Carmen
Sin título (Rojo y Blanco), 1966. Acrílico sobre lienzo. 62.5 x 62.5 cm | Cortesía de la Colección Ella Fontanals-Cisneros

Mi amiga Carmen Herrera nació en La Habana, el 30 de mayo de 1915. Hoy cumple 106 años de vida. La hija de una periodista y luchadora por los derechos de la mujer y el editor de una publicación periodística, que desde pequeña tomó lecciones de pintura, e incluso pasó 2 años siendo una adolescente en una escuela privada para señoritas en París. Más adelante comenzó sus estudios de Arquitectura, que no culminó, pero que marcaron su sensibilidad definitoriamente. Se casó con un escolar americano, mayor que ella, que fue su compañero de vida y cómplice siempre. En 1939, mientras la Segunda Guerra Mundial transcurría en Europa, se casaron y se establecieron en New York. Entre 1943 y 1947 estudió en la Art Students League. Al año siguiente se mudaron a París, donde vivieron hasta 1953. París era entonces el lugar de convergencia de artistas latinoamericanos, estadounidenses y de todas partes del mundo. Todo tipo de influencias artísticas compitiendo, dialogando al mismo tiempo, surrealistas, abstractos, neocubistas, expresionistas… Pero a Carmen le interesó el depurado estilo de la Escuela Bauhaus alemana, de los suprematistas rusos, del pintor y teórico Josef Albers, del naciente movimiento conocido como hard-edge… Este tipo de influencias que conoció allí en París, de corte geométrico, que renunciaban a la representación del mundo, de los objetos, de la figura humana y de la naturaleza, y apelaban más bien a la búsqueda de una pureza visual, fueron los que absorbió Carmen para la conformación de su propio lenguaje. La entonces joven artista estableció paradigmas estéticos para su obra que mantendría hasta el día de hoy, la filosofía que rige su vida y su obra es: «Ante el caos que rige en el mundo, yo he querido poner un poco de orden».

Desde los años 1950, cuando se hacían algunas de las aportaciones más significativas al arte geométrico y óptico en el mundo, Carmen ya trabajaba incansablemente, haciendo una carrera brillante y valiente en un mundo dominado por hombres. Y ese aspecto principalmente obró en contra de un temprano reconocimiento de los valores de su obra. Su carrera continuó así, al margen de la fama y la opulencia del mercado. Apoyada por su marido mientras vivió, Carmen nunca se detuvo. Hoy Carmen es una leyenda viva, una historia que se cuenta a partir de simples líneas y contrastes marcados de uno, dos o a lo sumo tres colores sobre un lienzo. Así se identifica visualmente su obra, indiferente al tiempo, a la geografía o a las mezquindades del mundo al que pertenecen. En la simplicidad encuentra al genio.

Cuando conocí a Carmen, hace casi veinte años, ¡fue una sorpresa mayúscula! Me habían hablado de una artista geométrica cubana, cuyo estilo depurado y elegante tenía muchos puntos de contacto con las obras geométricas de mi colección. La atemporalidad de sus obras me hizo cometer el error de pensar que era una joven artista debutante, ¡cuando ya Carmen se acercaba a los 90 años! La conexión que hice con su obra fue instantánea, y aposté por ella de inmediato. En el año 2005 organizamos, a través de nuestra Fundación CIFO, y el entonces Miami Art Central, una exhibición retrospectiva de Carmen Herrera en Miami. Adquirí para la colección varias piezas suyas de los años 1950 y 1960, entre los que se encuentra la pieza aquí ilustrada.

Poco tiempo después, muchos museos, la crítica y los coleccionistas comenzaron a entender el valor artístico e histórico que tiene la obra de Carmen, y contribuyeron a posicionarla correctamente. Aunque todo eso me alegra mucho, porque Carmen y su obra lo merecen con creces, el solo apreciar sus obras ya había sido suficiente, y no necesitaba de críticos o curadores para sentirme totalmente extasiada y emocionada ante sus obras, que con muy poco lo dicen todo.

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