El miedo social tiene tantos objetos como narrativas en nuestra historia occidental. El que se instauró hacia la mujer se sumerge en la espesura milenaria. Pero la lejanía no borra las representaciones del miedo que heredamos; más bien se transforman y adecúan en la vida de las sociedades.

Intentaré resumir de seguidas un proceso complejo: el miedo hacia la mujer se fundó desde que el cristianismo fue capaz de transformar el cuerpo en materia del pecado, es decir, en asunto de la moral. Desde la Edad Media, el cuerpo de las féminas fue demonizado en todos los frentes; solo el hombre podía estar en la cúspide de la salvación. Los Padres de la Iglesia establecieron modos de pensar y de actuar, discursos jerárquicos donde ella solo apareció bajo la tutela del hombre.

Así se canonizó la “debilidad” de la mujer tanto en lo carnal como en lo espiritual. Sobre ellas se fueron acumulando capas de prejuicios y construcciones simbólicas de toda índole para perseguirlas y marginarlas. Una masculinidad que, vista desde la Iglesia, tenía el poder y el derecho de mantenerlas a raya. El historiador George Duby apunta: “Tienen miedo de ellas, y para su propia seguridad, las desprecian”.

En tres entregas consecutivas indagaré sobre una de las tantas ramificaciones históricas que tiene este miedo social: el derecho al sufragio.

La mentalidad estática del hombre

El miedo social está aparejado a los valores morales. Como sabemos, estos funcionan a través del lenguaje y la tradición. La moral impone, como decía Nietzsche, que nos dejemos guiar “de una forma constante, por un miedo y reverencia oscuro”.

Carmen Clemente Travieso (1900-1983) conocía la intención de los prejuicios sobre las féminas y cómo estos proyectaban un miedo acendrado por siglos. Esta caraqueña autodidacta y escritora desde temprana edad, fue pionera del periodismo venezolano. Cofundó la Agrupación Cultural de Mujeres (1935), acto inimaginable para la época. Desde allí gravitará su liderazgo en la lucha por los derechos políticos de las mujeres en los años por venir en la transición democrática.

Cuando Isaías Medina Angarita ejercía la presidencia de la República, Travieso trabajaba como cronista en el diario Ahora. De ella encontré un artículo de 1942 en el cual ironizaba a Arthur Schopenhauer, citado entonces por algunos escritores caraqueños. La “mentalidad estática del hombre” revelaba un desprecio histórico. Sentían temor a ser desplazados con la sola idea de que las mujeres exigieran el derecho al voto. ¿Cómo “un animal de ideas cortas y cabellos largos” podía vencer los muros de una sociedad hecha, pensada y manejada por el hombre? Desbaratando la moral no solo en el seno de las instituciones, sino en los hogares donde se multiplicaba día a día.

Escribió: “La mujer venezolana ha ido, lentamente y con firmeza, afirmando su personalidad. Ya ella no se conforma con dar al mundo hijos, perdiendo definitivamente en ellos su perfil de mujer. ¡No! Ella se ha transformado en la madre alerta y consciente que además de dar al mundo hijos responsables de sus deberes, se afana en colaborar en la construcción de un mundo feliz para ellos; para que en él encuentren todo lo que a ella le ha sido negado”.

El Congreso se divierte

El 19 de mayo de 1943 las calles de Caracas fueron abarrotadas por cientos de mujeres. Se apostaron a las afueras del Palacio Federal Legislativo, siguiendo las pautas del Comité Pro-Sufragio Femenino. 11.436 firmas en total daban sustancia al pliego de peticiones. La más importante: la reforma constitucional que les otorgara el derecho al sufragio. Entre las asistentes se encontraban Ada Pérez Guevara, Josefina Bello, Analuisa Llovera, Lucila Palacios y Carmen Clemente Travieso. 

El diario La Religión cubrió aquella jornada con sarcasmo. En el reportaje del 21 de mayo –titulado “Diferida la aspiración de la mujer”– encontré las piezas que jalonan el miedo hacia la mujer. La aspiración del voto era interpretado como una amenaza al orden establecido; el nervio medieval –si se pudiera usar el término– salía a flote. La mujer debía seguir el mismo patrón de subordinación que imponía la tradición, esto es, sostener la familia. Lo político no era razón para desbalancear el edificio. El temor servía como escudo, pero también como fuerza propulsiva.

Vuelvo a la crónica de “la regocijante sesión de la Cámara de Diputados”. Allí se pinta a la mujer propensa al “capricho” y al “chillido”, capaz solo de “dar carterazos” si no se le da la razón. El trabajo da espacio a la posición del diputado Colmenares Vivas, representante del Partido Democrático Venezolano (PDV). Según este, al igual que otros del polo medinista, en la aspiración femenina “se descubre una bandera de partido”, lo que hace “todo este proceso una pérdida de tiempo”.

Con paso lento y mesurado

Andrés Eloy Blanco aparece en esta historia. Isabel Carmona da este testimonio sobre los meses previos al 19 de mayo de 1943: “Lucila Palacios y Andrés Eloy Blanco, fueron al estado [Apure] para apoyar a las mujeres que luchaban por el derecho al voto. Estas, que editaban un periodiquito llamado La Cartilla, a pesar de su aislamiento de la ciudad eran bastante radicales y fueron perseguidas por el gobierno de Medina en el Estado. Ana Rosa Borjas, fue hecha presa por la lucha a favor del voto de la mujer y la llevan a la Cárcel de San Fernando de donde es sacada con la casa de su madrina por cárcel”. Esta aspiración cruzaba la frontera prohibida: el comunismo, el anarquismo.

Si bien el medinismo daba pasos cruciales hacia la modernización del país, los actores de oposición exigían una total apertura en cuanto a la participación democrática. No podemos olvidar que aún estaba vigente el inciso sexto del artículo 32 de la Constitución, cuerpo de ley heredado del gomecismo. Andrés Eloy Blanco, el 19 de mayo, remató su discurso en la Cámara de Diputados así: “Yo debo manifestar que tanto esta reforma como otras no solo están maduras, sino que ya están cayendo de la mata del ansia popular”.

Todo lo contrario pensaba el diputado oficialista Ramírez McGregor. Según él, para poder reformar el artículo 14 era menester modificar, primero, el Código Civil. De seguidas su argumento: “Si la mujer no se puede separar del hogar, sin el consentimiento de su esposo, ¿cómo va a concedérsele el derecho al sufragio? Si nuestro Código Civil consagra ese principio aun feudal, no entiendo cómo puede caber dentro de esa interpretación que la mujer pueda votar. La experiencia de otros pueblos nos enseña que ese proceso de reivindicaciones de la mujer debe, como todo proceso, guardar un ritmo, porque si no resulta prematuro”. En la sesión del 17 de junio de 1943, la Comisión del PDV terminó negando la petición. ¿Qué pasaría con estos miedos sociales un año después?


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!