I

El cuento es, definitivamente, el decano de los géneros literarios. Es la primera manifestación literaria que llega a nuestros oídos, luego de la poesía contenida en las letras de las canciones con que nos arrullaron.

Con estas historias breves, de ámbito cerrado, pertenezcan al espacio local o universal, de todo tiempo y lugar –se quiere decir–, fuimos creciendo. Los “cuentos de hadas”, las historias familiares, las leyendas locales, las narraciones aleccionadoras, han formado parte de nuestro crecimiento. Nuestro desarrollo se debe, en buena medida, a las anécdotas y relatos con los que fuimos nutridos. Y si, como presumimos, el hombre es historia, también cada persona (o personaje) que nos ha rondado en algún momento, forma parte de nuestra familia. Una familia extensa y bastante peculiar.

II

Cuando optamos por la formación profesional en literatura, fuimos configurando también nuestro gusto. El cuento literario, de autor conocido –en oposición al folklórico, atribuido a una tradición y no a un individuo–, pasó a configurar una colección propia. Extenso y olvidadizo es el álbum mental cuyas figuritas son las historias de las que hablamos. En oportunidades sabemos por qué estas se fueron atascando en el sumidero que es la mente del yo lector, pero muchas otras no comprendemos por qué han ido a parar allí. Alguna fibra habrán tañido para que buscaran acomodo en nuestra memoria. Pero poco importa. Lo real es su existencia en esa lista.

Por supuesto, el cuento venezolano ocupa un lugar especial en nuestras circunvoluciones cerebrales o en ese territorio ideal que pensamos nuestra mente. Si la literatura es búsqueda de sí mismo, la produzcamos o no, el cuento debe ser una historia que nos refleja, nos espejea y nos interroga. Para un venezolano el cuento de nuestro país debe ser un espacio ideal, propio, donde nos reconocemos. Pero en este mundo globalizado de hoy, donde las barreras geográficas y culturales son salvadas con cierta facilidad, el cuento de no importa qué nación pasa a formar parte del espacio familiar.

III

Cuando comencé a desempeñarme como profesor de lengua y literatura, primero en la Educación Media y luego en la universitaria, el cuento pasó a ser objeto de enseñanza, para valorarlo, para apreciar la lengua en su máxima expresión: la estética. Así fuimos también configurando una colección de antologías. Entre estas son de felice recordación la de Guillermo Meneses y, después, otras como las de Valentín de Pedro, José Fabbiani Ruiz, Pedro Beroes, Gabriel Jiménez Emán, José Balza y, más recientemente, las recopilaciones que hicieran Julio Miranda, Antonio López Ortega, la de la tríada conformada por el mismo López Ortega, Carlos Pacheco y Miguel Gomes. No podemos dejar de mencionar las más recientes de todas: De qué va el cuento, de Carlos Sandoval, y Cuentos memorables venezolanos, de Ednodio Quintero quienes, demás está decirlo, son voces autorizadas y reconocidas en la labor compilatoria.

Alguna vez hemos materializado una antología personal del cuento en Venezuela, tan solo con intención didáctica pero, a fin de cuentas, una selección propia de relatos que consideramos imprescindibles cuando nos referimos a nuestro país. Esa para mí mítica edición mimeografiada reunía una veintena de cuentos desde el Criollismo y Modernismo hasta los años en que apareciera, hacia 1988, elaborada para mis aulas en las instituciones de educación superior en las que laboraba.

IV

La literatura venezolana de los últimos veinticinco años siempre ha sido mi pasión. Uno tiene la obligación de conocer –no sabemos si este es el término adecuado– lo que otros escriben en los mismos años en que lo estamos haciendo nosotros. Y pese a que mis mayores indagaciones –aunque no las únicas– han sido en el área de la poesía, no hemos dejado de indagar en la narrativa. Podría decir, inclusive, que mi propio trabajo poético se nutre en gran parte de mis lecturas de novelas y cuentos. Por ello, cuando recibí la invitación para preparar la presente selección, quise circunscribirla a este cuarto de siglo del que estamos hablando.

Han sido estos años (los de la última década del siglo XX, los particulares noventa –antesala cierta de la crisis económica, social y política que caracteriza nuestra actualidad– y lo que llevamos del siglo XXI), el tiempo en que se hicieron públicos los textos que acá podemos leer. Notará quien se asome a estas páginas que no es exclusivo de los temas que se abordan en los relatos el asunto socio político, pero es de todos sabido que “la procesión va por dentro”. El venezolano de estos tiempos –como ha sido siempre– responde a los estímulos externos que nos configuran. La crisis, la característica que nos describe, toma diversas formas para mostrarse al exterior, al otro. Pero como no es nuestra aquí la intención de sentar cátedra sobre ello, dejamos a la consideración del lector lo que acá se ofrece para que saque sus propias conclusiones.

