La aproximación del cantante Onechot (Caracas, 1977) a la música reviste un tono místico. Quizá uno de los factores que llevaron a esta profundización de lo espiritual fue el hecho trágico que vivió al ser víctima del hampa caraqueña en el año de 2012, cuando recibió una grave herida de la que sobrevivió milagrosamente. Ese evento, más allá de lo trágico, fue un renacimiento. De este modo, al volver a los diferentes ámbitos de su vida; tanto el personal, como el familiar y el de su experiencia artística; se empezaron a notar en él una serie de aproximaciones nuevas al fenómeno de la existencia y del arte. Incluso, en el tipo de abordaje que el músico realiza hoy en día hay una profunda crítica a la violencia y una constante preocupación por la conservación; una perspectiva que parte de lo personal, dado que el cantante se relaciona con la cotidianidad de una manera muy equilibrada y honda.

Pero recapitulemos un poco sobre la carrera de este creador. Su vinculación con la música se dio desde muy temprano cuando recibió clases con el maestro Gerry Weil. Muy joven, estando en el bachillerato, participó en el trío Caos y en la agrupación Catalepsia. Posteriormente el artista formó parte de la banda Negus Nagast, que editó los discos Rastafari Fi Salvation (2003) y I and I ProJah (2007). Asimismo, fue parte de la alineación de la banda Papashanty Saund System, que editó la placa Ashanty Granpa (2005). Desde el año 2002, OneChot inició su carrera en solitario y hasta el presente ha editado OneChot 1st Shot (2008), Ruff (2010), Natural (2013) y Social (2016). Estos trabajos en solitario los ha llevado a cabo con la que ha sido su banda desde entonces, The BadMan Orchestra.

La aproximación de OneChot al fenómeno de la cultura y de las bellas artes es algo inherente a su experiencia vital. Su madre es Luna Benítez, quien es una periodista y editora venezolana con una larguísima y prestigiosa trayectoria. Por su parte, el padre de OneChot es el poeta Alfredo Chacón, una de nuestras voces de mayor importancia en el ámbito de la lírica.

En cuanto a lo musical per se, desde mi punto de vista la experiencia estética de OneChot está más cercana al denominado world music, en relación a que su propuesta es un poderoso eclecticismo. Hay, no obstante, varias tendencias predominantes en dicho eclecticismo, como lo son el reggae y el dance hall, así como la impronta afro caribe, sobre todo en la rítmica. Una de las cosas que más llama la atención de su trabajo es la presencia de una voz que está como salida de este mundo. En este sentido hay matices de lo “profético”, más que de la impronta del cantautor. En este punto, hay ciertas analogías con lo que es la experiencia del músico norteamericano Sixto Rodríguez, en cuanto a un canto intenso, profético y desenvuelto. Adicionalmente, y como he mencionado antes, hay una fuerte preocupación de este artista por el tópico de la conservación y de la violencia. Su video clip, «Rotten Town«, es una fuerte crítica y un cuestionamiento hondo en relación con esto último. Además, este cantante participó en una realización llevada a cabo por Rebel Music y MTV. La misma se dio a propósito de la violencia en Caracas. En ese mismo sentido, la estilística del artista, que inicialmente podía también tener matices del hip hop, se ha ido decantando hacia una suerte de ragga consciente y hacia una mirada más cercana y más íntima, tanto a lo familiar, como a su ciudad de Caracas y su gente.

Son varias las oportunidades en que hemos departido a la hora de almorzar en casa de los Todtmann; Luna Benítez, Carsten Todtmann, Onechot y yo. Han sido gratos almuerzos donde el don de gentes del cantante, así como su profusa sencillez y sensibilidad, evidencian un alma resplandeciente y sabia. Sin lugar a dudas, Onechot es un artista con una conexión real, no solo con la experiencia creativa per se, sino con la mística vivencial. 


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