el documental Woodstock de Michael Wadleigh. Luego de Toro salvaje, ambos forjaron un matrimonio artístico perfecto, con obras como La edad de la inocencia, Buenos muchachos, El lobo de Wall Street, y El irlandés, entre tantas otras. Asimismo, Paul Schrader y Mardik Martin -quienes también habían trabajado con Scorsese- se sumaron al proyecto para adaptar las memorias del boxeador, con la mencionada fotografía de Chapman como otra arista indispensable.

Un guion que (afortunadamente) pasó por varias manos

Si bien hasta el día de hoy a Scorsese le resulta tedioso el boxeo cuando leyó la historia de LaMotta trató de abordarla como una alegoría más sobre los altibajos de la vida, algo que le resultaba familiar por sus trabajos previos. Sin embargo, el proceso de adaptación no fue sencillo. El primer boceto de Martin no fue del agrado de De Niro, y la reescritura de Schrader, quien incluyó al personaje de Joey (Joe Pesci), también necesitaba una revisión. Por lo tanto, protagonista y director hicieron un viaje juntos dedicado a darles los toques finales al guion que pasó a mostrar el abuso de LaMotta hacia su mujer, Vickie (Cathy Moriarty), que redujo las secuencias vinculadas a la mafia; y que creó de cero ese memorable final.

LaMotta, solo, olvidado, en el camerino de un bar, antes de subir a otro ring, ese club de comedia, se mira al espejo y cita a Marlon Brando en Nido de ratas con la famosa frase: «Pude haber tenido clase, pude haber obtenido el título. Pude haber sido alguien, en lugar del fracasado que soy ahora». La idea fue de Scorsese. El broche de oro. El toque maestro.

«A esa altura no le preguntaba nada a nadie, me sentía un kamikaze, y me decidí por [Elia] Kazan, aunque no querían que incluyera citas en el guion. Pero yo estaba convencido de que Toro salvaje iba a ser la última película de mi vida, así que la disfruté, y había disfrutado tanto a mis 12 años el monólogo de Brando, me parecía tan hermoso, además de que estábamos hablando de la historia de dos hermanos, por eso me parecía honesto incluirlo», reveló Scorese en diálogo con el crítico Michael Henry, a quien también le contó que filmaron esa secuencia 19 veces, para que De Niro pudiera encontrar el tono de voz adecuado.

La transformación física de De Niro

Toro salvaje Martin Scorsese

Al ver Toro salvaje se nota que Scorsese le encontró la vuelta a lo que había accedido a filmar a desgano. Un ejemplo es la última pelea entre LaMotta y Sugar Ray Robinson, esa estocada final. «Todas las peleas habían sido dibujadas previamente», contó el director. «Fue como filmar un musical: en lugar de incluir ciertos cambios en la melodía, incluía golpes porque todo tiene que ver con la coreografía», dijo Marty, quien se habría inspirado en la secuencia de la ducha de Psicosis de Alfred Hitchcock para ese último duelo. Los golpes y la coreografía también remiten a Stanley Kubrick y La naranja mecánica, quien filmaba duras secuencias como si se tratara de una danza. Kubrick también era profundamente admirado por Scorsese. «No se trataba solo de los movimientos de la cámara, se trataba de la emoción que transmitían», explicó Schoonmaker. En menor escala, ese acercamiento a la ventana en el final de La edad de la inocencia tiene otra cadencia, pero el resultado es el mismo: la emoción que le imprime Scorsese es inigualable. Otra vez ponía en primer plano a la historia de un hombre solo.

Toro salvaje comenzó a filmarse en abril de 1979, pero tuvo un impasse de cuatro meses para que De Niro pudiera subir de peso. Para lograrlo, viajó por Europa y subió 27 kilos. Esas transformaciones físicas de las que tanto se habla -muchas veces se las interpreta como vehículos para llevarse el Oscar- para el actor fueron una vía para ponerse en la piel de un personaje esencialmente autodestructivo. Al mismo tiempo, tuvo que adelgazar, y para ello se sometió a una rutina de ejercicios muy exigente. La interpretación que brinda incluso podría estar a la altura de la de Calles peligrosas. De hecho, para Scorsese, «se trataba de la misma película».

«Creo que De Niro volvió a explorar el masoquismo, en este caso el de Jake, su capacidad para soportar golpes brutales sin caerse, él peleaba como si sintiera que no merecía vivir», manifestó de manera poética el realizador. Ese «yo contra el mundo» de LaMotta, cristalizado también por fuera del cuadrilátero en los vínculos con su mujer y su hermano -la escena de despedida frente al auto con ese abrazo a destiempo está entre las mejores de la tríada Scorsese- De Niro-Pesci-, fue perfectamente personificado por De Niro, por lo cual subir y bajar de peso pasó a ser anecdótico en relación a lo que significaba para él la historia de LaMotta, y el querer mostrar la vida en los márgenes con el cineasta que más admiraba a su lado. En realidad, mucho más que un cineasta: un amigo que necesitaba de su ayuda.

La gloria

Toro salvaje Martin Scorsese

Toro salvaje se estrenó el 19 de diciembre de 1980, y fue un éxito moderado de taquilla. Su recepción fue algo tímida también. Como todo clásico, hubo que dejarlo reposar. 40 años más tarde, ¿quién podría cuestionarlo? La película de Scorsese fue nominada a 8 premios Oscar y ganó dos: mejor actor para De Niro y mejor edición para Schoonmaker. En 2012, fue votada como la película mejor editada de la historia por el Sindicato de Montajistas.

«No podría definir a Jake [quien murió el 19 de septiembre de 2017 ] de forma unívoca», dijo Scorsese cuando se le consultó si lo consideraba un criminal o un santo, esos polos sobre los que se movió, de manera más directa, en Los infiltrados. «Es un criminal.. y al mismo tiempo no. Vive como tal, pero tiene la capacidad de convertirse en otra cosa. Cuando está en su punto más bajo, preso en Miami, grita que eso no es él, que no es ese hombre», remarcó el cineasta, quien eventualmente comprendió la obsesión de De Niro por la historia sobre la que le hablaba cada vez que lo visitaba al hospital donde estaba recuperándose de sus adicciones. «Toro Salvaje fue como un regalo de Bob [De Niro] a Marty», apuntó Schoonmaker.

«Cuando me tocó pasar por ese período tan duro, entendí a Bob más que nunca. Yo me pude recuperar, salí vivo de todo eso, yo salí respirando (…) por eso puse todo de mí en esa película», declaró Scorsese. Esa entrega de quien no tiene nada que perder se nota en esos planos vívidos que, a 40 años de su génesis, sobreviven en la más inmaculada perfección.


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