V

No se confunda el lector. Lo que encontrará acá no es un canon ni tiene pretensiones de tal. Es, sencillamente, una selección de cuentos que forman parte de nuestro gusto personal. Por tanto, es posible que el conocedor eche de menos algún nombre o algún cuento que no vea recogido en estas páginas.

Se debe advertir que, además, algunos de estos textos han permanecido inéditos y que sus autores los han cedido generosamente. Lo mismo ocurre con las versiones de uno que otro cuento que, el investigador acucioso, advertirá ligeramente distinto a alguno que ya había leído.

VI

El título de esta selección, Mis más cercanos parientes, fue decidido luego de un cruce de correos con el editor. Está tomada una frase del texto de Silda Cordoliani, pues –aunque en el contexto del relato se refiere a los griegos– nos transmite la idea de que estos cuentos forman parte de esa familia, íntima y disfuncional –qué familia no lo es–, que gozamos y sufrimos cada día.

Un pequeño niño concentrado en volar su cometa en una colina, mientras una tragedia que desconoce se desarrolla muy cerca de él; una historia que hace guiños a nuestra literatura nacional; un personaje que se dedica a la extraña ocupación de adivinar el futuro valiéndose de unas figuras de plástico de gatos; un viaje vestido de minimalismo, donde aparentemente no ocurre nada extraordinario; unos personajes que se reencuentran en la ciudad de París para terminar historias que quedaron a medias; un recital de poesía configura el ambiente en el que se desenvuelven unos personajes ajenos a esa manifestación cultural burguesa; un vecino violento que pretende hacer justicia con su escopeta frente al maltrato de una mujer y la perturbada paz de los inquilinos del edificio; las aventuras de unos inmigrantes latinoamericanos en la meca de sus sueños; la actualización de un mito del pop music gringo en una Centroamérica real; una extranjera en Caracas que se verá en medio de una situación límite; unos hermanos sostienen discusiones familiares alrededor del cadáver colgante de la mayor de ellos; los habitantes de un pequeño pueblo van siendo sustituidos por esculturas de madera en una historia que cobra visos de alucinante; un personaje que confunde al lector que no se entera si la entidad de papel desanda el camino de la cordura o la locura; una Venezuela supuesta en la que el primer mandatario es un escritor que logra desencajar la sociedad con leyes absurdas; una historia de autómatas convertidos en suplentes de individuos supuestamente reales; una venganza de escolares contra la autoridad irracional; un individuo que, en un viaje a la playa, termina viviendo un infierno particular del que no podrá escapar. Son todas estas, parte de los temas desarrollados en algunos de los cuentos contenidos en esta selección.

Los textos han sido organizados respetando el tradicional orden alfabético siguiendo los apellidos de sus autores. Pero todos los relatos, como hemos indicado, han sido publicados entre los años también señalados. Así reforzamos el protagonismo de los textos por encima de fechas de nacimiento de sus autores u otros datos biográficos de estos.

VII

Notarán que esta antología carece de fichas de autor. Esto se debe a dos razones: una, que quisimos ofrecer los textos en su inmediatez, sin antesalas académicas ni nada que se le parezca. Que los textos se defiendan por sí solos. En todo caso, en esos tiempos de buscadores virtuales, los autores prácticamente quedan al descubierto para cualquiera que indague un poco en la red.

El trabajo de lectura de infinidad de textos, además de los acá recogidos, la selección definitiva de los treinta y tres autores y cuentos para conformar esta pequeña muestra, fue arduo, pero también un verdadero disfrute.

Agradecemos a los autores, en primer lugar, el haber cedido sus producciones para su inclusión y que aceptaran formar parte de esta familia. También quedamos en deuda de gratitud con los editores, por su fe ciega en nuestra literatura y por pensar en mí para asumir esta labor. A Carlos Sandoval, por supuesto, interlocutor desprejuiciado, quien nunca rechazó una consulta y con quien siempre he podido discutir criterios… incluso aunque los cuestionáramos. A él y a los que han asumido la difícil labor de seleccionar para antologías cuentos venezolanos, está dedicado el presente libro.

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Nuestros más cercanos parientes. Breve antología del cuento venezolano de los últimos 25 años incluye textos de Víctor Alarcón, José Tomás Angola, Mardon Arismendi, Carlos Ávila, Krina Ber, Rodrigo Blanco Calderón, Luis Felipe Castillo, Israel Centeno, Carlos Colmenares, Silda Cordoliani, Laura Cracco, Juan Carlos Chirinos, Dina Piera Di Donato, José Roberto Duque, Roberto Echeto, Salvador Fleján, Heberto Gamero, Lucas García, Gisela Kozak, Liliana Lara, Sol Linares, Carolina Lozada, Oscar Marcano, Roberto Martínez Bachrich, Juan Carlos Méndez Guédez, Mario Morenza, Mariano Nava Contreras, Gabriel Payares, Fedosy Santaella, Fernando Vanegas, Keila Vall de la Ville, Federico Vegas y Eloi Yagüe.


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