Armando Rojas Guardia considera que Leonardo Padrón es “uno de los grandes metaforizadores de la lírica venezolana”, al igual que Juan Sánchez Peláez, Ida Gramcko y Vicente Gerbasi. “Su obra poética ostenta el don de depararnos encadenamientos analógicos tan originales como sorprendentes”, afirma en el prólogo de Contracanto. Poesía reunida (1979-2011), el más reciente libro del autor de Los imposibles.

Ante esas palabras, Padrón responde: “Me integra a un club muy prestigioso, con poetas de los que he abrevado permanentemente, especialmente Sánchez Peláez. Fue una revelación descubrir su poesía. Rojas Guardia fue uno de los que me acercó a ella, como también lo hizo en su momento Luis Alberto Crespo. Luego tuve una relación muy cercana con Sánchez Peláez, con quien me vinculaba esa devoción por el poder de la imagen, esa capacidad de sugestión de la metáfora, herramienta indiscutible para acercarse al misterio que es la vida”, indica el poeta sobre el libro, editado por Seix Barral, que será presentado hoy en la Sala Experimental del Centro Cultural Chacao.

—Rojas Guardia cuenta precisamente la anécdota del día que le leyó un poema de Sánchez Peláez y asegura que fue un hecho determinante en usted.

—En los ochenta Armando Rojas Guardia y yo éramos muy cercanos. Conversábamos mucho de literatura y un día me lee un poema que creo que es “Como es la sentencia”. Empieza a hablar del universo metafórico del autor, ese lujo expresivo. Sin duda, sentí una suerte de epifanía. Hay algo esencial en un escritor que es descubrir tu familia, esos autores con los que sientes conexión, de los que quieres beber. Ese fue el detonante. Conocerlo fue uno de los eventos humanos que más atesoro. Era un poeta químicamente puro. Creo que solo he conocido a dos así. Además de él, Antonio Gamoneda, del que también soy devoto. Dediqué también mi trabajo de grado en la UCAB a la poesía de Juan Sánchez.

—¿Considera que su obra poética ha sido solapada por su oficio como escritor de telenovelas o entrevistador?

—Sin duda. Lo mediático siempre es más estridente. Ese oropel arroja sombras sobre lo que es mi oficio esencial. Tampoco me quejo. Sabía que por naturaleza lógica sería así. Mucha gente no sabe que escribo poesía o acaba de descubrirlo. En televisión me llamaban poeta, pero yo estaba absolutamente convencido de que no habían leído ni una sola página de mis poemarios, lo que me causaba mucha risa.

—¿Se siente en la poesía más libre que en su oficio en la televisión?

—Una de las bondades de la poesía es que no tienes el mandato del éxito, como lo debe tener el escritor de televisión. Si este no lo tiene, es expulsado de la comarca, de la industria. En ese caso el éxito es un mandato, para el poeta no. Tiene una relación menos traumática con el poema. Lo que más importa es la relación con el poema, esa experiencia intransferible con la página en blanco.

—¿Y aquellos que lo saben no se han predispuesto por su carrera en la televisión?

—La predisposición prevalece en el ámbito literario. No es un secreto, pero la literatura es un territorio en el que anidan muchos prejuicios. Uno de ellos es que para prevalecer en la cofradía tienes que preservar cierta “pureza” en el oficio. Hay algunos de esos puristas que se incomodan y que les enoja que yo pueda tener un exceso de notoriedad por ese oficio que ejerzo. ¡Ojo!, todo lo que hago tiene el denominador común de la palabra. Incluso, en el rol como entrevistador mi aproximación a los personajes no es como periodista, que no lo soy, sino como escritor.

—Acaba de reiterar que no es periodista, pero en Boulevard se nota cierta crónica silente. Rojas Guardia dice en el prólogo que resulta transgenérico.

—Me sorprendí gratamente cuando leí ese fragmento del prólogo. Ahora está muy de moda lo transgenérico. Cuando escribí Boulevard no lo hice con esa conciencia. Quise hacer un libro sin ataduras de género, sin formalismos. Solo replicar la experiencia ciudadana de atravesar un boulevard. La única manera de contar eso era con libertad plena expresiva.

—Es obvia la presencia de Caracas en su obra poética. ¿Cómo ha cambiado esa imagen de la ciudad desde aquellos años en que surgieron esas líneas hasta el momento de releerlas para esta publicación?

—Hay dos de mis libros en los que concentro mi mirada en la urbe como categoría estética. El primero es Tatuaje(2000), en el que intenté caminar la ciudad por su lado más luminoso. Me di cuenta luego de que hacía falta lo lúgubre, el sótano, y escribí Boulevard (2002). Cuando releo eso, anclado en esta Caracas del siglo XXI en el que la muerte y la sordidez son reinas, me doy cuenta de la forma en la que se ha ido degradando el espacio urbano. Si uno apela a la metáfora fácil de que toda gran ciudad es una selva de cemento, creo que esto tiene categoría de infierno. Acá la vida es un milagro cotidiano. La gramática de la muerte se ha posicionado en todos los espacios, con su correlato que es la violencia. Aunque la belleza, como formulación estética de la ciudad, no se ha desalojado del todo; cada vez es más difícil que la poesía no se tambalee, a propósito de la ruindad, de la que también se puede hacer poesía.

—Hoy es la presentación del libro. Quien lea esta entrevista en este contexto de país se puede preguntar: ¿Con qué se come eso de la poesía?

—Estos tiempos son tan escandalosos que pareciera que lo éticamente correcto es clausurar el resto de los episodios de la vida. Si partiéramos de esa premisa, uno se preguntaría si es correcto hacer el amor mientras hay gente comiendo de la basura, o ver una película mientras hay personas que son asesinadas o mientras a un diputado le rompen la cabeza con un palo. En tiempos de oscuridad es pertinente que la cultura edifique su correlato, que se sigan escribiendo canciones, estrenando obras de teatro o editando libros. El arte es uno de los más poderosos nichos de resistencia. Sin ánimos de comparación, tiene mucha más trascendencia el Guernica que Franco. Las pesadillas terminan. El arte es una forma que tienen los ciudadanos de acercarse a la normalidad. Sórdido sería cederle el espacio al apocalipsis.

—¿Su libro favorito?

—Me gusta mucho Boulevard, por ese carácter experimental. Es una pregunta muy difícil. Uno muda el ánimo con los años, siempre se está más apegado al libro más reciente, en el que se depositan las últimas vigilias y se acerca más a la voz actual.

—¿Qué ha pasado desde Métodos de la lluvia? ¿No ha escrito más nada desde 2011?

—Tengo algunos poemas inéditos por ahí, dispersos, sin la vocación de ser un libro. Tampoco me apuro en que nazca, ya pasará. La poesía no acepta los dictados del rating ni las urgencias del tiempo.

—¿Qué añora del grupo poético Guaire al que perteneció en los años ochenta?

—Quizá el ritual de compartir los poemas, de reunirse semanalmente para leernos. Ahora somos lobos solitarios porque la ciudad te lleva a eso. Extraño la presentación que hubo en Filcar, hace unas semanas en Margarita, donde el presentador fue Luis Pérez Oramas. Mañana será Armando Rojas Guardia, que era de Tráfico.

Contracanto. Poesía reunida (1979-2011)

Sala Experimental. Centro Cultural Chacao

Hoy, 6:00 pm


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!