La buena época de Caracas contó con aquellas librerías entrañables, por las que los lectores podían pasearse con calma en la búsqueda de los ejemplares de su interés. Y si no se sentían seguros sobre qué podían llevar, ahí estaba un librero para orientarlos.

Cada local destacaba por sus espacios y por el lector encargado. Algunos de ellos fueron Lectura, donde atendía Walter Rodríguez; Librería Uno, con Arturo Garbizu; Noctua, con Andrés Boersner; Cruz del Sur, con Cristina Guzmán, y Naciente y Divulgación con Sergio Moreira, conocido como “el Portugués”.

Hoy día, en los establecimientos donde alguna vez se cultivó el intelecto hay un negocio distinto o, sencillamente, se ve una triste vitrina abandonada, tapada con papel.

Esa realidad salió a relucir otra vez esta semana, cuando en las redes sociales se conoció el cierre de la emblemática librería Suma, en Sabana Grande, que ocurrió hace ya seis meses.

Aquel local alargado de estantes repletos, que solían visitar personajes como el presidente Rómulo Betancourt o los miembros del grupo República del Este, es ahora una puerta gris hermética sin ningún cartel que la identifique, entre una tienda de ropa íntima y una farmacia en medio del bullicio del bulevar de Sabana Grande.

“Suma era una institución. En todos esos años en los que empezaba a prefigurarse una idea de país, en aquella época de la República del Este, estaba presente Suma. Era el último eslabón que quedaba de ese tiempo, porque ya había desaparecido la Cruz del Sur”, lamenta Javier Marichal, librero de Ludens.

De acuerdo con una crónica que publicó el periodista Sebastián de la Nuez en su blog HableConmigo, Suma fue fundada en 1950 por el estadounidense Jules Lloyd Waldman. Luego la compró José Salazar Meneses y este se la cedió, en 1963, al librero Raúl Bethencourt, quien se encargó del establecimiento hasta el 23 de diciembre de 2007, fecha en que murió atropellado en la avenida Libertador cuando se dirigía a su trabajo.

Marichal recuerda que Bethencourt fue un gran librero porque además de ser un lector voraz, poseía la característica de relacionarse con la gente: “Tenía la capacidad de saber qué libro podía interesarte”, afirma.

El librero y escritor Ricardo Ramírez Requena señala que Bethencourt convirtió a Suma en una librería casi mítica. Y también destaca el trabajo de sus dos hijas, Helena y Margarita, quienes multiplicaron la labor del padre y abrieron, en 2015, una sucursal en el Centro Comercial Concresa, con una pequeña modificación en el nombre: la bautizaron Summa. “Es importante resaltarlo porque ellas continuaron el esfuerzo del papá”, indica.

Considera que fue uno de los mejores locales que pudo existir, pues era largo: “Eso nos recordaba a cierta tradición de la librería española o porteña. También, como Lugar Común de Altamira, estaba a ras de calle. Se diferenciaba de otros establecimientos de Caracas, que tienen una extraña vocación de estar escondidos”.

Katyna Henríquez, socia de El Buscón, indicó que Suma fue muy significativa para su generación. Considera que Bethencourt dejó un ejemplo sobre cómo debe asumirse el oficio del librero: “Es una referencia legendaria que uno conoció por Adriano González León, Salvador Garmendia o Eugenio Montejo”, expresó.

Poco se sabe de las razones que motivaron el cierre de Suma. La familia de Raúl Bethencourt no ha querido ofrecer declaraciones, señaló la encargada de la sucursal del Concresa, quien tampoco quiso dar su nombre.

En el centro comercial Chacaíto había cuatro importantes librerías que dejaron de existir. Lectura y Macondo fueron las primeras en cerrar. Hace dos años, los libros de la vitrina de Alejandría desaparecieron de manera repentina. Hoy ese local es un negocio de refrigeración industrial. Y La Coliseo, que quedaba justo en la entrada del mal, tiene todos sus vidrios tapados con papel y la santamaría abajo.

Noctua, en el Centro Plaza, sigue cerrada luego de que en 2017 una inundación dañó 2.000 libros de su colección. En junio de este año, un encargado que pidió resguardar su nombre dijo que en un mes reabriría. Pero en la entrada todavía hay un cartel que dice: “Cerrado por tiempo indefinido”. En el mismo centro comercial, cesó sus actividades el año pasado Templo Interno, debido a que no pudo seguir pagando el alquiler del espacio.

Durante siete años Lugar Común de Altamira fue un lugar para la lectura, la tertulia e, incluso, para tomarse un café. Allí concurrían autores como Eduardo Liendo, Ana Teresa Torres y Armando Rojas Guardia. En julio, el local que tiene dos sucursales en Las Mercedes y una en Plaza Venezuela, cerró porque no pudo llegar a un acuerdo de arrendamiento. La fachada todavía conserva el nombre mientras dentro solo se ven cables guindados y el vacío que dejaron los libros.

Ramírez Requena lamenta que la situación para el libro sea tan catastrófica: “En Caracas, prácticamente no hay librerías. Incluso las cadenas han cerrado en el interior del país”, indicó. Lo advirtió el escritor y crítico de cine Óscar Lucien en un tuit que publicó el 5 de noviembre: de las 56 tiendas Nacho, solo 2 permanecen abiertas, mientras que de 26 Tecni-Ciencia quedan 6 operativas.

Rescata Ramírez Requena que es importante no abandonar los espacios que siguen abiertos, como Kalathos, Sopa de Letras y El Buscón: “Hay que frecuentarlos, tratar de darles apoyo”.

Lo mismo opina Marichal, quien agrega que es necesario registrar la historia de las librerías de Caracas “no por una cuestión sentimental, sino porque todavía hoy en día son una parte sustancial de la ciudad”.


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