Jennifer Beals
Foto Archivo

Si cerramos los ojos, todavía podemos verla: su rostro angelical, su cuerpo esbelto y sus rulos ochentosos entrenando a destajo para entrar en la prestigiosa Escuela de Arte de la ciudad de Pittsburgh. Sin dudas, en esa época todas las adolescentes querían ser Alex Owens, una jovencita que mientras de día trabajaba en una metalúrgica, de noche daba rienda suelta a su gran pasión: el baile.

A 37 años del estreno de Flashdance, uno de filmes más icónicos de la década de los 80 que puso a bailar a toda una generación al ritmo de «What a Feeling», su protagonista Jennifer Beals sigue saltando de proyecto en proyecto, aunque sin reeditar el éxito de ese inolvidable clásico que la convirtió en una verdadera sex symbol.

A pesar de que el filme de Adrian Lyne arrasó con las taquillas y le auguró a Beals un futuro sumamente prometedor en Hollywood, una inesperada decisión de esa adolescente de 19 años de edad sorprendió al mundo artístico: abandonar su carrera actoral para estudiar Literatura Americana en la Universidad de Yale. «Es gracioso porque todos piensan que es algo muy particular, pero a mí me parece bastante normal. Mi idea era continuar mi educación. No pensé darle la espalda a mis estudios. La forma en que yo pensaba era: ‘Me encanta la universidad, me encanta aprender, me encanta la experiencia de estar en un aula y eso es lo que decidí hacer», comentó la actriz que fue sorprendida por la fama cuando egresaba de la escuela secundaria.

«Filmé Flashdance cuando ya me habían aceptado en Yale; continuar mi educación en la universidad parecía el siguiente paso lógico. Ni siquiera dudé un segundo. Por el contrario, estaba emocionada porque quería volver a estudiar», agregó justificando una vez más su decisión.

Fue así como la actriz se alejó de los sets para dar prioridad a su formación universitaria. Y si bien una vez graduada volvió a pararse delante de una cámara, muchas de sus apariciones pasaron inadvertidas, haciendo que su recuerdo solo quede ligado a la emblemática película de baile.

Flashback

Oriunda de Chicago e hija de padre afroamericano y madre blanca, Beals debutó en el cine en 1980, cuando hizo una breve aparición junto con Adam Baldwin y Matt Dillon en la comedia juvenil Ojo con mi guardaespaldas. Si bien ya venía trabajando como modelo y actuando en algunos teatros locales, su gran oportunidad llegó cuando se presentó al casting de Flashdance y fue elegida -en lugar de Demi Moore- para dar vida a Alex Owens, joven aspirante a bailarina profesional que, para poder pagar sus clases, trabajaba de día como soldadora en una fábrica y por las noches bailaba en un club.

Reconocido por la crítica y por el público -llegó a recaudar casi 93 millones de dólares en todo el mundo-, el filme se alzó en 1983 con un Oscar a Mejor Música Original, dos Globo de Oro (uno a Mejor Música para Cine y el otro a la Mejor Canción Original), un BAFTA a Mejor Montaje, y un Grammy a Mejor Álbum Original para Película o Televisión. Su éxito fue tal que hasta la cantante Jennifer Lopez, en 2002, homenajeó a Flashdance en un videoclip, recreando la inolvidable escena de baile final. Es que la vida de esta chica que sueña con llegar a ser una bailarina profesional emocionó a todos. Por no hablar de su romance con su jefe Nick Hurley (interpretado por el actor Michael Nouri), quien una noche la ve danzar en el night club en el que trabaja y se enamora de ella.

Si bien no tenía una gran destreza en danza, Jennifer sabía bailar bien y ensayó mucho para el papel, lo necesario para quedarse con el protagónico. De hecho, después del estreno se supo que Beals contaba con varios dobles (uno de ellos, la actriz y bailarina francesa Marine Jahan) para las escenas que requerían movimientos atléticos más virtuosos. Esa revelación, en su momento, generó polémica y afectó su incipiente carrera.

«No había una persona para los dobles, había cuatro. Si yo no podía hacer algo, entonces entraba alguien más para hacerlo. Y si esa persona no podía, entonces venía otro gimnasta», relató Beals sin intenciones de ocultar esa información. Incluso llego a mencionar que también había un doble masculino entre los atletas. «Hubo hasta un chico de 16 años que hizo los saltos, giros y piruetas más complicadas. Hasta se tuvo que afeitar hasta las piernas», agregó.

Abrumada por las críticas, esta muchachita que nunca había perseguido la fama y que parecía destinada a convertirse en la nueva megaestrella de Hollywood, decidió alejarse un tiempo de la industria y abocarse de lleno a sus estudios universitarios en Yale, donde coincidió con Jodie Foster y David Duchovny.

Su vuelta a los sets

Si bien Jennifer se dejó ver en múltiples producciones televisivas y cinematográficas, jamás volvió a tener un éxito igual al de Flashdance. Una vez graduada (con honores), la actriz participó en películas de escaso renombre como La prometida (una remake de La novia de Frankenstein, junto con Sting), La partita y Vampire’s kiss, ambas estrenadas en 1988.

Al lado de Denzel Washington coprotagonizó, en 1995, el thriller El demonio vestido de azul, y bajo las órdenes de su íntimo amigo Quentin Tarantino intervino en dos segmentos del filme Cuatro habitaciones. Su relación con el cineasta es tan cercana que Beals llego a estar en los créditos de agradecimiento de Pulp Fiction por el tiempo y apoyo que ella le dedicó al director mientras trabajaba en el guion.

