Sheroanawe
La exposición permanecerá abierta hasta la primera semana de junio | Cortesía Galería Kunsthalle Lissabon

Cuando en 2009 Luis Silva decidió abrir la galería Kunsthalle Lissabon en Lisboa, se planteó una institución artística de dimensiones pequeñas con un programa de exposiciones internacionales que le permitiera mostrar en su ciudad el trabajo de artistas desconocidos o con menos cabida en Europa. Desde entonces, la mayoría de las muestras han sido individuales con proyectos artísticos inéditos para el público portugués. Allí, desde hace un mes, el venezolano Sheroanawe Hakihiiwë, en su primera individual fuera del país, comparte con el espectador la línea que ha marcado su trabajo: el rescate de la memoria oral del pueblo yanomani, su cosmogonía y tradiciones ancestrales.

Después de la artista Sol Calero, Hakihiiwë, de 50 años de edad y llamado simplemente Shero por sus allegados y amigos, es el segundo venezolano que expone en la galería que también ha exhibido el trabajo de mexicanos, argentinos, brasileños, dominicanos y costarricenses. «Trabajé durante tres años en Ciudad de México, en la feria de arte contemporáneo, y de allí nació mi interés por la escena artística de la región, que es demasiado rica», dice Silva.

Conoció el trabajo de Sheroanawe Hakihiiwë en la Feria Arco de Madrid hace dos años. En esa ocasión el artista también participaba en una colectiva en el CentroCentro, espacio del Ayuntamiento de Madrid dedicado al arte contemporáneo. Desde entonces Silva estableció un intercambio con Abra, galería venezolana a cargo de Luis Romero y Melina Fernández, que representa al artista nacido en el Alto Orinoco. «Nos gustó mucho su trabajo e invitamos a Abra a participar con un proyecto en la Feria Artissima de Turín, donde Shero ganó el premio Refresh Irinox. Fue en 2019 y desde entonces tuvimos la inquietud de traerlo a Lisboa. Finalmente, lo logramos».

El conjunto de 10 obras que se exhiben bajo el nombre de Urihitheri («el lugar de la selva» en lengua yanomami) está compuesto por 3 pinturas de gran formato sobre tela, concebidas para la muestra, además de composiciones visuales sobre papel artesanal hecho a partir de fibras naturales, que son parte de la línea de trabajo con la que más se ha identificado al artista. A través de delicadas líneas, Hakihiiwë dibuja la fauna y la vegetación propias del entorno de su comunidad en el Alto Orinoco. Utiliza una paleta reducida de colores, lo más cercana a la que emplea su pueblo para decorar los utensilios que forman parte de su cotidianidad o, también, para engalanar sus cuerpos con fines rituales o casuales.

La obra de Sheroanawë Hakihiiwë se expone en importantes museos del mundo y forma parte de destacadas colecciones | Foto Luis Romero

«Lo que me interesa de la obra de Sheroanawe, en realidad de todos los artistas, es la capacidad de producir un discurso sobre su contexto, sobre el mundo en el que vive. Me parece interesantísimo que su obra parta del Alto Orinoco y que reflexione sobre temas que acá también pensamos: la memoria y cómo evitar que nuestra historia desaparezca. Un trabajo que es entendido por todos, que establece una relación entre lo que él hace en Venezuela y lo que se hace al otro lado del mundo», agrega Silva.

La selección de las obras se realizó entre Abra y Kunsthalle Lissabon. Hakihiiwë, que vive desconectado en el Alto Orinoco, viaja cuando puede a Caracas para trabajar con la galería. «Veíamos lo que estaba haciendo a través de fotografías. Eran los meses en los que comenzaba el confinamiento y lo primero que nos mostraron fueron las pinturas sobre tela. ¡Eso era lo que queríamos exponer! Las trajimos desde Caracas. Los diseños sobre papel ya estaban en Europa, donde se habían exhibido». La idea era que el artista estuviese presente en la inauguración de la exposición, pero no fue posible debido a la pandemia.

«Estoy seguro de que a partir de esta surgirán otras exposiciones. Esta es la primera individual de Sheroanawe fuera del país, un paso muy importante; sin embargo, es justo decir que ya desde antes de 2019 hemos estado coordinando otros proyectos suyos para este año», señala Luis Romero.

Este mes la obra del artista se presentará en la colectiva Amazonia, del Centro de arte Andaluz de Sevilla; la colectiva Kunsthalle Wien en Austria y la Kathmandu Triennale 2077 de Nepal. En septiembre tendrá otra individual en Ana Mas Project en Barcelona, España. Y en octubre estará en la colectiva del Denver Art Museum. Para 2022 está prevista su participación en la Bienal de Sydney.

Reivindicar un hábitat

Luis Romero, promotor cultural y curador, conoció a Sheroanawe Hakihiiwë en 2004, cuando dirigía un programa de residencias de la Fundación La Llama, en Caracas. Una de las participantes invitada era la mexicana Laura Anderson Barbata, quien propuso hacer con el creador yanomami una investigación en el Jardín Botánico de Caracas sobre fibras naturales que ambos estaban adelantando en el Alto Orinoco.

«Para ese momento Sheroanawe había aprendido a hacer papeles artesanales con Laura. Era ya maestro en este oficio. Comenzó a transcribir en ellos parte del legado simbólico ancestral de su pueblo. Llamaron al proyecto Yanomami Owemamotima (El arte yanomami de hacer papel). Esta iniciativa tuvo como objetivo la producción de papel artesanal y de libros con fibras y materiales propios de la región a fin de compilar y preservar las tradiciones orales de la cultura yanomami. Desde ese momento he trabajado con él, primero a través de Oficina #1, el proyecto de espacio expositivo que dirigí entre mayo de  2005 y enero de 2016. Desde entonces hasta hoy, trabajo con su obra desde la galería Abra», cuenta el también artista plástico.

