Astrofísico de carrera, Sergio C. Fanjul viene ganándose la vida con su escritos sobre ciencia y cultura en el diario El País y otros medios. Estamos, por tanto, ante el ejemplo de un poeta-periodista, brillante y prolijo en ambas disciplinas. Su labor en prensa ha sido reconocida este mismo mes con el Premio Paco Rabal de Periodismo 2017 por su artículo “Las brujas de Salem escriben tuits”. Autor del libro de cuentos Genio de extrarradio (2012) y de cuatro poemarios hasta la fecha, tres de ellos resultaron ganadores de premios tan distintos como el Asturias Joven de Poesía para Otros demonios (2008), el Pablo García Baena de Poesía Joven que convoca anualmente la editorial La Bella Varsovia para Inventario de invertebrados (2015) y el accésit del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma para este Pertinaz freelance (2016) que le ha servido para formar parte de la cotizada Colección Visor y que paso ahora a comentar.

Con gran acierto, Fanjul extiende la condición del trabajador autónomo o freelance, siempre en el filo, a otros ámbitos fuera de lo personal, convirtiéndola en una experiencia compartida por el ciudadano del siglo XXI: “Somos hombres y mujeres tomados de uno en uno, como polvo, (…) nos disgregamos, nos disolvemos, nos escondemos en nuestras pequeñas cuevas (…). No nos conocemos a nosotros mismos ni nos conocemos entre nosotros”, escribe en el poema “Manifiesto freelance”. Todos podemos reconocernos en esta situación precaria, de engañosa libertad, por la que vivimos pendientes de lo que pueda suceder a cada microsegundo en las redes sociales para no desaparecer del mercado laboral –y de la sociedad en general–, para no caer en el olvido.

Así, son varios los poemas que inciden en la crítica a la dependencia de Internet, “la cháchara infinita”, que a duras penas nos libra del miedo a la muerte, “solo otra pequeña molestia / que produce el capitalismo”. Otros poemas son parodias de la épica colectiva, los grandes gestos, las emociones superlativas convertidas en producto mercantil. El poeta –el freelance– aprovecha su dominio del lenguaje escrito para hacer bromas entreveradas de melancolía, a la manera de Ángel González, cerrando las piezas con unos versos finales que pueden ser un chiste, como los de Nicanor Parra, pero siempre resultan eficaces como remate. En ocasiones, los poemas adoptan la estructura de intensos micro-relatos.

Al cabo, el freelance pelea por ser un librepensador en tiempos de pensamiento único. Lo que queda es el ejercicio cotidiano de la escritura como herramienta de comunicación –Sergio C. Fanjul es un asiduo posteador en Facebook, en la línea de poetas-periodistas como Manuel Vilas, donde podemos encontrar sus estados a modo de diario o libro de apuntes, que son un lujo literario para todos– y el territorio doméstico de los afectos, el pequeño espacio propio de libertad que también sabe glosar.


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