A mediados de los 90, la actriz fue diagnosticada con Epstein-Barr, virus de la familia de los herpesvirus que provoca fiebre, fatiga extrema, dolor de garganta y ganglios inflamados. Esta afección mantuvo sus niveles de energía muy bajos, por lo que desapareció de escena durante un tiempo. Tras buscar ayuda en la medicina alternativa, Beals debió cambiar sus hábitos de vida, en especial su alimentación y su ejercicio. Yoga, natación, pilates y los paseos con sus perros se convirtieron en parte de su plan diario.

En enero de 2004 su carrera volvió a tener reconocimiento mundial al protagonizar The L Word, serie de TV que retrataba la vida, las aventuras y desventuras de un grupo de mujeres homosexuales. En la piel de la poderosa galerista Bette Porter, la actriz interpretó un rol de peso y con compromiso social.

«Debo decir que, como mujer heterosexual, es realmente un placer tremendo poder darle algo a una comunidad que me ha enseñado tanto. Ha sido siempre increíblemente movilizador para mí el poder que tiene contar historias, y cómo esas historias pueden cambiarnos y empujarnos a la acción. Tuve la posibilidad de reflejar a todo un grupo de personas que no siempre habían podido ver reflejadas sus historias», expresaba por entonces.

Pero su compromiso social no terminó con su personaje. Gran activista, la actriz ha demostrado ser una gran defensora de los derechos de las mujeres y de la comunidad trans, y suele participar en numerosas causas benéficas. También pudimos verla trabajar con mucho orgullo en la campaña presidencial de Barack Obama en 2008.

«The L Word me enseñó a ser de ayuda en todo lo que pueda. Fue toda una educación. Ciertamente no es que ahora sepa mucho, pero sé más, y sé que debo seguir siendo curiosa y humilde en mi ignorancia, y dedicada en mi deseo de ser de ayuda. Tenemos un largo camino por andar, todos nosotros», reveló quien en 2019 retomó su papel en la nueva versión de la serie titulada The L Word: Generation Q.

Si bien después de este gran proyecto vinieron otras propuestas laborales (por ejemplo, en 2015 la actriz se metió en la piel de una doctora que intenta buscar pruebas de vida después de la muerte en el drama televisivo Proof), la vuelta de la galerista Bette Porter encendió nuevamente a la audiencia. También participó en la película After: Aquí empieza todo,  drama romántico adolescente, dirigida por Jenny Gage y escrita por Susan McMartin, Tamara Chestna y Jenny Gage.

«Me sumo a los proyectos que considero valiosos. No importa si se trata de películas independientes o de grandes estudios. Quiero ser parte de proyectos atractivos y no tengo ningún prejuicio. Flashdance fue una experiencia inolvidable, pero la recuerdo como una de las más exigentes y difíciles de mi carrera, tanto como cualquiera de mis otras películas», detalló dando cuenta de qué tiene que tener un proyecto para que la enamore.

Detrás de escena

En el plano personal, Beals estuvo casada durante 10 años con el director Alexandre Rockwell. Fue inevitable que su vida privada no se mezclara con su trabajo, pues el cineasta la dirigió en cuatro de sus películas. Sons (1989), en la que interpretó a una travesti, y Hay una película en mi sopa (1992), ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cine de Sundance, son las más recordadas de su época junto con el director.

«Estar con un autor era realmente excitante. Estuve expuesta a la comunidad del cine independiente gracias a mi relación con él y creo que eso no habría ocurrido si no me hubiera casado con Alex. Conocí a su gente que se convirtió en nuestro círculo. Almorzar con cineastas, pasar el rato y compartir ideas me resultaba atractivo como actriz», recuerda mientras asegura que su matrimonio con Rockwell le aportó mucha educación cinéfila.

Sin embargo, dicen que nunca es bueno llevar el trabajo a la cama y la pareja terminó divorciándose en 1996. Al parecer, Beals entendió el mensaje y decidió cambiar su perfil de hombre al comenzar una relación con Ken Dixon, un empresario canadiense que nada tenía que ver con la industria, con quien contrajo matrimonio dos años más tarde y con quien tuvo a su única hija, Ella.

«Cuando di a luz a mi hija, dejando el hospital mi mente cambió por completo. Te das cuenta de que por cada persona en esta Tierra hay una mujer que les dio a luz. Es una idea tan simple pero que te une a la hermandad de ser madre», confesó. A partir de la llegada de la pequeña, Beals tuvo que reorganizar su vida familiar y pasó a vivir medio tiempo en Vancouver y medio tiempo en Los Angeles.

Beals es también una gran aficionada a la fotografía, pasión que comenzó mientras estudiaba en Yale. Si bien es habitual que la artista done su material para causas benéficas, los que alguna vez trabajaron con ella también saben que ama sacar fotos en el set, y una vez que termina el proyecto le entrega a cada uno de sus compañeros una postal a modo de recuerdo.

Algo muy particular ocurrió con la serie The L Word: su arte fotográfico fue plasmado en L Word Book, libro con imágenes del detrás de escena que fue publicado en 2010 y causó furor entre los seguidores del programa.

Hoy, a los 57 años de edad, Jennifer sigue casada, practica la filosofía budista y adora armar rompecabezas en su tiempo libre. Mientras que muchos creen que perdió una gran oportunidad, pues jamás volvió a disfrutar del éxito de los 80, ella sigue actuando, eligiendo cuidadosamente sus proyectos, y asegura no estar dispuesta a volver a alejarse de la actuación nunca más.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!