La película sobre una banda de heavy metal This is Spinal Tap (1984), la historia de la desaparición de unos jóvenes en un bosque de Maryland The Blair Witch Project (1999) y el seguimiento día a día de un asesino por parte de un equipo de filmación en Man Bites Dog (1992) son solo algunos ejemplos del género al que pertenece Zelig: el falso documental o mockumental (del inglés to mock). Este tipo de película presenta eventos ficticios de la misma manera en la que lo haría un documental, en tono de parodia, crítica o deconstrucción. Estas ficciones se comportan como documental a través de recursos como el narrador en off, entrevistas, testimonios, imágenes de artículos de prensa, o material “de archivo”. También es frecuente que las escenas sean improvisadas, pues aporta a ese “sentir de realidad” del documental. Así, la banda Spinal Tap es un invento de los actores y el director Rob Reiner; el aseverar que los jóvenes en busca de la bruja desaparecieron es falso y un truco publicitario; y el supuesto asesino y ladrón de Man Bites Dog no es sino un actor más. No siempre resulta obvio darse cuenta: es sencillo con los más paródicos, sin embargo hay muchos que, apoyados por la credibilidad de una marca, actores desconocidos, director y productor con perfil bajo y una historia que apenas roce lo inverosímil, suelen tener el poder de hacer dudar al espectador. El falso documental tiene sus antecedentes en la transmisión radial de The War of the Worlds llevada a cabo por Orson Welles, cuando los oyentes entraron en pánico al creer que la lectura que daba el cineasta de la novela de H.G. Wells era real.

Uno de los muchísimos aciertos del falso documental Zelig (Woody Allen, 1983) es la verosimilitud en las épocas que retrata. Gordon Willis, el director de fotografía, utilizó cámaras y equipos de sonido antiguos, de los años veinte. Los trucajes para hacer aparecer a Leonard Zelig en las películas viejas de James Cagney o en las fotografías casi parecen reales, de no ser porque el rostro de Woody Allen es tan reconocible como el de Groucho Marx y de inmediato verlo en el material fílmico trucado produce una media sonrisa. El detalle de añadir a personalidades intelectuales en entrevistas contemporáneas, como las de Susan Sontag o Saul Bellow, funciona a la perfección para realzar el tono documental.

Vincent Canby del New York Times llama a Zelig “Ciudadano Kane transformada milagrosamente en comedia hilarante”. Y es que está llena de datos y detalles que solo alguien con sabiduría, ingenio y un sentido del humor brillante pudo haber llevado a cabo. La idea del hombre camaleón, cuyo único conflicto es encajar donde quiera que se encuentre, funciona como una metáfora del fenómeno totalitario. El hombre que sacrifica su individualidad, opiniones y criterio para que sea otro, más dominante (y tiránico) el que le indique cómo ser, qué decir, adónde ir. Las transformaciones de Zelig son divertidísimas, pues así como se mimetiza con un rabino lo hace con un nazi.

Contar con tal inteligencia y sagacidad lo que explican los psicólogos y sociólogos acerca de lo que le ocurre a una sociedad cuando se entrega absolutamente a los comandos de un líder, y hacerlo mediante una sátira, es un logro que bien puede ser insuperable para Woody Allen. Es su película más genial sin aparentarlo, como si se mimetizase con el resto de la producción, como haría Zelig. Una crítica dura y astuta a la rendición de los hombres al déspota ante la alternativa de tener que lidiar con su propia libertad.


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