Como en el país, los contrastes en el ecosistema donde está ubicada la Biblioteca Nacional son demasiado evidentes.

Mientras la entrada del Panteón Nacional está pulcra, resguardada por militares, mientras hay personas paseando a sus perros o haciendo ejercicio en la plaza, la entrada principal de la Biblioteca Nacional, un pasillo decorado con imágenes de la revolución, hiede a orine y abunda la basura.

La Biblioteca Nacional fue creada en 1833, pero su modernización, su sistema para garantizar la conservación y difusión de la memoria del país, se logró a partir de los años 70 cuando Virginia Betancourt, fundadora del Banco del Libro, asumió la dirección por petición del presidente Carlos Andrés Pérez.

Como lo cuenta la propia Betancourt en El Sistema Nacional de Bibliotecas e Información de Venezuela (Sinasbi): 1974-1998. Una experiencia latinoamericana exitosa en la formación de ciudadanía, publicado por la UCAB, luego de que ella ejerce la dirección de la institución, Venezuela se convirtió en el primer país en adoptar el marco conceptual del National Information Services (Natis), aprobado por la XVIII Asamblea General de la Unesco, mediante la designación de una Comisión Nacional para el establecimiento de un sistema nacional de información de carácter interinstitucional, que fue responsable de sentar las bases del Sinasbi.

Luego, en 1977, el Congreso Nacional aprobó, con apoyo de todos los partidos, la Ley del Instituto Autónomo Biblioteca Nacional y de Servicios de Bibliotecas, que, cuenta Betancourt, se sustentaba en los principios del Natis y en el diagnóstico de la Comisión.

Gracias a estos y otros logros, la Biblioteca Nacional se convirtió en referencia para la región en materia de difusión de la lectura y el resguardo de la memoria.

Un dato que da cuenta de esto es que, señala Betancourt en la publicación, Venezuela cuenta con el único edificio inteligente de una biblioteca nacional en Iberoamérica, lugar que, además, a partir de 1989 se convirtió en centro de importantes eventos culturales como la exposición Francisco de Miranda en la Revolución Francesa, inaugurada por el entonces presidente de Francia, François Mitterrand, o la muestra Bicentenario de José Antonio Páez, 200 años de controversia, organizada por una comisión a cargo del entonces presidente Luis Herrera Campins.

Ahora este edificio inteligente luce abandonado, a pesar de los esfuerzos que todavía hacen los pocos empleados que diligentemente atienden al público.

La Biblioteca Nacional está abierta solo en las semanas flexibles por citas que se solicitan a través del correo electrónico [email protected]. El servicio, en principio, es eficiente y toma en consideración todas las medidas de seguridad en medio de la pandemia. Exigen al usuario asistir con tapabocas, sugieren revisar el sistema en línea a ver si los títulos requeridos están en red y advierten que la entrada es solo por el estacionamiento.

Al llegar el vigilante deja pasar a los usuarios tras preguntar si vienen por cita, pero no revisan nada que lo constate. Tampoco hay una persona que guíe a los usuarios desde los laberínticos pasillos de los sótanos hasta las salas de lectura, por lo que si alguien asiste sin conocer el edificio es muy probable que se pierda. Por suerte hay visitantes solidarios que están dispuestos a mostrar el camino.

Al igual que en la entrada principal de la Biblioteca, en los pasillos queda en evidencia el poco personal que queda en la institución. La mayoría de las oficinas están vacías y si no fuera por los pasos de los visitantes o de uno que otro trabajador el único sonido que se escucharía sería el de las motos que transitan por la zona.

Ya en el área principal, donde están las entradas a la Colección Hemerográfica, el Catálogo Automatizado y la Colección Bibliográfica General, aparecen algunos empleados, la mayoría de la hemeroteca, donde, escuchando salsa o rock, están en jornada de limpieza. Siempre hay un “en qué puedo ayudarle” o “qué necesita”, no solo por garantizar la atención, sino para tantear si hay alguien con intención de robar archivos, pues hay muy pocas personas dedicadas a la vigilancia.

Para celebrar los 200 años de la Batalla de Carabobo, entre la Colección Hemerográfica y la Colección Bibliográfica General está disponible una exposición que recorre la Independencia desde el 19 de abril de 1810 hasta el 24 de junio de 1821. Aunque es difícil apreciarla en medio de la oscuridad. Hay muchos bombillos quemados.

Los empleados ni siquiera cuentan con las fichas en las que se anotaban los textos a consultar. Ahora tienen pilitas de papeles recortados en los que le señalan al usuario dónde deben poner sus nombres, el título del libro, el autor y la fecha.

Para sentarse a leer en la sala de textos contemporáneos hay que estar atento y ubicarse en una mesa con una lámpara que funcione. Se lee entre la soledad y los ecos de una sala enorme, entre los dos o tres trabajadores que van de un lado a otro y entre los tres usuarios que hacen consultas.

Los libros sufren como el edificio. Aunque todavía pueden leerse, el paso del tiempo, el uso y la falta de aire acondicionado los ha deteriorado. De hecho, el trabajador que los entrega debe advertir al investigador que lea con cuidado los que están en “fase terminal”.

Una cifra llama la atención: para 1996, de acuerdo con el libro de Betancourt, la Biblioteca Nacional tenía un registro de cerca de 4 millones de volúmenes bibliográficos y audiovisuales, pero una noticia publicada por VTV el 13 de julio señala que son más de 3 millones de volúmenes. Según Wikipedia son cerca de 3 millones.

Un empleado que prefirió resguardar su nombre recuerda que la Biblioteca Nacional fue una institución visitada por extranjeros para aprender de conservación, en la que se formaron y trabajaron profesionales como historiadores, abogados o letrados, una institución enorme que conecta con las bibliotecas de otros estados.

Pero, lamenta, todo ha ido desapareciendo. Un pago de sueldo mínimo, o el doble si eres profesional, más los bonos depositados por medio del sistema Patria, ha provocado una fuga de personal desde antes de la pandemia. No sabe con exactitud cuántos se han ido, pero reconoce que la cantidad de renuncias es significativa.

“Quedan pocos empleados, y además qué se le puede ofrecer a la generación de relevo, a los nuevos bibliotecólogos, a quienes hay que enseñarles, porque hay personas que tienen años aquí y se están jubilando. Además el aire acondicionado no está funcionando, y eso es imprescindible para conservar los libros, también para la comodidad del trabajador. La labor de una Biblioteca Nacional es esencial porque es donde se conserva la memoria de un país, por eso la importancia del resguardo”.

En su libro, Virginia Betancourt recuerda que, según el ideólogo inglés Maurice Line, a quien define como “el más descollante de los profesionales de la bibliotecología del siglo XX”, una Biblioteca Nacional tiene tres funciones básicas: colección y conservación de las publicaciones de la nación, creación y acceso a los registros de sus publicaciones, y acceso a fuentes de búsqueda (diccionarios, bibliografías, índices). Aunque se mantiene el acceso a las publicaciones de la Biblioteca Nacional, la conservación de la memoria, bajo una administración opaca, está en peligro.


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