En Oficina#1 organizó las primeras individuales de Sheroanawe: Onithe pe Komi (2010) y Porerimou (2012). En 2007 el Museo de la Estampa y del Diseño Carlos Cruz Diez expuso un conjunto de sus trabajos con el título Puhi Toprao y ese mismo año se organizó una exposición individual en Abra con el mismo nombre. Su obra está registrada, además, en las colecciones del Museo de Arte de Lima, el British Museum de Londres, la Colección Conaculta de México, la Colección Kadist en San Francisco, Estados Unidos; la Colección Mercantil, en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, el Columbia College of Art en Chicago y la Colección Patricia Phelps de Cisneros en Nueva York.

El conjunto de 10 obras se exhiben bajo el nombre de Urihitheri (“el lugar de la selva” en lengua yanomami) | Foto Bruno Lopes

Romero destaca que desde que comenzó a trabajar con Sheroanawe tuvo la certeza de que en él había una honestidad y belleza muy difíciles de encontrar. «Cuando en 2010 vino a Caracas con un pequeño conjunto de trabajos hechos en papeles de fibras naturales y que quería vender sueltos, le propuse compilarlos y hacer su primera individual. Por suerte aceptó. No fue fácil al principio, tanto porque sabía que no habría una recepción amable por parte del mercado sino también porque inicialmente hubo cuestionamientos con relación a la contemporaneidad de su obra; no estaba en mi interés darle un carácter de exótico a su trabajo, sino tratarlo como lo hemos venido haciendo con otras obras de arte contemporáneo. Sin embargo, debo decir que esa primera exposición fue un éxito y pasado el tiempo, gracias a su trabajo constante y el que hemos hecho desde la galería promocionando su obra, ha obtenido reconocimiento, principalmente en el exterior. En Venezuela es cuestión de tiempo, de que se abran las oportunidades, para que su trabajo tenga el lugar que le corresponde en la historia reciente del arte en el país».

Sheroanawe Hakihiiwë vive en un lugar remoto, sin teléfono, sin Internet, sin más vía de comunicación que el Orinoco. Es padre de familia, tiene esposa y dos hijos. La comunidad donde habita tiene una población de aproximadamente 230 personas y está compuesta mayormente por sus hermanos, tíos y familiares cercanos. Está asentada a orillas del río, en un antiguo lugar llamado por ellos Mahekoto y donde se fundó una misión salesiana con una escuela y un dispensario actualmente abandonados. A ese lugar llegó el padre de Sheroanawe desde Sheroana, un pequeño shapono (cabaña) donde nació el artista en 1971 y de donde toma su nombre. «Aprendió a leer y a escribir en la escuela de la misión, pero de igual modo aprendió todo lo necesario para poder vivir en la selva: cazar, pescar, sembrar, reconocer las huellas y los rastros que dejan los animales, diferenciar las plantas y saber para qué sirven. Sheroanawe y su familia les están impartiendo todo este conocimiento a sus dos hijos. Muchas de las cosas que se hacen allí son comunitarias, por lo que gran parte de lo que Sheroanawe cosecha con su arte lo comparte con la comunidad», cuenta Romero.

En su casa –continúa– no tiene mesa ni sillas, trabaja en pequeños cuadernos donde hace bocetos a lápiz que luego, cuando viaja a Caracas, desarrolla sobre papeles o telas. «El cambio más obvio en su obra en los últimos años quizás ha sido el del formato; luego los temas y su aproximación a ellos. En un inicio su obra era la transcripción de símbolos de uso frecuente en la cultura yanomami, y con el tiempo se ha desplazado de una abstracción relativa hasta una figuración muy personal del entorno. Recientemente ha incorporado nuevos colores a sus obras y también ha realizado murales. Además, está trabajando en un proyecto de animación. Su relación con el mundo sensible de las formas le viene de su madre, quien en la comunidad se dedicaba –como todas las mujeres– a pintar los cuerpos para las fiestas y a elaborar las cestas para uso diario».

Mural Camino de termitas. Exposición Puhi Toprao en la galería Abra. Caracas, 2017 | Foto María Teresa Hamon

En la actualidad, el pueblo yanomami está integrado por 35.000 personas. Considerado uno de los grupos étnicos de menor estatura promedio en el mundo, habitan un inmenso territorio entre la Amazonia de Venezuela y del Brasil amenazado hoy por la minería, enfermedades, deforestación, envenenamiento de aguas y el poder. Desde sus comienzos como artista Sheroanawe Hakihiiwë ha trabajado por rescatar la memoria y las tradiciones de los suyos, una cultura basada en la tradición oral. «El valor inmenso que tiene su trabajo desde su propia voz, y en su manera particular de ver las cosas, es indudable. Ya no es el antropólogo, el misionero o el político el que cuenta o traduce su experiencia, sino él mismo; es un espacio y un derecho que se ha ganado Sheroanawe para decir que él también puede contar sus historias, hablar sobre un minúsculo insecto o un enorme árbol. Es precisamente darle visibilidad a su cultura. Es reconocer y reivindicar un hábitat que es su hogar y el de su gente, donde el equilibrio está pendiendo de un hilo y que es muy poco lo que pueden hacer ellos para que no se rompa. Cada dibujo o cada pintura debe verse no solo como el trabajo de un artista, sino como una voz que debe ser oída más allá de los confines de Alto Orinoco», finaliza Romero.


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