Paris Jackson

Para hablar de Wilted, el disco debut de Paris Jackson, hay que empezar diciendo todo lo que no es: un capricho de millonaria con ganas de que le saquen fotos, una pila de canciones bailables con feats de The Weeknd calcadas de cualquier cosa que esté esta semana en la cima de los charts, la obra de un ejército de productores y compositores a sueldo de una multinacional con un apellido famoso al frente por razones de marketing. Si alguien encara este trabajo con prejuicios tardará diez segundos en sacárselos: en «Collide», sobre un rasgueo de guitarra acústica, la artista de 22 años de edad saluda con un «hey, ¿qué andas haciendo?» más susurrado que cantado y suena profunda, madura y fresca a la vez. Ya en esa instancia temprana uno comprueba que lo que se viene es, por lo menos, serio.

Paris es -por si alguien no lo sabe- la hija de Michael Jackson. Nada en su vida fue normal nunca, empezando por su concepción (por inseminación artificial, con una enfermera que jamás tuvo relación real con el cantante), siguiendo por su crianza y terminando en su jugosa herencia. Cuando tenía cuatro años, su papá -que era una megaestrella reclusa con la cara devastada por infinitas cirugías estéticas- sostuvo a su hermanito Blanket colgando de la ventana de un cuarto piso porque le pareció simpático.

Cuando tenía once se quedó huérfana por culpa de una sobredosis de drogas prescriptas por un médico. Desde que tuvo uso de razón escuchó cómo se acusaba a su padre de abuso de menores. Tuvo numerosos intentos de suicidio (el último, el año pasado), posteó fotos en redes en las que se automutilaba y luchó a brazo partido contra varios trastornos mentales. Con semejantes antecedentes, queda claro que el chance de que el debut solista de Paris fuera similar a algo que haya hecho Cardi B tendían a cero. Pero cuidado: tampoco es la catarsis de niña rica con tristeza que uno podría esperar en estas circunstancias. Y ahí está precisamente su gran mérito: despegándose etiquetas en cada compás. Wilted se trata ni más ni menos que de una artista joven expresándose como se le antoja, sin apellido ni pose ni mercado que valga. Lo cual no es poco.

A decir verdad, la billetera paterna sí le dio una ventaja: pudo convocar a Andy Hull y Robert McDowell de su banda favorita, Manchester Orchestra, para que la ayudaran con las canciones. A partir de ahí, todo es sinceridad que parte de una ruptura sentimental (con su ex, Gabriel Glenn, conformaba un grupo llamado The Soundflowers) y se pasea por la tristeza («Eyelids») o la esperanza («Repair») con naturalidad y sin imposiciones.

Las referencias son claras: Tori Amos, la de Fiona Apple menos intrincada, la de Taylor Swift que contrató como productor a Aaron Dessner, de The National, para grabar Folklore (2020). Eso, y Radiohead en el tema que da nombre al álbum y Coldplay en «Undone» y cualquier trabajo anterior de cualquier época que haya nacido de la inquietud de un músico con una acústica o un piano, un bolígrafo y un papel, en un cuarto vacío en alguna madrugada, con algo para decir. Más de uno se sorprenderá, pero Paris lo deja en claro: hay una Jackson que, para variar, no tiene nada de plástico.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!