Clark Gable

Hay películas clásicas, hay cine clásico, hay intérpretes clásicos. Y también hay textos con destino de clásicos. Y si hoy nos disponemos a recordar a Clark Gable a sesenta años de su muerte no deberíamos soslayar este párrafo publicado en La Nación en 2001 y firmado por Fernando López: «Era la encarnación misma de la hombría. Una virilidad sin atropellos machistas ni alardes de rudeza o de ferocidad, tan natural en él como la sonrisa, el mechón lacio y desflecado sobre la frente o las grandes orejas que según Howard Hughes lo hacían parecer un taxi con las dos puertas abiertas. Cada uno a su turno, los poderosos Irving Thalberg, Jack Warner y Darryl Zanuck hallaron esas prominencias incompatibles con la imagen de un galán. Quizá demasiado habituados a los clásicos carilindos, románticos y un poco frágiles, pasaron por alto la masculinidad visceral de Clark Gable, su poderoso carisma, ese encanto insolente que encendería los corazones femeninos durante treinta años».

Así como sucedía con la descripción que hizo James Agee sobre Lauren Bacall en la década del cuarenta del siglo XX a propósito de Tener y no tener, el conciso retrato de López sobre Gable en ocasión del centenario de su nacimiento tiene destino de clásico, de esos textos que perduran, a los que uno vuelve, en los que el paso del tiempo obra incluso a su favor, porque pone de relieve formas de escribir y formas de relacionar los mitos del cine con los mitos del mundo, esa conexión que -antes de este nuevo siglo de crasa literalidad- nos seducía, nos fascinaba, nos dejaba encantados con las estrellas porque, claro, existían las estrellas.

Clark Gable fue una estrella, de esas con un carisma que resplandece: un señor que podía sonreír con luminosidad y también con claroscuros, alguien que podía convertir buenos diálogos en diálogos inolvidables, perdurables, con una sonoridad y una gracia dignas de ser disfrutadas una y otra vez aunque la escucha dure apenas unos segundos. Gable no era simplemente alguien famoso: ser estrella de cine es otra cosa. La estrella suele hacer bien sus personajes, pero no se deja absorber del todo por ellos. Tal vez pueda verse esto como una derrota parcial del personaje, que cede algo de su «absoluto» para ser tocado, impregnado por la magia de la estrella. Ese camino lo enseñó el cine clásico, y hoy muchas grandes producciones lo olvidaron debajo de trajes, efectos y estrategias de venta. Estrella es la que no podemos dejar de mirar porque, literalmente, brilla. Así era Clark Gable.

Hoy, en un mundo en el que las estrellas y el cine y los cines sienten el peligro de la extinción, recordar a Clark Gable se impone como una necesidad. Estas son apenas algunas películas para encontrar con facilidad protagonizadas por este actor milagroso, que se hizo de abajo y fue considerado el rey de Hollywood, que vivió amores -el mayor de ellos, trágico- y murió -joven y apuesto a los 59- antes de que naciera su único hijo.

Lo que el viento se llevó

Dirigida por Victor Fleming, 1939. Aunque hasta ganó el Oscar como Mejor Director, indicar que esta película fue dirigida por Fleming es un poco absurdo para cualquiera que conozca un poco la historia de las decisiones del productor David O. Selznick antes, durante y después del rodaje. De todos modos, Selznick merecería una estatua exclusivamente por haber peleado por mantener el diálogo final de Rhett Butler (Gable): «Frankly, my dear, I don’t give a damn» mientras se iba de la película y de la vida de Scarlett O’Hara, interpretada por Vivien Leigh con mucho más esfuerzo actoral notorio que el que ponía en juego Gable. Verlos hoy a ambos permite comparar una actuación clásica, relajada, gloriosa versus una actuación intensa, enorme tal vez, también gloriosa pero casi en términos de telenovela. Ella ganó el Oscar, él no. Disponible en Google Play y Apple TV.

Lo que sucedió aquella noche

Dirigida por Frank Capra, 1934. La primera película -y luego solamente hubo dos más en toda la historia- en ganar los cinco premios Oscar principales: Mejor Película, Mejor Director, Mejor Actriz, Mejor Actor y Mejor Guion. Ganó con ella Gable su único Oscar, en uno de los escasos ejemplos de justicia de este premio. Lo que sucedió aquella noche era -y es, porque es para siempre- nada menos que una comedia romántica, de chica y chico disparejos en crianza, clase social y visión del mundo, pero que se enamoraban. Y ese enamoramiento se despliega mediante el relato cinematográfico, que sabe contar el contexto de la crisis post crack del 29 con una eficacia notable, cargada tanto de optimismo como alejada de la hipocresía bienpensante. Vean a Capra, a Gable y a Claudette Colbert y admiren el poder del relato cinematográfico en sus tiempos de esplendor.

Y dado que Gable es -lamentablemente- de otros tiempos, hagamos lo que se estilaba en otra época en los cines, cuando había programas dobles (y hasta triples) y presentemos un combo de agua, un combo de mar: Clark Gable en los mares del siglo XVIII y rebelándose contra Charles Laughton en Motín a bordo (Mutiny on the Bounty, Frank Lloyd, 1935) y Clark Gable en la Segunda Guerra Mundial en Colosos del mar (Run Silent, Run Deep, dirigida por Robert Wise, 1958) como capitán de submarino, con Burt Lancaster como subordinado. Y este doble programa del mar, además, se relaciona por los roles y las acciones -un poco en espejo- de los personajes de Gable.

Los inadaptados

Dirigida por John Huston, 1961. Dos días después del fin del rodaje de Los inadaptados murió Gable, así que esta película, que se encabalga en el zeitgeist del pase de década de los cincuenta a los sesenta, nos ofrece su última actuación, una inolvidable junto a Marylin Monroe, Montgomery Clift, Thelma Ritter y Eli Walach. Gable dirigido por John Huston multiplicaba su potencia, claro, como también lo había hecho con John Ford en Mogambo.

La bahía de los ensueños

Dirigida por Melville Shavelson, 1960. Junto a Sophia Loren, en una comedia romántica extrañamente soslayada incluso por los más aficionados al género, una con especial encanto: historia de amor con protagonistas con mucha química, con un niño que busca padres (típico de la filmografía del director) y con situaciones que hoy harían rabiar a los guardianes de la corrección política. Gable también tenía química con el niño y notoriamente con Vittorio de Sica en modo actor expansivo, pleno de gracia y desenfado.


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